CARTA ABIERTA: EN BÚSQUEDA DE LA EVIDENCIA PERDIDA
Estimados lectores:
El año 2022 se empeña en demostrar desde su inicio que no será benevolente. A los contagios generalizados y el goce de los necios (como si la propagación exponencial del virus en una nueva expresión de su mutación fuera la refutación de la eficacia de las vacunas), se suma, para quienes vivimos en Argentina, un momento decisivo en la vida económica y política del país. En el día de mañana un posible pago (políticamente ilegítimo) al Fondo Monetario Internacional indicará un destino. En este mes que ya termina, Sundance, Rotterdam y la Mostra de Tiradentes, tres festivales que tenían todo listo para celebrar sus respectivas ediciones de forma presencial, tuvieron que retomar el camino de la virtualidad, el cual se impuso desde marzo de 2020. Berlinale, por otro lado, sigue en pie y nada detendrá la edición que comenzará el 10 de febrero. (Sin ningún escándalo, los que asistiremos llevaremos en el teléfono el código que prueba nuestra vacunación y tendremos que hisoparnos diariamente para poder ir a las funciones de prensa, incluso alguien como yo que tiene tres vacunas y tres contagios con la recuperación mediante. La incomodidad está garantizada, pero ningún trasnochado ha visto en esto la vindicación de un régimen de control antidemocrático).
El párrafo precedente es deliberadamente político en su espíritu y espero que sea pertinente para insistir acerca de los lugares de enunciación de la crítica cinematográfica. En nuestra tradición reciente se ha impuesto un ya irreconocible esquema previo de comprensión, visto como evidencia o sentido como base empírica de lo que se puede decir. Esta noción tiene un nombre y es vindicada de manera general por quienes escriben en distintos círculos intelectuales. Llamemos las cosas por su nombre: el perspectivismo, noción filosófica que cuestiona la pretensión de la razón de atenerse a los hechos y comprende que no existen los hechos en sí, sino una interpretación de lo que consideramos la realidad sostenida a través de un difuso esquema difícilmente entrevisto como tal. En otras palabras, lo que se interpreta ya es parte de un juego de interpretaciones primitivas que organizan la experiencia de la interpretación. En el siglo pasado a este fenómeno lingüístico se lo denominó “círculo hermenéutico”. Volver sobre todo esto es retomar y resucitar el problema de la verdad, un concepto exangüe en las conversaciones públicas y un presunto tópico superado en la filosofía del siglo XX.
En la crítica de cine se suele soslayar a la verdad por el solo hecho de que el lugar común de la esfera estética supone que es imposible cualquier justificación de objetividad, y por lo tanto saber la razón por la cual una película es buena es tan inadecuado como imposible. Visto así habría siempre una confusión epistémica en la que lo bueno queda yuxtapuesto al propio gusto. Lo bueno es lo que le gusta al que emite un juicio sobre una película. El corolario extendido de este razonamiento es el siguiente: lo bueno no sería otra cosa que el consenso implícito, a veces transmitido por una tradición crítica y sus respectivos procedimientos de lectura y validación, en el que lo bueno es el gusto vindicado y objetivado de una mayoría, refrendado por algunas instituciones que adiestran, debido a su autoridad y función pedagógica indirecta, el gusto de multitudes.
La crítica de cine es un trabajo con el lenguaje en el que el escritor o el hablante que comunica tiene que volver sobre un estímulo sonoro y visual de un conjunto para restituir en un espacio lógico y no ya perceptivo una experiencia propia frente a algo que no responde en principio a su voluntad. El reconocimiento de que una película es una entidad constituida por planos imbuidos por una constelación de visiones relacionadas con algo que ya tiene una genealogía física en el mundo lleva a considerar que pensar sobre una película no es solamente una cuestión de gusto. Decir esto no es negar la intersección de los ojos y los oídos de un Yo con los estímulos, lo otro. Decir esto es insistir en que, más allá del gusto y las preferencias, un crítico puede también trabajar sobre sí para entender cómo su propia subjetividad puede impedirle hacer una experiencia estética que no esté solamente condicionada por su historia, su trayectoria y sus prejuicios. Dicho en otras palabras, hay una instancia posible de verdad de la crítica, un gesto inesperado de la inteligencia en el que la razón se abisma frente al Yo y las ideas del crítico. En este sentido, no se trata de tener razón, sino de tomar distancia respecto de sí y de hacer un uso libre de la razón en pos de entrever algo a lo que no se puede acceder por la mera certeza subjetiva primera e inmediata.
