EN EL PAÍS DE DAVID
Una nación no es otra cosa que una azarosa delimitación lingüística, geográfica y antropológica en la que un conjunto de conjuntos de mujeres y hombres comparten en el tiempo un ethos, tradiciones diversas y una historia política. Al referirse a Canadá, como sucede con tantas naciones erigidas en el gran continente americano, su genealogía comporta una historia de conquista, lo que explica los dos idiomas oficiales y la conjunción de idiosincrasias con derivas políticas e identitarias no siempre alineadas por un mismo interés y sensibilidad. ¿Cómo hablar entonces de cine canadiense? Entre todos los cineastas nacidos en ese país, David Cronenberg es a quien se lo identifica de inmediato como la cara visible de esa cinematografía. ¿Es el gran maestro de Crímenes del futuro el mejor representante de Canadá? Quizás. El punto de partida será el cine de Cronenberg y el análisis de una de sus películas, pero de ahí en más nos detendremos en las “provincias estéticas” del país de Cronenberg. Se tratará entonces de nombrar a un cineasta y elegir una de sus películas para entrever la dificultad de comprender la cinematografía de un país. Invocaremos los nombres de Claude Jutra, Donald Shebib, Jean-Claude Lauzon, Denis Côté, Guy Maddin, Patricia Rozema, Bruce LaBruce, Sofia Bohdanowicz, Atom Egoyan, Sarah Polley, Don MacKellar, y Rhayne Vermette, y, a través de ellos y ellas y sus películas intentaremos delinear alguna idea en común, si es posible, sobre el cine canadiense de las últimas décadas.
Roger Koza / Copyleft 2022
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