DIARIO DE LA FILMOTECA
MINIATURAS HISTÓRICAS EN LA MEMORIA DE UN COLECCIONISTA
En las 365 entradas que equivalen a los días del año, todas acompañadas por una fotografía o un fotograma que matizan y exornan textos disímiles en estilo y extensión, se labra una memoria del cine que es también la memoria de un siglo y el destino ya jugado, irreversible y feliz, de su autor. Tener en las manos Diario de la Filmoteca no es solamente transitar por una historia del cine lateral erigida por una contienda quijotesca contra la indefensión de la memoria del cine. Es algo más.
En efecto, la inexistencia de una cinemateca nacional ha convertido a su autor en un obstinado cruzado que siente el deber de acopiar todas las películas en fímico que todavía existen para cuidarlas y hacerlas durar. Hay títulos conocidos y desconocidos, títulos que se buscan por el placer de coleccionar para divulgar, pero también aquellos que se encuentran por azar en subastas, adquisiciones a ciegas, consignaciones de distribuidoras que dejan de existir o incluso entre medio de la basura. La praxis del archivista es acá algo más que el testimonio de un esfuerzo por reunir la materia dispersa y singular de la memoria del cine que perdura en cada fotograma. Quien toca el hermoso objeto ensamblado por Blatt & Ríos de 435 páginas toca la vida de un hombre.
No hay muchos libros como Diario de la Filmoteca. La libertad de su prosa es poco frecuente. Conjura por igual la obediencia estilística de la retórica académica con sus efectos castradores como la eficiencia desangelada y disciplinada del periodismo cinematográfico que hace del lenguaje un subsidiario de la información. Eso no le resta rigor analítico y precisión histórica cuando se necesitan; tampoco la elegancia verbal elude suministrar información pertinente. Cada día se ajusta al estímulo que provocó la escritura para el diario. Puede ser un descubrimiento de una película jamás vista, un fragmento sin nombre de un noticiero sin procedencia, la inscripción en una lata, las observaciones de un viaje ligado a una proyección o un festival, la lectura de algunos números de una revista pretérita o la revisión de materiales para un ciclo o un curso.
La prosa fluye y responde al autor según lo que precise en cada caso: puede dirigirle una carta conmovedora a un cineasta que jamás conoció ni conocerá porque es miembro del elenco estable de la nada desde hace décadas; puede homenajear a un destornillador, reponer meticulosamente el contexto de recepción de una película en un tiempo lejano, conjeturar la conversión religiosa de un proyector, describir una secuencia en la mejor tradición de eruditos como David Bordwell o dejar constancia de los milagros acaecidos por el santo oficial de la Filmoteca, el grandioso Lon Chaney. Basta apreciar el desglose de la entrada del 19 de mayo titulada “Más allá”, dedicada a Cita en las estrellas (1949), de Carlos Schlieper, para constatar cómo opera la erudición de Peña. Basta leer “Un mundo mejor” del 6 de junio, día del arribo de una copia comprada en 35 mm de Llegan los Muppets, que no es otra cosa que un panegírico en honor de Jim Henson, para saber que la lucidez no tiene por qué estar disociada del corazón. Dice: “Desde el asombro de algunos sketches de Plaza Sésamo hasta películas como El cristal encantado (1982) o Laberinto (1996), obras maestras nunca superadas, uno tenía la sensación de estar viendo algo completamente nuevo, alejado tanto de Hanna-Barbera como de Disney… Se notaba que detrás había una persona extraordinaria, que comprendía a la perfección la forma de pensar de un niño o de un adolescente. Henson fue entonces lo que ahora Miyazaki: uno de esos talentos que logran conservar su pureza (y con ella su potencial innovador) en el medio de la jungla de la gran industria”.
El voluminoso diario tiene la impronta del imprevisto y lo aleatorio en apariencia; está en las antípodas de un tratado, lo que no significa un subjetivismo caprichoso en los temas elegidos y una aproximación conceptual circunscripta a la mera doxa; Peña conoce muy bien de qué habla y también la razón de su práctica. En otro tipo de montaje del texto, se podrían reconocer las recurrencias y con mayor facilidad establecer varias series conceptuales que delinean una concepción de la preservación, una tesis general sobre la relación de la historia del cine y la Historia, una visión política del cine, una perspectiva crítica y una noción de cinefilia.
