SOBRE LAS NUBES
TODOS DE PASO
Si los fenómenos atmosféricos tuvieran que ser asociados a temperamentos religiosos, el viento debería ser cristiano y las nubes budistas. El primero no se ve pero se reconoce el paso de su ser en los objetos que mueve; en el caso de las figuras cambiantes y pintadas por el sol o las luces de la ciudad que flotan en el cielo, su propia naturaleza efímera liga a las nubes a la intuición de todos los budistas: la impermanencia de todo lo que existe. Se podrían enumerar otras figuras de la naturaleza que también evocan posiciones espirituales, como las montañas que nunca dejan de sugerir el movimiento ascendente del espíritu o las flores que proponen la hermosura de una vitalidad que tiene su límite en la inmanencia.
A los grandes cineastas, tales figuras les importan: Joris Ivens filmó el viento y cumplió la misión estética de toda una vida; Pelechian lo hizo con las montañas (y el cielo de los astrónomos); muchos cineastas soviéticos hicieron de las flores un motivo de poesía materialista, aunque nadie las inmortalizó como Dovzhenko. James Benning le dedicó una elegía a Harun Farocki de 77 minutos con un único plano en el que los protagonistas exclusivos eran los hidrometeoros a los que llamamos nubes. María Aparicio también sintió la necesidad de filmarlas. Lo hizo durante el día y la noche, y en blanco y negro. .¿Es su película una elegía, un tratado sobre el budismo, una excusa para citar a un puñado de escritores magníficos como Borges, Saer o el inolvidable Vasili Grossman? De los mencionados y de algunos otros ilustres de la palabra se leen algunos fragmentos dedicados a las nubes, pero la película dista de ser un ensayo sobre estos.
La joven cineasta cordobesa de 31 años recién empieza. Sobre las nubes es su segunda película. La primera se tituló Las calles. En ambas películas, el lugar elegido era decisivo para la trama. En Las calles, los pobladores volvían a bautizar las calles de Puerto Pirámides con distintos nombres, sustituyendo el número por nombres, o la matemática por la historia. En Sobre las nubes, todo el relato se circunscribe al centro de la ciudad de Córdoba. Los escenarios elegidos cubren una superficie no muy extensa que todo cordobés puede reconocer, más allá de que el procedimiento formal de la película devuelve una representación enrarecida de una ciudad muy transitada. En las dos películas, además, el sentimiento de comunidad tiñe la evolución narrativa.
Es que el tema de Aparicio no es otro que el lazo social. Todas las escenas de Sobre las nubes están orientadas a contraponerse a dos secuencias clave en las que el concepto de individuo se disocia de estar con otros y ser junto con otros: la interrogación mecánica durante un censo en la que se existe para la estadística; una entrevista colectiva de trabajo en donde la competencia disimulada como creatividad y la humillación acallada por vergüenza vuelven irrespirable ese segmento. (Para detectar la altura de la cineasta, basta señalar la subjetiva que coincide con la atención del personaje que omite a la empleadora y prefiere observar el juego de unos pájaros en un árbol que se divisa desde la ventana). En ese contrapunto la película erige su poética y política.
En Sobre las nubes, cinco personajes de distintas edades, con oficios diversos, pero todos pertenecientes a la clase trabajadora asalariada, ocupan el centro de la escena sin cruzarse jamás, a pesar de que transitan un mismo espacio. Hay una excepción: una joven que canta y toca la guitarra, quien trabaja en lo que consigue, se encuentra en cuatro momentos simbólicamente decisivos con dos de los otros cuatro personajes: un hombre de unos cincuenta años, padre soltero, que cuida de su hija con esmerada dedicación y padece muchísimo estar desempleado, y un joven que ha llegado del interior y se desempeña como cocinero. Los otros dos personajes son una empleada de una librería y una instrumentadora de un hospital; la primera, joven como el cocinero; la segunda, adulta como el padre sin trabajo. Estos personajes conducen el relato, pero los secundarios distan de ser decorativos. Añaden una cualidad, una forma de existencia. Por eso, ni el vendedor de globos, ni el señor que atiende un quiosco, ni tantos otros están para ocupar espacio y tiempo. La delicadeza de la película radica en plasmar la dignidad de las existencias ordinarias y en delinear una forma de relación que no esté determinada por el interés económico, incluso cuando el trabajo es una demarcación del uso del tiempo.
