REFLEXIONES SOBRE CINE
EL CINE EN UN SENTIDO EXTRAMORAL
Por Roger Alan Koza
Las relaciones de la filosofía con el cine no son recientes. A principios del siglo pasado, Henri Bersgon, y unas décadas después Walter Benjamin, entendieron la importancia del cine como fenómeno popular y como perfeccionamiento y evolución de nuestra especie, centrada en la percepción visual. Lógicamente, cuando el cine devino en espectáculo algunos representantes oficiales del Logos vieron en él un sistema colectivo de barbarie, una modulación vil y banal de subjetividades destinada al embrutecimiento de las masas.
Pero muchos otros, herederos de Parménides y Platón, vieron en el cine algo fascinante y esencial del tiempo histórico en el que se desarrolló, un arte heredero de la revolución industrial cuyo poder intrínseco no es otro que el de trabajar en varios órdenes de la percepción y la cognición sobre dos categorías medulares de la filosofía: el espacio y el tiempo.
Es quizás la primera gran intuición que Clément Rosset deja entrever en su libro Reflexiones sobre cine. Este sofista contemporáneo, miembro del linaje “herético” que prefiere el aforismo al silogismo, la crueldad de la lucidez al confort metafísico, dice: “La similitud entre la percepción cotidiana y el guión técnico (découpage) cinematográfico es tan grande que podría razonablemente considerarse que, a fuerzas iguales, el segundo termina por influir sobre la primera”. Esta ósmosis entre el ojo y la cámara no siempre liberaría la mirada. El cine puede reproducir y representar, y por tanto ocultar, un orden social dado, pero también puede otorgar visibilidad a ciertas prácticas y aspectos de lo real inaprensibles para el ojo orgánico. Es lo que Rosset identifica en el cine de Godard como una suerte de extraño realismo integral, pues Godard, según el autor, halla en la realidad bruta cierto matiz fantástico. Diríase entonces que el cine puede capturar “un atisbo fugitivo de lo real”, el excluyente objeto cinematográfico sugerido aquí por el filósofo.
Reflexiones sobre cine está dividido en dos secciones: una larga y amena entrevista con Roland Jaccard abre el libro; luego, 8 ensayos, que no son correlativos entre sí, van delineando algunas tesis sobre el cine en general, la representación del terror y la cuestión del doble. Hitchcock, Spielberg, Bresson, Godard, Clair, y algunas de sus películas, funcionan como ejemplos pertinentes para que Rosset vierta sus conceptos. “La otra realidad” y “El objeto cinematográfico”, primer y último ensayo de la segunda parte del libro, son los textos más valiosos y teóricamente densos.
Pero es en la entrevista en donde Rosset hace apuestas más fuertes. A contramano de la predilección cinéfila por el western, el filósofo advierte en el género, incluso si se trata de Río Bravo, de Hawks, un “brebaje moralizante, que catequiza e infantiliza al espectador imponiéndole su adhesión a una distinción pueril entre bien y mal, justo e injusto”. Rosset concibe el western como un instrumento didáctico en sintonía con el fanatismo y el crimen, de lo que infiere un síntoma y una cifra de la paradójica seducción experimentada por sus colegas en la década del ’70 por este género, en su mayoría simpatizantes de Mao y Lenin, y enemigos del imperialismo norteamericano.
En tres páginas gloriosas, Rosset propone una taxonomía (y una hermenéutica) de las lágrimas en el cine. Lloramos de risa, felicidad y tristeza. Pero existe una cuarta expresión del llanto que comporta una emoción de otro orden y una verificación del triunfo de lo viviente sobre la entropía. Dice Rosset: “Me emociono en el cine cada vez que hay una victoria de la vida frágil sobre la muerte inamovible, victoria de la energía vital sobre los potentes contrapoderes que se le oponen”. Quienes hayan visto el último plano de Rosetta, de los hermanos Dardenne, podrán saber rápidamente de qué habla Rosset.
Reflexiones sobre cine, Clément Rosset, El cuenco de plata, 126 páginas
Esta crítica fue publicada en la revista Ciudad X, en el mes de febrero 2011
Roger Alan Koza / Copyleft 2011
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