LAS COSAS QUE DECIMOS, LAS COSAS QUE HACEMOS / LES CHOSES QU’ON DITR, LES CHOSES QU’O
El deseo de los otros
La vida sentimental tiene exegetas en la literatura y en el cine. En Francia, existe una vasta tradición en la materia, y en el período moderno del cine de ese país algunos nombres propios han iluminado ese dominio de la existencia que a nadie le es indiferente y sobre el cual no se pueden tener certezas absolutas. En efecto, las películas de Rohmer, Truffaut y Garrel, por citar cineastas lúcidos, han prodigado retratos variopintos del universo inestable de los sentimientos. Quizás Emmanuel Mouret no esté entre los más ilustres de la tradición mencionada, pero no desentona en ninguna de sus películas sobre relaciones de parejas y ostenta la clarividencia compartida de aquellos maestros: filmar sentimientos no es una cuestión sencilla, la opacidad los define en la conciencia, la ambigüedad los caracteriza en la experiencia.
En Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, el título no es una cortesía del marketing ni un anuncio general para orientar al que pueda interesarle. Es la indicación de un obstáculo para los personajes y un hiato entre la palabra y los actos que define la naturaleza del drama amoroso en el que participan. En un momento un personaje dice algo que es indesmentible: “Es curioso cómo unas palabras encadenadas pueden cambiar las cosas en nuestro interior”. Es un pasaje decisivo en la vida de una de las tantas parejas móviles y vulnerables que pueblan el universo acotado de clase y pertenencia generacional elegido por Mouret, quien no teme urdir un relato caleidoscópico erigido por flashbacks yuxtapuestos en el que novias y novios, amigos y amigas se ven envueltos en derivas sentimentales en las que pueden existir el engaño y la mentira, pero en las que jamás rigen la crueldad y el castigo.
Todo empieza con la visita de un traductor, al que le gustaría ser escritor, a la casa de campo de su primo. Por un accidente laboral el primo ha viajado a París y lo recibe la compañera, que está embarazada de tres meses. La confianza se establece en pocos minutos y muy rápidamente comienzan a conversar sobre sus vidas. Contar historias de amor suele ser un tema predilecto de las novelas, sugiere la mujer, y ese será el tema de sus charlas. Los recuerdos y las experiencias amorosas aluden a situaciones bien distintas, lo suficiente para demostrar las variables en cada caso.
Más o menos inverosímiles pueden ser los giros y las sorpresas narrativas que depara el relato, porque la precisión y el énfasis están puestos en seguir los pormenores de lo imprevisible y más aún del no saber mudo pero constante que amenaza la transparencia de un sentimiento. ¿Cómo saber si lo que se siente es lo que se siente y no un autoengaño? Lo más arduo consiste en saber si lo que se desea es realmente lo que se desea. La atracción es heteróclita: dos personas se gustan por lo que los diferencia, o lo opuesto, por aquellos gustos innegociables que descubren compartir y que aseguran un mutuo entendimiento. En varias escenas se dispensa alguna que otra hipótesis al paso.
El método de Mouret tiene una sola falencia. Todo el mundo circundante, todo lo que no es estrictamente propio del amor permanece suspendido, como si las contingencias cotidianas fueran un ruido molesto y una distracción impropia para la indagación de los sentimientos. Esa predilección denota un matiz de clase y revela un límite cinematográfico, bastante frecuente entre los cineastas abocados a filmar la vida sentimental. Las pasiones amorosas nunca están disociadas de otras pasiones, y ningún amor es indiferente a todo eso que sucede cuando se cree encontrar en los ojos del otro la cifra del mundo.
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Las cosas que decimos, las cosas que hacemos / Les choses qu’on dit, les choses qu’on fait, Francia, 2020.
Escrita y dirigida por Emmanuel Mouret.
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*Publicada con otro título por La Voz del Interior en el mes de febrero.
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Roger Koza / Copyleft 2022
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