EL GANADOR / THE FIGHTER
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Alan Koza
LA CONTIENDA INFINITA
El ganador/ The Figther, EE.UU., 2010
Dirigida por David Owen Russell. Escrita por Scott Silver, Paul Tamasy, Eric Johnson
El film más convencional de David Russell, a pesar de sus concesiones diversas, no deja de ser una película intensa y socialmente sensible.
Hay una distinción necesaria y obvia en la traducción del título original de la quinta película de David Owen Russell en nuestra versión vernácula. The Fighter no significa El ganador sino El luchador. Aquí, la vieja sabiduría literaria acerca de que toda traducción implica una traición resulta pertinente.
Aunque El ganador puede parecer una remake de Rocky, tal vez menos infantil y machista si así fuera el caso, la sociología primitiva de los filmes de Stallone es sustituida aquí por una aproximación política y psicológica más compleja. La lucha excede al cuadrilátero y el entrenamiento concomitante; la contienda es secretamente otra, y el verdadero rival es incorpóreo.
Inspirada en hechos reales, más allá de lo que eso signifique hoy en el cine, las vidas del campeón tardío Micky Ward (Mark Walhberg, quien se preparó por años para el papel), oriundo de Lowell, Massachussets, y de su hermano mayor, Dickie (Christian Bale), boxeador eximio cuyo gran mérito fue dejar en la lona en un combate a Ray Sugar Leonard pero sin vencerlo, excede a la dialéctica del éxito y el fracaso. Los hermanos, sin duda, tienen un lugar en el panteón del pugilismo mundial, pero más notable parece ser el lugar simbólico que ocupan en el imaginario de Lowell y la clase social a la que representan.
Símbolo del desarrollo de la industria textil en el siglo XIX, Lowell, en la década del ’90 no era otra cosa que más que un páramo posindustrial y un emblema de la precariedad de la clase trabajadora estadounidense. Desde el inicio, El ganador sitúa su relato en un contexto familiar y social. Su costado deportivo es casi anecdótico, pues esencialmente la película funciona como un retrato político e incluso antropológico. El heterodoxo y rústico matriarcado liderado por una madre, aquí devenida en manager de su hijo boxeador va mucho más allá de un detalle en la vida de Micky. Es la revelación de cómo un sistema económico y una cultura rudimentaria se inscribe en la intimidad e interacción de quienes viven en esas coordenadas.
La gran virtud de Russell es jamás burlarse de sus personajes; nunca está por arriba de ellos. Su altura de cámara es simétrica: mira siempre desde una perspectiva igualitaria. Por eso puede mostrarlos sin ridiculizarlos: una riña entre mujeres, Dickie saltando por la ventana de una casa para que su madre no lo vea narcotizado, incluso los diálogos machistas cuando Micky conoce en un bar a la mujer que le ayudará a cambiar la dirección de su vida, carecen de crueldad y nunca humillan.
El relato es sencillo y lineal: del hundimiento casi insoslayable de la carrera de Micky, un boxeador ya en edad madura, El ganador mostrará su inesperado resurgimiento y posterior coronación como campeón del mundo en su peso, tras vencer agónicamente a Shea Neary en marzo de 2000. Pero lo que parece importarle a Russell son las circunstancias paralelas en la vida de Micky: desde el encarcelamiento de su hermano y la superación de su adicción, pasando por una ruptura momentáneo con toda su familia, hasta convertirse en campeón, el gran combate de Micky no le resultará desconocido a cualquier sujeto que haya conquistado su propia autonomía: diferenciarse de su familia y doblegar las condiciones que impone pertenece a una clase es una pelea durísima.
Formalmente, Russell elige la discreción. La experimentación de Tres reyes y Yo amo a Huckabees quedan relegadas a pocas escenas: el modo de registrar los combates, más documental que televisivo, sugiere que ese gladiador no es otra cosa que un hombre cuyo cuerpo es su única fuerza de trabajo. El hiperactivismo de Dickie a veces se traduce en el montaje. En ocasiones, los planos experimentan cortes abruptos, como mimetizándose con la conducta de Dickie. En un pasaje en el que Dickie padece su abstinencia de crack en la cárcel, Russell trabaja sobre una superimposición en donde las memorias del personaje atraviesan su desesperación orgánica.
Entre el desempleo y la precariedad, El ganador sintetiza un poco el mito por antonomasia de la sociedad americana: la voluntad de un individuo lo puede todo. Lo interesante es que al mismo tiempo Russell sugiere difusamente su opuesto: del trabajo colectivo (y familiar) pueden surgir respuestas insólitas para atravesar la escasez y la inequidad propia de un sistema económicamente perverso, sin perder la dignidad y sin traicionar la decencia.
Esta críticia fue publicada en otra versión por La voz del interior.
Roger Alan Koza / Copyleft 2011
Coincido con tu opinión y me pregunto, Roger: ¿estoy muy equivocado o algunas películas hollywoodenses (como ésta) captan la atmósfera de la vida de las clases medias-bajas con menos demagogia y más verosimilitud que los argentinos?
Y cambiando de tema: me quedé con ganas de leer tu crítica sobre el último film de Eastwood, que anunciaste a principios de año.
Fer: es una buena pregunta; lo único que puedo decir con certeza es que el tema pasa por cómo entrelazar relato y contexto, sin hacer del contexto un texto, lo que suele devenir en demagogía. Eastwood: viene en marzo. Abrazo para vos. RK
Roger: ¿por qué decidiste empezar a especificar en números tus calificaciones?