LOS NAUFRAGOS

En una sala de cine, pocos placeres son comparables a aquel que se experimenta frente a una película que se toma todo su tiempo para explicitar su tema y el tono anímico con el cual se la habrá de encarar. En principio, el título de la película de Ignacio Rogers parece desmentir la naturaleza indeterminada del relato, que es la única constante de Las fiestas. Bastan, aparentemente, los primeros minutos para entender que tratará de un reencuentro familiar en una quinta entre una madre y sus tres hijos en la víspera de la Navidad. Esa promesa se cumple, y la película en su superficie no es más que eso. Pero no lo es. 

Misteriosa anomalía la de Las fiestas. Ejemplos: la heterodoxa variación de los encuadres, los diálogos, la historia de la hija de la mejor amiga de la madre, el pequeño viaje de Mali al pueblo, la escena final en la pileta. Y también las notas de un oboe que irrumpen sobre lo obvio para hendirlo. El punto de partida y el esqueleto de Las fiestas es el del género navideño, pero las escenas se desvían de la búsqueda de bienestar que suelen albergar tales películas. La de Rogers no será jamás un clásico de fin de año que se emite en televisión para acompañar al espíritu navideño. Lo único que comparte con ¡Qué bello vivir! de Frank Capra, modelo platónico del género, es un pequeño pesebre sobre la máquina de café en un hospital y unas guirnaldas sobre un cartel.

Las fiestas es el segundo largometraje de Rogers. Su debut como realizador fue El diablo blanco (2019), una de terror que tampoco respetaba lo que se espera estrictamente de una película de ese género. La trayectoria previa del cineasta era la de ser un intérprete recurrente de las películas del cine independiente vernáculo. Su biografía quizás explique un poco el buen desempeño de todo el elenco; la dirección actoral es férrea. Cecilia Roth está magnífica como una sobreviviente de un paro cardíaco cuya conducta oscila entre la piedad y el desvarío; lo mismo con sus hijxs: la tensión física y psíquica del profesor de gimnasia de Daniel Hendler, la bronca contenida de Dolores Fonzi, que es una madre divorciada, y Mali, la hija trans que hace lo que puede para mantener su trabajo en un bar como moza son caracterizaciones orgánicas al relato. Todos los personajes podrían haber sido reducidos a un estereotipo, pero se imponen como singularidades. Todos los personajes, además, son queridos por el cineasta, porque podrían haber sido criaturas risibles y funcionales para instrumentar una misantropía impune. Pero Rogers los ama. 

En Las fiestas, no hay un encadenamiento de escenas con un destino dramático ineludible. El conjunto no se dirige hacia una explosión dramática en la que algo se concluye. El naufragio espiritual de todos los personajes es perceptible, también los rencores e incluso el afecto compartido. La película se asienta más en la elegancia del registro y en la voluntad de opacar la motivación en cada escena. Varios pasajes introducen un cambio de perspectiva que enrarece lo que hasta en ese momento sería una escena entre otras, como cuando Hendler imita a “un viejo pájaro”. La distancia sugerida por el plano general a mitad de la escena y su sostenimiento revelan una poética.

Quizás le falte algo más a Las fiestas para encumbrarla. ¿Un instante de catarsis? ¿Mayor vehemencia en sus certezas? ¿Un descenso total hacia la angustia de los personajes? Puede ser. Pero la película resiste y se apoya en sí misma porque es fiel a la inmanencia del presente, el cual, de un momento a otro, puede prescindir de todo aquel que viva en él.

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Las fiestas, Argentina, 2022.

Dirigida por Ignacio Rogers. Escrita por Ezequiel Díaz, Esteban Lamothe, I. Rogers, Alberto Rojas Apel y Julieta Zylberberg.

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*Publica por La Voz del Interior en el mes de enero 2023.

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Roger Koza / Copyleft 2023

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