Reconozco la impronta filosófica de los párrafos precedentes, pero me parecen necesarios cuando leo a colegas denostar la evidencia científica ante las vacunas y a nuevos líderes políticos apelar al concepto de “evidencia empírica” para demostrar la superioridad del liberalismo económico (y político) frente a cualquier posición que esté imbuida en un concepto de comunidad. Es muy curioso observar en la iracundia y en el rencor desde los que se habla de cine (y política) constatar elementos dispersos de discusiones que fueron candentes unos 30 años atrás en la filosofía política anglosajona, en los debates acalorados entre liberales y comunitaristas que recorrieron los claustros universitarios y los congresos filosóficos. Eso, probablemente, a una cantidad de colegas no les debe siquiera interesar, pero misteriosamente está en el espíritu del debate social y por ende de la crítica.
II
Por lo dicho hasta acá, este año intentaremos organizar debates abiertos transmitidos en vivo con diversos exponentes de la crítica (también programadores y cineastas) que representen posturas intelectuales variadas. La idea es organizar tres encuentros durante el 2022. Será un desafío y también una constatación de otro lugar dañado en la discusión pública, el que se invoca con la virtud intelectual del diálogo. El año pasado escribí frente a una operación política de un colega qué entendía por diálogo e hice en aquel momento una invitación a iniciarlo. La ofensa y la difamación fueron la respuesta en su momento. Quizás el tiempo transcurrido pueda permitir un cambio en la disposición anímica y propiciar entonces el encuentro con aquel que no habla en nuestro nombre. Espero que podamos resolver algunas cuestiones técnicas y también organizativas; ojalá se pueda cumplir con este deseo y proyecto.
Las secciones del sitio serán las que tenemos desde hace ya varios años. Es decir, seguiremos con las críticas, las entrevistas, la cobertura de festivales de cine, los ensayos, entre otras categorías que delimitan las publicaciones. La novedad mayor recae en tres nuevos colaboradores. Se suma Tomás Guarnaccia, editor de Las veredas, quien no dejará su espacio, pero sí tendrá un lugar acá entre nosotros. Será la firma más joven de Con los ojos abiertos. Desde Holanda, Dana Linssen honrará el sitio con una columna bilingüe, y lo mismo sucederá con Boris Nelepo, el cinéfilo moscovita que tiene seguidores y admiradores en nuestro país. Daré a conocer a fondo las razones de ambas invitaciones cuando inauguremos sus respectivas columnas.
El otro gran desafío de 2022 será ofrecer algunos cursos dictados por nuestros colaboradores. Esto aún está en su fase preliminar, pero quisiera que después de junio podamos anunciar el primer curso ofrecido desde el sitio. Si lo logramos, ya sé cuál será mi primera propuesta personal: “Viaje al siglo XX. Terence Davies y el cine”. Pero mi mayor anhelo es que podamos ofrecer un curso compartido entre quienes estamos acá.
Quiero expresar mi agradecimiento a todos los camaradas que me acompañan en Con los ojos abiertos; todos escriben sin el reconocimiento económico que merecen (y que alguna vez lograré subsanar), y todos lo hacen con un compromiso que me conmueve y me obliga a desempeñarme mejor.
Por supuesto, este sitio no tiene sentido sin ustedes, queridos lectores, queridas lectoras; algunos conocidos, otros desconocidos, algunos amigos, otros no tanto, pero todos y todas indispensables para sostener viva la palabra y el deseo de saber. Empieza oficialmente una nueva temporada. Muchas gracias por acompañarnos.
Roger Koza / Copyleft 2022
*Fotografías: Desde el puente de un barrio de Hamburgo (RK; 2022); Árboles en la noche (RK;2022).
Hola, Roger.
