La vida en comunidad

Solo basta mirar alrededor para asistir a un teatro social en vivo de mezquindad y maltrato. El deterioro del lazo social es una triste evidencia. El modelo del individuo en sociedad o la atomización del Yo ante el mundo es la filosofía práctica y triunfante de la experiencia social. En ese contexto hostil y deletéreo, la mera existencia de ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? es casi providencial y acaso medicinal. Pocas películas transmiten con tanto placer y amabilidad el sentido de vivir en una comunidad. Nadie es alguien sin otros, nadie es quien, solamente, en oposición a los demás.  

Alexander Koberidze comienza su relato con un inexplicable hechizo. Destinados a conocerse y amarse, como en un cuento clásico de siglos pretéritos, un futbolista muy joven y una joven farmacéutica son sometidos a olvido e incluso a mutación. Después de cruzarse y quedar en un encuentro, ninguno de los dos será físicamente el mismo y se habrán borrado de sus respectivas memorias. Lo que viene después no es necesariamente la desdicha de los amantes, sino más bien una dilatación de ese reconocimiento que deja de ser el centro narrativo del relato para devenir en otra cosa. Ellos, aún, trabajarán en un bar en la calle cerca del río Rioni, en el centro de la ciudad de Kutaisi, pero tras los primeros veinte minutos Koberidze prefiere irse felizmente por la tangente y es cuando la comunidad en sí se convierte en la ubicua protagonista. 

De ahí en más el hechizo es sustituido por un encantamiento. Es decir, la inocua superstición narrativa es sustituida por una poesía empírica sostenida en la observación de los detalles y los eventos menos trascendentes de la vida cotidiana, siempre redescubiertos meticulosamente como pequeñas maravillas desatendidas del mundo ordinario. Koberidze puede prodigar un inusual júbilo visual siguiendo a un grupo de niños y niñas que juega al fútbol, atendiendo la conducta de las personas comunes en un bar, percibiendo a varias jovencitas cantar una melodía tradicional georgiana o siguiendo el desplazamiento de los perros callejeros, que tienen preferencias identificables para observar los partidos de fútbol en los bares. El futbol es una pasión comunitaria y el amor a Messi y a la selección argentina, un misterio.

Hay algo en la poética de Koberidze que remite a la tradición del maestro georgiano Otar Iosseliani. Como aquel, el cineasta de 38 años toma del máximo exponente vivo del cine de su país un sentido espacial en la puesta en escena en el que los personajes y el paisaje, los vínculos y la pertenencia afectiva que se siente con la ciudad se entrelazan orgánicamente a través de plano secuencia que cobija las partes y las aúna como un todo. A medida que avanza ¿Qué vemos cuando vemos el cielo? Kutaisi y su río Rioni dejan de ser geografía y nombres para extenderse en un espacio de existencia en el que sus habitantes son como son porque están ahí. El vitalismo que se infiere de cada plano proviene de ese entendimiento poético. He aquí un cineasta, uno que ama el mundo a través de su cámara y no elude hallar la belleza que lo rodea.

Hermosa película la de Koberidze, quien honra el empleo de la voz en off y el uso de la música como pocos de sus coetáneos, quien puede hallar en un gesto de una mano la glosa del cariño, quien puede leer en la piedra tallada de una estatua los signos del pasado y quien no teme hacer un cine a contramano de la estética cruel y cínica de sus colegas que acopian premios y prestigio, como sucedió apenas un año atrás con una compatriota femenina. Por más Koberidzes en el cine, por un poco más de amor en todas las cosas.

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Ras vkhedavt, rodesac cas vukurebt? / What Do We See When We Look at the Sky? / ¿Que vemos cuando miramos al cielo?, Georgia-Alemania, 2021.

Escrita y dirigida por Alexander Koberidze.

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*Publicada en otra versión en el diario La Voz del Interior en el mes de enero de 2022.

Roger Koza / Copyleft 2022

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