En el libro debe haber directa o indirectamente más de cincuenta alusiones a la censura, en distintos períodos y países; es una serie conceptual perceptible y notoria. Sea en Argentina, Estados Unidos o la Unión Soviética, el sexo y la política son los dominios predilectos de los administradores de lo permitido y lo verdadero. La entrada del 30 de julio sobre Stalin es ejemplar: después de 1953, la figura de Stalin en La batalla de Stalingrado (1949), a la que Peña asocia por las secuencias de la batallas a los cuadros de Cándido López, se esfumó sin más en los nuevos cortes de la película, distinto al original que es la que posee la Filmoteca, gracias a que Isaac Argentino Vainikoff, el responsable de la colección ArtKino que distribuía películas soviéticas mayoritariamente y confió el destino de las películas al cuidado de la Filmoteca, desobedeció el mandato de destrucción de copias previas a 1953 que llegaba desde Moscú. Otra serie sorprendente sería la que puede observarse alrededor del archivo cinematográfico y la Historia. Es una obviedad si se piensa en los documentales, no tanto en las ficciones que son siempre una condensación del imaginario de una época. Pero los casos más extraordinarios que incluye Peña están relacionados a rollos de noticieros no identificados o a películas familiares de la época: en esos se puede divisar un Zeppelín cruzando Buenos Aires, casi 90 años atrás, escuchar a Desiderio Fernández Suárez refiriéndose con orgullo a la restitución del habeas corpus (fusilará a varios civiles unos meses más tarde), o a Juan Carlos Onganía, entonces comandante electoral de los comicios, declarando su satisfacción por la normalidad modélica de una elección (quince meses después liderará el golpe que destituyó al presidente Illia, ganador de aquella jornada democrática).
Para los cinéfilos el libro será un mapa de descubrimientos. Si bien Peña puede dedicarles algunas páginas a Buster Keaton, Alfred Hitchcock, Hugo del Carril o Lauren y Hardy, o también detenerse en alguna que otra película solitaria ya consagrada, los cineastas ignotos o desplazados por los consensos y las películas que han sido omitidas de los grandes libros de la historia del cine son felizmente numerosos. ¿Quién ha visto El destino de mi condena, El último montonero, Los gorriones no pueden cantar o En tu sangre viven? Es imposible no desear ir en busca de esas películas. Lo mismo podría decirse después de leer los apartados sobre Eloy de la Iglesia, Yuliya Solntseva, Alain Jessua. Algo similar sucede con varias actrices y actores elegidos. Nunca, o casi nunca, son los más conocidos.
No se puede leer Diario de la Filmoteca sin reparar en que la sustancia de sus textos constituye una respuesta vital a la dilación de instrumentar una política de Estado para la preservación del patrimonio audiovisual. Si los funcionarios de los últimos gobiernos nunca pudieron siquiera interpretar la razón por la cual una cinemateca nacional constituye un imperativo de primer orden, quizás el libro pueda persuadirlos a pasar a la acción. ¿Lo leerán? Los días 28 y 29 de junio del diario deberían ser suficientes para eso. Allí, Peña se refiere a los esfuerzos y acciones que hizo Eddie Muller, el presidente de la Film Noir Foundation, para preservar los negativos a punto de perderse de No abras nunca esa puerta, Apenas un delincuente, El vampiro negro. Lo que hizo es exactamente lo que debería hacer una cinemateca. Quizás no se trate solamente de un impedimento burocrático. Peña enuncia no sin tristeza una hipótesis conocida sobre “el desprecio por lo propio… porque nada de nuestro acervo cultural puede compararse con lo que se ha hecho en Europa o Estados Unidos”.
Los libros de Peña son siempre idiosincrásicos, como el publicado el año pasado, Metrópolis. Pero este diario es una reinvención insólita y lúdica de un género confesional investido por una fuerza de trabajo en la que el pensamiento no está disociado de la mano, en la que el intelecto y el afecto, como el propio cuerpo, son artífices de la palabra. Ese es el secreto de este diario caleidoscópico, que cobija teoría y praxis, política y estética; en el que hay también espacio para las anécdotas y para el recuerdo de los amigos. Las anécdotas incluidas sobre Leonardo Favio y José Martínez Suárez son magníficas. ¿Qué decir de las 31 menciones de Fabio Manes, el gran amigo y camarada cinéfilo con el que hicieron de todo, incluido un fallido programa piloto de Filmoteca XXX? ¿Y de las 20 veces que se cita a Octavio Fabiano, el otro gran compañero de trabajo? Peña sabe que las palabras no resucitan a los muertos, pero al nombrarlos, al menos, se asegura que no solo sobrevivirán en su recuerdo. Los dos son personajes centrales del diario, protagonistas fervorosos de la épica de un hombre que hoy cabalga bastante solo.
El 30 de agosto, con el encabezado de “Impulso”, Peña anota: “Entre las cosas que me provoca el cine hay una que reconozco desde chiquito: el impulso de hacer un esfuerzo para entender de qué me están hablando”. Somos muchos los que vamos al cine a aprender, somos muchos los que luchamos contra la ignorancia mirando películas. La famosa “alegría sin fin”, el mantra secular de la Filmoteca, es también un aprendizaje sin fin. El diario es una prueba de lo que el cine puede hacer con una persona. Y, como Peña lo reconoce, la mejor forma de agradecer consiste en garantizar un encuentro con Joris Ivens y Akira Kurosawa, otro con John Ford y Leopoldo Torre Nilsson, otro con Chaplin y Keaton, con todos aquellos que forjaron una tradición con la que se aprende a creer en el mundo y quizás a quererlo.
*Publicado con otro título por Revista Ñ en el mes de mayo de 2023.
Fernando Martín Peña, Diario de la Filmoteca, Blatt & Ríos, Buenos Aires, 2023. 440 páginas.
Roger Koza / Copyleft 2023
Hermoso texto Roger. Gracias.