CRÍTICAS BREVES (2)
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Alan Koza
Amigos con derechos / No Strings Attached, de Ivan Reitman, EE.UU., 2010 (**): el secreto de esta comedia romántica sobre la transferencia amorosa, sin por esto desestimar la legítima posibilidad de que un hombre y una mujer (u otras combinaciones posibles) puedan disfrutar de tener sexo sin constituir una pareja, consiste en una excelente combinación entre un guión sólido y una puesta en escena inteligente. Aquí, los personajes parecen personas, las locaciones de Los Ángeles lugares reales, a pesar del artificio edilicio de esa ciudad espectáculo. Desde adolescentes, Adam (Ashton Kutcher, quien parece ser un Kevin Costner de su generación, es decir, un actor clásico que los supuestos grandes intérpretes salidos de la fábrica gestual del Actors Studio), un escritor que trabaja como asistente de dirección en una serie televisiva, y Emma (Natalie Portman, en otro papel sufrido pero con matices e instantes de placer, es decir, más una neurótica que una psicótica en tutú como en El cisne negro), una médica exigente, se gustan, pero pasarán muchos años hasta que finalmente empiecen primero a acostarse y después a enamorarse. Ivan Reitman y Elizabeth Meriwheter asumen las premisas del género en clave contemporánea, y si bien los clisés característicos están presentes (la consagración del romance, una boda, un funeral, amigos compinches, y la familia como una institución omnipresente), el director y la guionista le imponen al relato una madurez poco frecuente en la construcción de los sentimientos y el vínculo entre los personajes, sin apelar al conservadurismo típico en donde el sexo se ordena en función del amor; esencialmente, Amigos con derechos es una película libertaria, y el retrato de la psicología femenina es más complejo de lo que parece. El excelente gag sobre un remixado de temas musicales que directa e indirectamente sugieren el período menstrual es un brebaje sonoro ideal para conjurar la truculenta oda de Arjona al sangrado mensual del supuesto sexo débil.
Sólo tres días, de Paul Haggis, EE.UU., 2010 (*): este thriller esencialmente ridículo se predica de una forzada escena pasajera en donde Russell Crowe, antes de devenir en una suerte de detective, ejerciendo como profesor de literatura expone el nudo problemático del Quijote en torno a cómo ciertas circunstancias nos llevan a la irracionalidad, aunque el comportamiento y las decisiones del personaje de Crowe, más que irracionales, son casi sin excepción inverosímiles. ¿Qué tal un profesor de literatura a los tiros con unos dealers en los suburbios de Pittsburgh? El amor lo puede todo, se dirá, aunque la moraleja del film es que en Internet se puede aprender de todo, desde hacer llaves maestras hasta abrir autos con pelotitas de tenis. Tras una secuencia inicial en la que se establece el conflicto (el malestar de la mujer de Crowe, Lara, interpretada por Elizabeth Banks), una dulce escena familiar con el único vástago de la familia tiene lugar. Es un instante de amor puro interrumpido por un allanamiento policial violento anticipado por un piloto con sangre. Lara irá presa, y toda la evidencia confirmará su culpabilidad. Tras varias apelaciones, la decisión de Crowe es liberar a su mujer en sus propios términos, y bien le servirán los sabios consejos de un Houdini penitenciario encarnado por Liam Neeson. El apóstata de la Cientología, también guionista y director, Paul Haggis suele apostar por la tragedia y las situaciones límite para hilvanar sus historias con pretensiones existencialistas. Como en todo drama penitenciario, la simpatía por la fuga de un inocente es atravesada por el suspenso de saber si logrará o no escapar, y es aquí donde la imaginación de Haggis resulta esquemática y acomodaticia. Musicalizada hasta el hartazgo y exorcizada la trama de toda ambigüedad para evitar cualquier gris moral, excepto si se trata de matar drogadictos, el destino final del héroe y su familia ni siquiera admite una lectura irónica o, en su defecto, ser interpretado como chiste político.
