EL NACIONAL
LA ARQUITECTURA DEL SABER
Cruzar las puertas de “EL” Nacional Buenos Aires es entrar en un espacio-mundo diferente. Durante algunos años trabajé dando clases en el curso de ingreso y recuerdo vívidamente la primera vez que entré: me llamaron mucho la atención las escaleras, como si fuera necesario aclarar desde el inicio (desde el ingreso, el primer ingreso, parafraseándome) que en ese edificio sólo se sube. En la entrada, las escaleras se las observa desde abajo –tal como se hace en las primeras escenas de la película; son imponentes, marmóreas, inmensas; se ubican en el medio de los amplios pasillos con ventanas en los laterales que dejan rabiosamente pasar el sol. El edificio es imponente en sí mismo y esa característica se extiende a sus habitantes. Alumnos, profesores, cuerpo directivo, no docentes viven ese espacio. Es un recinto que se lo apropian, por derecho, por convivencia, por ideología.
Alejandro Hartmann entendió perfectamente esta apropiación. El sentido del Buenos Aires se palpa en el aire, en los reflejos que entran por los amplios ventanales, en los sillones señoriales de la magnífica sala de profesores, en los rincones olvidados, en las aulas donde se enseña, se dialoga, se milita, se conversa. Pero también esa apropiación está presente en los pasillos y también fuera de la escuela, en la vereda, en las escaleras donde los alumnos se reúnen. Allí, en esos espacios mixtos, entre el afuera y el adentro del colegio, la discusión es heterogénea. Temas diversos como más educación sexual ahora ESI y reclamos de la comunidad LGBTQ tiñen el interés de los estudiantes, también hay otras demandas políticas. Los habitantes del Nacional pertenecen a una comunidad que se apropia del espacio por derecho, por compañerismo, por ideología.
Pertenecer a esa comunidad implica virtudes y defectos, y las indesmentibles contradicciones que definen el conflicto en le interior de la institución. Sin dudas, el colegio es el mas prestigioso de Buenos Aires y ese prestigio se tensa cuando los discursos de las autoridades, al recibir a lo ingresantes, mencionan que estos alumnos son los elegidos. Mientras la institución inviste su prestigio, la cámara de Hartmann prioriza revelar la diversidad social y económica de todos los alumnos.
El saber como privilegio
La cámara y la mirada de Hartmann y su escaso equipo de producción es siempre meticulosa en sus recorridos. Detecta, junto con los espacios, los tiempos en los que el colegio vive. Este presente que no puede ni debe olvidar el pasado – ni el reciente ni el más lejano que mira a los chicos desde los innumerables cuadros que cuelgan de las paredes de cada rincón y ese futuro- se encarna en las voces y en los cuerpos de los jóvenes de hoy que se mueven con soltura y con inteligencia. La película tensa la cuerda del tiempo, critica el conservadurismo que hereda del pasado (reciente y no tanto) y a la vez proclama la necesidad de un cambio en varios sentidos. El colegio siempre ha evolucionado, pero sabemos que no siempre la evolución es hacia adelante.
El colegio es en si mismo uno de los grandes capitales culturales de la Argentina. Usina de mentes brillantes, acá los jóvenes aprenden no solo las asignaturas cotidianas, sino que además aprenden a debatir, a luchar por sus derechos, a enfrentarse con dignidad a las autoridades. El saber siempre es un privilegio, porque conocer implica siempre un plus y determina la experiencia. Lo que se añade a través del conocimiento es irremplazable y moldea la experiencia, tal como lo muestra Hartmann en su documental; aprender filosofía, Idiomas, matemática, pero también ejercitarse en pensar y debatir comprometiéndose con las ideas y haciéndose cargo de una ideología que no es otra cosa que reconocer una cierta mirada sobre el mundo y su historia.
Pero El Nacional también recorre el edificio con laboriosos encuadres que dicen algo del edificio y su historia, ángulos elegidos en los que destellan la luz y el conocimiento, un espacio de saber que persiste en el tiempo en el que se intenta que el saber ilumine la existencia propia y la cercana.
Marcela Gamberini / Copyleft 2022
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