A propósito de un pequeño artículo que estoy preparando para una revista, en los últimos días pensé y discutí mucho sobre algunas de las cosas que por coincidencia (que no por casualidad, seguramente) desgranás acá. Igual que acerca de algún otro artículo tuyo anterior (o de algunos), hay algo en lo que quizá pondría un matiz en relación con la cuestión de la subjetividad. Diría que la crítica es subjetivista, sencillamente, siempre que su centro esté en el sujeto y no en el objeto. Siempre que se mantenga del lado del sujeto. No importa (aunque claro que no digo que sea lo mismo) si ese centro es el gusto, una idea de la historia o una idea filosófica o teórica. La teoría y la filosofía también están del lado del sujeto, no menos que el gusto. En otro lado, hablás de una crítica física. No sé bien si sigo ahora lo que decías entonces, pero quizá una crítica más cercana al objeto sea eso, una crítica más física: qué hace la película, cómo y con qué lo hace. Claro que esa crítica se da con más… naturalidad cuando la película nos conmueve (lo que sea que eso quiera decir). Si veo, por ejemplo Objective Burma!, puedo decir: “mirá cómo caen los hombres en paracaídas», «mirá la cara de Errol Flynn”, “mirá cómo cavan la tierra, cómo cortan la caña para construir una camilla”. Y parto de esas constataciones para tirar del hilo y entender qué hizo la película en mí (porque, naturalmente, tampoco es posible, ni deseable, prescindir de sí) y cómo lo hizo. ¿Esto es formalismo? Solo hasta cierto punto, me parece. Porque lo que busco son las conexiones que habilita la forma, lo que hace que lo objetivo se vuelva subjetivo. Pero, bueno, esta sea quizá otra cuestión (y trabajosa). Pensaba que cuando uno no ha sido conmovido (o no se ha conmovido) es mucho más difícil hablar porque falta esa piedra de toque perfectamente material donde anclar para tirar del hilo. Y si el ancla falta, ¿qué hacer? Porque entonces solo se puede hablar de la película en relación con eso que falta, con el recuerdo de lo que pasa cuando eso sí está. ¿Y está bien hablar de algo por lo que no es? Siempre me ha parecido que no. Pensaba también que para poder hablar quizá sea necesario pensarse como si una misma fuera la medida del espectador. Tengo la sensación de que incluso Daney lo hace así. Al menos, a veces. No sé.
Y, perdón, lo que debí decir primero es felicitaciones por las nuevas actividades y por las incorporaciones de este año. ¡Seguimos!
Nunca se bien cómo agradecerte lo de este sitio Roger. Gracias a encontrar esta página hace ya 4 años y a ver filmoteca descubrí un amor por el cine que sinceramente desconocía. Gracias a los ensayos de Prividera entendí un modo de pensar el cine y la política cómo jamás lo hubiera pensado, gracias a las publicaciones de García conocí directores y películas tristemente olvidadas y gracias a cada persona que ha escrito y comentado en este sitio he aprendido más de que lo que siquiera imaginaba. Pero especialmente gracias a vos Roger, cada texto que has publicado aquí, desde las críticas breves hasta los ensayos me han hecho darme cuenta de otra cosa que me apasiona tanto cómo el cine y es la crítica de cine. Sus críticas y las de este sitio siempre son inteligentes y superan las críticas de compromiso de los diarios o de ciertos portales que se limitan a sintetizar la trama y resaltar alguna actuación. Tal vez las críticas de cine no cambien al mundo, pero al menos sus críticas me han cambiado a mí y eso se lo voy a agradecer toda la vida. Feliz 2022 y felicitaciones por los nuevos proyectos!
Estimados amigues:
Es algo fuera de lo habitual encontrar en una página de crítica cinematográfica pasajes como estos:
«…retomar y resucitar el problema de la verdad, un concepto exangüe en las conversaciones públicas y un presunto tópico superado en la filosofía del siglo XX.
«En la crítica de cine se suele soslayar a la verdad por el solo hecho de que el lugar común de la esfera estética supone que es imposible cualquier justificación de objetividad, y por lo tanto saber la razón por la cual una película es buena es tan inadecuado como imposible».
En realidad es algo fuera de lo común encontrar planteos de este tenor en casi cualquier sitio. Quizá no sea casual que aparezca en un sitio de crítica cinematográfica, por motivos históricos: estamos en un período en el que el problema de la verdad fue mayormente abandonado por la filosofía, a la vez que la existencia del cine se volvió problemática y difusa, rodeados y orientados como estamos por todo tipo de pantallas, mientras la crítica cinematográfica busca su lugar en el mundo de las mercancías, sea en el mundo de la virtualidad como en los diversos modos de circulación en papel. Quiero decir: en 2022 parece percibirse que el cine es un asunto del siglo xx, el mismo siglo que terminó por renunciar a la verdad. Aunque más no fuera por mera coincidencia cronológica habría que pensar si existe algún otro vínculo entre estos dos acontecimientos, Quizá lo único asombroso es que nadie se asombre, cuando escribe o lee sobre cine, acerca de qué es lo que está haciendo, sobre qué base se afirman sus ojos, sus oídos y sus manos. Por el solo hecho de reponer esta pregunta por la verdad y distinguirla de la mera validación por el gusto (el placer, el goce, etc) este texto es una saludable anomalía:
«Eso, probablemente, a una cantidad de colegas no les debe siquiera interesar, pero misteriosamente está en el espíritu del debate social y por ende de la crítica» dice Roger. Digamos: los colegas creen no estar interesados pero están metidos hasta el cuello en el problema, aunque su mirada se desoriente hacia otro lado: las taquillas, los festivales, el streaming, el canon y las diversas formas de admisión, ingreso, permanencia, ascenso y jerarquías política y económica en la «comunidad cinematográfica». Curiosamente, el problema de la crítica en este mundo infectado de pantallas es cómo lograr hacerse visible.
