FICIC 2022 (06): UNA PELÍCULA SOBRE PAREJAS
ASÍ NO, DE OTRA MANERA
Tras el poco concurrido y amargo estreno de su último film, una pareja dominicana de realizadores acepta sin titubear, a pesar de no tener un proyecto o idea alguna de qué filmar, una oferta de financiamiento para la realización de un nuevo film. En la escena del pitching de la película que nadie sabe cómo será, los realizadores abrazan la ambición de hacer “el gran documental sobre Santo Domingo”, un hito para la historia del joven cine dominicano que presentará “beneficios intangibles” para quien sea su inversionista. Así comienza Una película sobre parejas, dirigida, escrita y, en un juego de espejos, protagonizada por Natalia Cabral y Oriol Estrada, una obra que aporta a una larga tradición de películas autorreflexivas que hablan sobre cine una mirada lúdica e irónica sobre el oficio cinematográfico en la periferia latinoamericana actual.
Salir a la calle a filmar es el primer paso, el siguiente, el más complicado, es pensar. A lo largo del film, los protagonistas se preguntan frecuentemente sobre qué puede resultar interesante filmar y mostrar. Estas preguntas, más que un estudio de mercado, se integran a la pregunta capital que sobrevuela todo el metraje: ¿cómo filmar un país que no fue lo suficientemente filmado? En una escena que tiene lugar durante un paseo en un parque, Cabral y Estrada se debaten la forma con la cual encarrilar al documental: piensan en hacer una película sobre gente con perros, o quizás sobre gente con niños, como ellos, o mejor un documental observacional a-la-Frederick Wiseman-, o por ahí arriesgar con algo más lírico, algo sin personas, algo con una poética como la de Apichatpong u Ozu. El glosario de nombres y formas que antecede a la solución final de hacer una película sobre parejas lejos de ser una gratuita exposición cinéfila es una declaración de curiosidad. Por cada referencia o idea que barajan los personajes, la puesta en escena del film se modifica según la meditación sobre el cómo. Proceder, sentido y con sentido, que remite al modernismo cinematográfico y despliega en pantalla la construcción de la propia película que estamos viendo. El juego autorreflexivo conoce así la dulce cumbre de hacer de este film una película sobre cineastas, cuyo film dentro del film es el viaje por los ambientes y atmósferas de una ciudad en búsqueda de otras parejas.
Tal como los personajes que interpretan, Cabral y Estrada salen armados de una idea a registrarlo todo. Una película sobre parejas pone en escena la tendencia contemporánea de hacer films de pesca y organización, ni ficciones ni documentales, cine que no nace a partir de lo estrictamente fijado en papel sino que se lanza iluminado por el faro de una idea a registrar y acumular materiales para luego estructurar, montar y encontrar el film. “Necesitamos conflicto, el cine es conflicto”, sentencia Cabral frente a los caóticos planos capturados en las arduas jornadas de rodaje del documental. Las problemáticas inherentes a la filmación de una película y el constante ajuste de la mirada con la que se debe registrar a los otros son los conflictos que sostienen la mayor parte de Una película sobre parejas; film que en su arrolladora heterogeneidad adopta el conflicto del documental de la puesta en abismo: la relación entre hombres y mujeres que deciden vivir su vida unidos.
Una secuencia que toma lugar en un teleférico sirve de transición entre el planteamiento de los cimientos de la película dentro de la película y el comienzo del rodaje. Junto con los rasgos más crudos y documentales del film aquí convive la estética casi predominante de planos fijos abiertos, distanciados y dueños de una esmerada plástica detectable en las cuidadas paletas de colores de los decorados, poética que denota plano a plano el artificio de Una película sobre parejas. En el teleférico, un montaje paralelo intercala dos cabinas en movimiento: en una Estrada conversa con un hombre y en otra Cabral con una mujer, en cada cabina dos mitades de dos parejas diferentes. Los sentimientos sobre la vida en pareja emergen, se plantean problemas, desigualdades de género y algunos deseos tensionados por la convivencia y la llegada de las hijas. En aquellos planos alternados entre sí que encuentran movimiento gracias al desplazamiento del teleférico, se amalgaman figura y fondo: los barrios, las montañas y las calles que se ven tras el cristal no son ornamento para los oradores, aquí paisaje y personajes son parte de lo mismo. Lo universal se alcanza a través de su relación con lo individual, y gracias al no borramiento y no disimulo de las realidades particulares de los sujetos que construyen una comunidad. En esta película sobre películas y sobre Santo Domingo, la noción de un cine representativo de lo dominicano se complejiza, se abre, pero no se licua: son ellos y son también los otros, todos con sus problemas y amores, es la imagen minúscula y la grande.
Siguiendo la pista de una pareja de ciegos Cabral y Estrada filman un barrio popular con su gente y sus colores; con una pareja de colectiveros acceden a registrar un atisbo de la vida cotidiana en las calles de la capital dominicana; con una pareja de bailarines retratan a todo un salón de soneros; con una pareja de brujos documentan la caída de la noche en un cementerio donde los fantasmas parecen convivir íntimamente con los vivos. Ríos y selva, calles y cemento, Una película sobre parejas tiene el hambre de un cine en emergencia cuya líbido está puesta en la búsqueda de sí mismo, pero que sabe no engolosinarse con el ombliguismo. Filmar todo es eventualmente filmar a un otro, y de allí la cuestión: ¿cómo filmar a alguien de otra clase social? ¿Cómo no ser injusto con el retrato de lo ajeno? No parece haber posibilidad de respuesta sino es primero exponiendo las propias contradicciones y el propio poder que guarda quien registra: “parece África”, dice Cabral al ver un travelling que muestra una feria callejera, y remata irónicamente: «es super festivalero, los críticos europeos se van a volver locos con eso». Es República Dominicana pero puede parecer África a través del cine, el manoseo de la verdad y la injusticia está a un clip de distancia, para beneficio de algunos y perjuicio del cine.
Una película sobre parejas es la antinomia del cine latinoamericano de fórmula ajustado a la buena digestión del circuito de legitimación festivalero y crítico europeo. Cabral y Estrada vuelcan todo sobre un doble filo: hay pobreza en tanto exposición de la misma pero también como denuncia ácida de la explotación extractivista de esas imágenes, hay colores locales en tanto cariño para con ellos pero también como ejemplo de la imagen estereotipada que se vende cuál espejitos de colores al exterior, hay política en cada una de estas decisiones pero no en forma de comentarios almidonados para satisfacer la corrección política de una platea bien pensante.
Aquel esquema getiniano que describe al cine latinoamericano como aquel que se debate entre lo posible y lo deseable se complejiza en la contemporaneidad ya que el centro parece haber sabido recapar su tutelaje por sobre la periferia con una lámina afable: ¡Vengan, traigan sus favelas, sus llamas, sus músicas estimulantes, sus viajes de ayahuasca, sus culturas patriarcales católicas apostólicas romanas, sus ríos selváticos, su realismo mágico! ¡Los recibiremos con alfombras rojas, coproducciones y algún premio! Pero cuidado, cuidado con el caos, con la mixtura, con jugar con los géneros, con buscar un lenguaje muy suyo.
Una película sobre parejas se inscribe en la tradición de películas latinoamericanas que se animan a desear un nuevo horizonte de lo posible.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2022
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