Hay un detalle menor, en una escena, en la que un reloj de pulsera glosa simbólicamente el dilema general de cualquier criatura consciente: ¿qué hacer en el tiempo y con el tiempo? ¿Cómo no perder el tiempo, cómo no perderse en el tiempo? Nadie está exento de aspirar a algo más que a un buen trabajo. Tomar clases de teatro, aprender aikido, cantar en la calle, leer libros; cualquier acción que se sustraiga del imperativo laboral. En Sobre las nubes se insiste poéticamente sobre un pequeño núcleo de resistencia anímico ante la obligación de sostenerse materialmente. Saberse fugaz como las nubes, saberse de paso es el origen de la angustia y asimismo de la voluntad. Trabajar, solamente, cansa.
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Sobre las nubes, Argentina, 2022.
Escrita y dirigida por María Aparicio.
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*Publicada por Revista Ñ en el mes de marzo.
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Roger Koza / Copyleft 2023
Hola Roger
Anoche estuve en la presentación de «Sobre las nubes».
Una hermosura.
Por eso te escribo, porque después de la experiencia de verla, tengo que decir que no coincido con lo de «vidas rotas», que vos mencionas en tu crítica.
Yo no veo vidas rotas.
De hacerlo, estaría suponiendo un estereotipo de «vidas enteras», o «vidas sin fisuras».
Yo me encontré ante una película que proyecta la condición humana. En su propio espacio y tiempo cotidiano.
Es admirable cómo Aparicio registra los rostros, las más minimas expresiones de las miradas, los ojos cerrados, los movimientos habituales como un ritual. Los silencios. Lavar platos. Descansar una siesta. Cuidar las plantas. Pasear al pichicho..
Yo vi una cineasta, y su equipo, que toma la idea de eso admirable que es vivir cada día, aparentemente hacer siempre lo mismo, y sin embargo, habitar un universo de emociones. O de búsquedas interiores.
Eso: creo que el código común es que los protagonistas buscan algo. O se buscan a sí mismos.
Algo más, y hermoso de Sobre las nubes es la ausencia de diálogos. Hay ratos largos de acciones personales y eso me pareció revelador.
Las personas a quienes nos toca vivir solas tenemos eso común de no hablar con nadie en nuestro sitio íntimo. Allí están las acciones, y eso me pareció magistral. Las acciones que expresan el modo de ver el mundo.
Termino. Me emocionó cuando se revela quién le llamaba a Ramiro y él que no quería atender. Quizá porque empecé a sentir el «nido vacío» porque mis dos hijos se fueron a vivir a la ciudad.
Y agrego: ese final del sonido de lluvia sobre el asfalto, una genialidad. Es el final de las nubes, ciertamente..
Saludos desde Cuesta Blanca.
Estimada Susi:
Es curioso: uno de los intérpretes, y también el productor repararon en la conceptualización de «vidas rotas», pero observaron exactamente lo opuesto a su comentario; vieron en ese concepto algo revelador de la película.
Disiento yo con usted en esto: una vida rota no presupone un vida entera; presupone lo arduo que es trabajar en una dirección opuesta a la imposición de una forma de vida que no se elige y en la que se asienta un modo de empleo del tiempo. Nadie tiene una vida entera, pero lo que diferencia cada vida singular es cómo se confronta al destejido de un deseo, la derrota de un anhelo o el olvido de lo elegido. El otro concepto enlazado al de «vidas rotas» es el de «no reconciliados».
Es que Sobre las nubes no es una película feliz; una pausa sobre vidas que van siendo machacadas o están ya machacadas, o los vínculos que permiten atenuar ese destino no puede ser vista como una película luminosa, solamente. Lo es, pero no completamente; hay un contrapeso semántico que amenaza. Eso también lo dije ayer.
Sobre lo otro que usted describe no tengo comentarios; es más o menos lo que he escrito y dicho en esta crítica u otros espacios en el que me he referido a la película de Aparicio. Su señalamiento sobre la omisión hasta el final de la persona que llama a Ramiro es capital. Yo podría indicar otro: no mostrar a la instrumentista interpretando su papel en escena. De ese mostrar y no mostrar la película erige su poética. Eso la hace grande.
Saludos. R
Saludos.
R