Sanctum, de Alister Grierson, EE.UU-Australia, 2011 (°): este filme clase B, inspirado en un evento real, y que remite un poco a El abismo, una vieja película de James Cameron (que aquí oficia de productor ejecutivo, y de argumento de marketing), consigue lo imposible: convertir un filme de aventuras en unas cuevas subterráneas de Nueva Guinea (que parecen de la peor utilería), entre buzos y exploradores de otros mundos, en un insignificante drama filial en donde un padre dedicado a expediciones varias y su hijo, enojado con su progenitor por sus ausencias y distancias, intentarán sobrevivir junto a otros miembros del equipo de investigación, después de que un temporal los deje atrapados a miles de metros bajo tierra mientras paulatinamente el río inunda el lugar. “Confía en la cueva, sigue el río” es el mantra paterno, lo que cifra la esperanza de encontrar en ese laberinto acuático una salida al mar. Psicología berreta y poesía utilitaria, pues ni siquiera la repetición de algunos versos de “Kubla Khan” de Coleridge alcanza para remediar la fealdad de las cuevas, el poco ingenio para filmar en espacios reducidos y utilizar a favor los pocos planos abiertos, la grotesca profundidad psicológica de los personajes y los conflictos ilógicos que surgen a medida que el peligro difuso acecha, ya que en este ecosistema los animales, las plantas, e incluso los extraterrestres brillan por su ausencia.
Copyleft 2011 / Roger Alan Koza
Interesante la crítica de «Amigos con derechos». Me hizo acordar a la última de James L. Brooks, «How Do You Know», defenestrada en todas partes, aunque es cálida y respetuosa con sus personajes. Por supuesto, no es una obra maestra, ni siquiera una gran película, pero parece ser que cualquier peli romántica que trabaje ciertos códigos no totalmente contmporáneos está condenada al fracaso.
Así me pareció. RK
Amigos con derechos / No Strings Attached
La forma en que la inmensa mayoría de las actrices más famosas de Hollywood, se muestran (o mejor dicho, se esconden) en escenas relacionadas con el sexo, impide que muchas de estas secuencias alcancen la intensidad (dramática o cómica) que la circunstancia requiere. Me cuesta entender la mojigatería de la mayoría de ellas para mostrar sin prejuicios sus cuerpos aunque no sean de una perfección absoluta. Natalie Portman, no es la excepción en este filme. Creo que unas de las pocas actrices del star system que se salva de esta crítica es Kate Winslet, quién se desnuda donde hace falta, y hace gala en esas escenas de un erotismo que lleva la intensidad de las imágenes a límites que otras actrices no logran. Y vaya como ejemplo, mas allá de los méritos de la película, las secuencias eróticas de la película El lector (The Reader). Me disculparan si parece una reflexión machista, pero es un despropósito, que tratándose de una película donde el sexo ocupa un lugar central, el único desnudo que vemos en una sola escena, es el culo de Ashton Kutcher. Este recato, afecta seriamente la efectividad de las escenas en la cama, donde se filma con una falta de imaginación absoluta y se resuelve mal el remate supuestamente cómico de muchas de ellas. Por contraste, me viene a la memoria la escena de sexo jugada entre Ben Stiller y Malin Akerman en Matrimonio compulsivo (The Heartbreak Kid, 2007), donde por el contrario, uno no puedo dejar de reír ante la sucesión infinita de posturas sexuales que ella trata de imponer, ayudada la escena por el vértigo del montaje, que nos lleva a irrumpir en la carcajada más estruendosa cuando el personaje de Stiller, agotado de esta maratón de sexo, le pide si podrían tan solo hacerlo en la tradicional posición del misionero.
Acuerdo con Marcos Rodríguez quien escribió en el último número de El Amante, que en Amigos con derecho, la película “intenta hacerse la canchera hablando de sexo todo el tiempo (porque eso es lo que hacen los jóvenes hoy en día), pero los chistes son infantiles”.