Roger remarca el vínculo de la escritura sobre cine con «visiones relacionadas con algo que ya tiene una genealogía física en el mundo», donde creo que hay que enfatizar particularmente la palabra «mundo», restituyéndole algo que la genealogía física no parece estar en condiciones de nombrar: la historia. Si vamos a tomar distancia de nuestros gustos (no para abandonarlos, sino para pensarlos), no sé si la vía del léxico de la física es el que pueda reponer la verdad que la inmediatez del gusto nos oculta. Porque la palabra «física», para establecer un vínculo entre el cine y la escritura sobre cine, no puede desligarse de una historia fisicista-positivista a la cual el perspectivismo vino a cuestionar. Tengo dudas que los enconos y la inmediatez del gusto en el que se encuentran empantanadas las discusiones sobre cine (o sobre política) puedan ser revinculadas con el problema de la verdad a través de una física, sin que la física sea sometida a una crítica tan severa como la que merece el perspectivismo y la hermenéutica. Al menos habría que hacer ver en qué sentido la experiencia cinematográfica puede entrar al terreno del lenguaje a través de una física y cómo se relaciona la física con la historia, con el mundo simbólico, dado que la experiencia física del mundo está muy lejos de ser algo de acceso directo. La palabra «física» tiene una historia por momentos intimidante en la civilización occidental y no puede pasar naturalmente a regir el decir y escribir (ni siquiera el ver y oír) sobre cine. La palabra «física» ya tenía una relevancia atroz en la filosofía presocrática, la mantuvo en la aristotélica (a la que tanto le debe todo discurso sobre estética) y desde la modernidad (me refiero a la revolución copernicana, no a la nouvelle vague) la física se puso al comando del mundo humano. Entonces son dos las palabras que merecen ser vueltas a pensar, para salir del pantano del gusto (y también del pantano del objetivismo): verdad y física, y la segunda no termina de organizar el conjunto de problemas que electriza a la primera.
Agregaría que ojalá los enconos y los refugios en la inmediatez del gusto estuvieran articulados alrededor de algún círculo hermenéutico, dado que la vocación hermenéutica incita a comprenderse a sí misma y sus propios límites, para retornar al punto inicial con un recorrido nuevo, mientras que la inmediatez del gusto se anega en su propia conformidad y quiere cualquier cosa menos volver a pensarse.
Un problema similar veo en el intento de reformulación propuesto por Carla en su pendulación entre el sujeto y el objeto. Otra vez: es la tradición temible de estas palabras la que nos invita a usarlas con temblor. El sujeto estético encerrado en la inmediatez del gusto no va a ser rescatado por una «vuelta al objeto», ni por un intento de revincular el objeto con el sujeto. Nada hay evidente, ni físico ni verdadero, en el uso acrítico de los términos «sujeto» u «objeto» para acceder a la verdad de la experiencia cinematográfica, ni «lo que hace que lo objetivo se vuelva subjetivo». ¿Es una película un objeto? ¿El cine lo es? ¿Un espectador o un crítico son sujetos? Entiendo que Carla intenta decir todavía algo más en su propuesta de repensar la experiencia de la conmoción como punto de partida para escribir sobre la fricción entre una película (o el cine) y lo que ella hace en mí. Creo que, por ese lado, por lo que se produce entre la película y el que habla y escribe (mucho más que una serie de fenómenos físicos, por cierto), hay mucho por caminar, siempre que no quedemos atrapados por la propia inercia simbólica que tienen palabras como «sujeto» y «objeto» para naturalizar la experiencia cinematográfica.
Quizá este comentario sea el más inútil de todos los tiempos, pero necesito señalar estas sospechas terminológicas para que un extraordinario suceso como la vuelta a la pregunta por la verdad no termine encerrado en fisicismos, objetivismos y subjetivismos ya tan naturalizados
Saludos
Ufff… Para mí no es ni un poco inútil tu comentario, Oscar. Nada hay evidente. Me gusta, además, este modo de avanzar en la discusión, según el que nadie dice nada tan definitivo, ni agota su último argumento a la primera, sino que espera una respuesta (mientras que al mismo tiempo las afirmaciones no son nada débiles). Sobre la cuestión de fondo, no puedo seguir ahora, pero quise decir que leído y gracias.
Estimado Roger: Simplemente, muchas gracias por tu trabajo y tu resistencia.
Que se puedan desarrollar los nuevos y viejos proyectos Roger! Por la eterna continuidad de esta sito!
Muchas gracias Mariano; espero que estés muy bien en Bariloche. Abrazo.