BERLINALE 2022: UNA MUJER CON UNA CÁMARA
A esta altura de las circunstancias, Claire Denis conoce todos los secretos del cine. La edad no pasa en vano, a veces para bien. La cineasta francesa empieza su estudio más certero sobre el deseo en la relación amorosa (las anteriores y no las mejores en su haber, Viernes en la noche, Bastardos y El sol interior) en una postal del Edén. Los personajes que interpretan Juliette Binoche y Vincent Lindon disfrutan del mar como si fueran descendientes remotos de Adán y Eva en el siglo XXI y en época de pandemia. La transparencia del mar es alucinante y la felicidad que transmiten los dos nadando, besándose y tomándose de la mano es una evidencia incuestionable del placer de estar con alguien. Valerse de la sospechosa nitidez del registro digital para enfatizar la luminosidad y acaso la concomitante plenitud de los amantes es un toque de distinción estético meritorio y un principio a demoler formal y conceptualmente. Los sentimientos jamás son diáfanos y el deseo pertenece a una cualidad de la conciencia determinada por la opacidad. A medida que el relato avanza, la oscuridad también y en todos los sentidos.
En Avec amour et acharnement (Con amor y determinación, tal podría ser la traducción al castellano), Denis se limita a seguir la descomposición paulatina de un vínculo amoroso que en el inicio se presenta como sólido e inalterable. Cuesta reconocerlo, en el cine y fuera de él: la economía libidinal es ingobernable. Sucede que el deseo puede encenderse en un cruce azaroso con un desconocido o un viejo conocido, como pasa acá cuando Sara (Binoche) ve a la distancia a un viejo amor, François (Grégoire Colin), a quien no ve desde hace casi una década. El solo hecho de verlo precipita una desorganización afectiva, ni qué decir si François se comunica más tarde con Jean (Lindon) para hacer un negocio juntos. Bastaba sin embargo ese cruce en la calle, antes de ponerse la máscara para entrar a la emisora de radio, para saber el costo potencial de un posible reencuentro.
En ese aspecto, lo que sucede en cada escena es un pequeño milagro: el desvanecimiento de la relación se enuncia en cada gesto, en el movimiento de las cejas en Lindon, en la mirada inconexa de Binoche, en el desacoplamiento de los cuerpos de los dos cuando en la noche hacen el amor para negar a la fuerza un sentimiento compartido de que algo ha pasado. Cuando Sara expresa honestamente “que el amor por alguien nunca muere del todo”, al decirlo entiende que todavía puede gobernar los hechos que se avecinan a voluntad y conjurar lo que puede suceder. Pero la película es clarividente y taxativa: el deseo no es un fenómeno contiguo a la voluntad, más allá de que la yuxtaposición de ambos suele ser una ilusión para la conciencia. En este sentido, la película desmantela hasta las últimas consecuencias la esperanza de imponer un orden capaz de detener lo que suscita una situación de esta naturaleza. Una escena menor, incluso cómica, en la que Sara, después de dejar caer su teléfono en la bañadera llena (para permitir que suene el llamado desesperado de François mientras Jean le transmite convincentemente que si ella quiere intenten volver a estar juntos), va al otro día a un local de teléfonos para recuperar su número es una impiadosa nota de lucidez. No se puede borrar la memoria de un deseo como se la elimina en un teléfono; empezar todo de cero constituye una fantasía de niños, un pase mágico solamente posible y efectivo en los juegos de infancia.
En el cine de Denis existen dos organizadores simbólicos constantes: el deseo y el poscolonialismo; fue en Bella tarea, la obra magna de la directora, donde el entrecruzamiento de ambas variables conoció el balance perfecto. En Avec amour et acharnement las cuestiones poscoloniales son un fondo orgánico a la trama. El personaje de Lindon tiene un hijo negro de su matrimonio precedente que vive en Vichy con su abuela por una cuestión de custodia. Las razones por las que estuvo en prisión no se dan a conocer del todo y tampoco las razones de la separación, apenas insinuaciones, pero ese hecho le ha prodigado alguna sabiduría, como se puede apreciar en una escena en la que el padre y el hijo discuten sobre el futuro del joven de 15 años, instante en el que Denis aprovecha para cuestionar los lugares comunes de la discusión racial. Esa conversación tiene un contrapunto doble en los programas de radio de Sara, que suele entrevistar a personalidades asociadas a temáticas políticas actuales. De hecho, los entrevistados son referentes en cada tema tratado.
Pero es el deseo el tema esencial de Avec amour et acharnement, cuya estructura lógica puede establecerse en la dialéctica del cuidado del otro y el de sí en un enlace compartido que se afirma en la intensidad, como también el daño al otro y a uno mismo por desconocer cómo expresar y acomodar lo que no coincide en la demanda propia o ajena o lo que directamente no se entiende ante ciertas circunstancias cuando el deseo se fuga en otra dirección. Lo que pasa entre Binoche y Lindon es descarnadamente contundente, porque los personajes jamás descienden a ese espacio demasiado transitado en el cine “arte” en el que se imponen la misantropía y el egoísmo, como una explicación existencialista equiparable a la verdad de cualquier sujeto. Denis elige el respeto, lo sostiene aun cuando la intensidad del sufrimiento es intolerable y la confrontación hiere. La percepción de que algo ha sucedido en la pareja protagónica es indesmentible. La aparición de un tercero ha trastocado el acuerdo tácito de los amantes, pero ni la guerra de los sexos ni la habitual mezquindad con la que muchas veces (psicoanalíticamente) se inviste el deseo son los modelos elegidos por Denis. En esto la película es una singularidad, como también lo es el registro preciso del rostro y los cuerpos de los intérpretes. En los momentos de mayor conflicto el plano escogido es casi siempre sostenido y extenso; la pareja coexiste en la misma unidad espacio-temporal mientras rivalizan y pelean. Al mismo tiempo, los cambios de escala de plano suelen delinear una emoción específica en cada protagonista. En un primer plano del rostro de Binoche resplandece la totalidad de la tristeza del personaje, en otro la desorientación radical que la sobrepasa. Con Lindon acontece algo equivalente: un movimiento de cejas cifra el nacimiento de la desconfianza; un acercamiento a sus ojos escribe en el aire la vulnerabilidad que su maciza estructura física no podría siquiera develar a los golpes. Los personajes ya no saben si se aman, pero la cámara jamás los abandona en la desesperación.
Como suele pasar en las películas de Denis, en Avec amour et acharnement también desfilan los miembros de su universo fílmico: están los actores y las actrices de siempre, suena la magnífica música de Tindersticks e incluso hay ciertos pasajes secundarios que remiten a otras películas de Denis. Cada viaje en subte recuerda a 35 rhums y constituyen sin más un placer inmediato. Aunque el obsequio inesperado de Avec amour et acharnement es la presencia de Bulle Ogier. ¿Quién iba a decir que la veterana actriz tendría a su cargo el comic relief? El hijo de Jean está por salir de su casa y en ese momento la abuela le recuerda al nieto: “No te olvides del barbijo”. Dicho así es nada, con la elegancia de Ogier y en ese momento del relato, reírse es inevitable.
Roger Koza / Copyleft 2022
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