LOS CONVENCIDOS

LOS CONVENCIDOS

por - Críticas
31 May, 2023 05:13 | Sin comentarios
La última película del especialista en retratos solamente añade otro episodio notable a una carrera sin fisuras y pletórica de aciertos.

CREENCIAS PRESTADAS

En el episodio número tres, titulado “El hijo”, uno de los cinco que constituye la magnífica película de Martín Farina Los convencidos, el perspicaz cineasta introduce ese segmento primero con varias fotografías de quien es el principal protagonista del diálogo, desde su nacimiento hasta su juventud. Mientras las fotos fijas se ordenan cronológicamente y restituyen los típicos estadios de cualquier persona (el nacimiento, momentos de juego en la infancia, celebraciones familiares, la práctica de deporte, la visita a la iglesia, la graduación) varias personas, entre ellos el hijo, ahora un adulto, conversan en torno a la iniciación sexual, la religión y los abusos de los curas. Cuando Farina decide sustituir dichas fotos por planos de sus personajes, los planos empleados en un primer momento están dedicados a las nucas de aquellos. El procedimiento puede haber sido intuitivo o consciente, pero es la mejor exposición de todo lo que se revela en los casi 61 minutos de duración: pocas veces se sabe por qué se dice lo que se dice, pocas veces se tiene registro de la propia genealogía de las creencias, pocas veces existe ese misterioso pliegue de la consciencia sobre sí en el que se puede pensar sobre lo que se piensa. Los convencidos es una película sobre el pensamiento, sobre eso que solamente se adivina por sus efectos.

Todas las películas del director de El hombre de Paso Piedra y El fulgor se dirimen en alcanzar el núcleo de una acción subjetiva. Los elegidos de sus retratos caleidoscópicos pueden ser jugadores de fútbol en las concentraciones, un hacedor de ladrillos de adobe repitiendo su rutina, los exmiembros de una secta religiosa conjurando su pasado, un cineasta trabajando o una filósofa exponiéndose como materia en sí de su pensamiento; no importa la variedad de sus personajes, tarde o temprano la cámara atrapará el funcionamiento de una creencia. La obsesión ubicua del cineasta es filmar creencias. ¿Es posible? ¿Cómo se materializa en un plano aquello que mueve a un cuerpo y anima al espíritu? Una creencia es un hábito de acción, una palabra revestida de énfasis que permite a quien la detenta intentar ordenarse frente a todo lo circundante y asimismo resultar previsible, en cierta medida, a quienes interactúan con él o ella bajo circunstancias diversas. No todas las creencias son iguales, y las que le interesan al cineasta son las que definen la perspectiva del mundo y posicionan al creyente ante él.

En Los convencidos elige la palabra como punto de partida y la conversación como acción excluyente. Filmar gente hablando ya concita un desafío estético debido a que los intercambios verbales han sido subsumidos a un modelo de representación instituido por la lógica televisiva. La circulación de la palabra de los panelistas, la fatigada dialéctica de las entrevistas, los monólogos de los editorialistas tienden a abigarrar el discurso y someterlo a fines pocos esclarecedores respecto del lugar de su enunciación y el despliegue que existe para decir lo que se dice en un laborioso enhebrado de creencias que deja traslucir hiatos y opacidades. Filmar el discurso consiste en esperar el instante en el que emergen palabras rotas y por consiguiente se advierte cómo la contingencia desgarra la creencia que sustenta al creyente. “El acuerdo”, el cuarto capítulo, en el que varios hombres tras finalizar de jugar un partido de fútbol discuten sobre la ley y la moral en los negocios con el trasfondo de Hambre de poder, demuestra cómo puede conjurarse la palabra de la televisión y sus extensiones audiovisuales. Los cortes, los primeros planos, la interacción con el biopic sobre Ray Kroc, el hombre de negocios que encumbró económicamente la famosa cadena de comida rápida McDonald’s, irrumpen sobre los códigos de representación del habla filmada. Así, el lenguaje frente a cámara reestablece su índole crítica y su fuerza creativa.

El último segmento feliz de Los convencidos, en el que el dibujante Sergio Langer y el (ahora) cineasta Willy Villalobos discuten sobre la nada feliz película de Alfonso Cuarón, Roma, es un prodigio formal y expositivo de los tropiezos de las creencias, diálogo humorístico de primer orden en el que la lucidez emerge de la inconsistencia de la quebradiza argumentación de uno de los dos personajes. La pantalla dividida es apenas el recurso visible de varios otros que Farina incluye en este episodio. Menos evidentes resultan los primeros planos laterales o frontales con los que capta a la joven de 20 años que discurre sobre la libertad fiscal como si en ese concepto resplandeciera el secreto de la felicidad capitalista. Es un inicio devastador, ideológicamente devastador, en tanto quien toma la palabra más que transmitir un conjunto de premisas sobre un postulado filosófico acerca de la autonomía económica de un individuo parece una médium involuntaria de un endeble discurso anónimo que se sostiene en una superstición general vindicada por el sistema económico vigente. La protagonista es una convencida de ese orden darwinista desprovisto de cualquier sentido de comunidad y bien común, en el que la repartición de la riqueza solo es concebible asimétricamente, presuponiendo una mayoría silenciosa destinada a la sujeción y una minoría liberada por ser dueña de todo. ¿Quién habla cuando ella habla? Esa primera parte lleva por nombre “El plan”. ¿De quién? 

El segundo capítulo, titulado “El aviso”, comienza con una conversación entre una mujer mayor y su hijo. Él descree de los populismos, ella no tanto, pero a medida que avanza la interacción, Farina abandona la confrontación política y elige seguir el incomprobable aprendizaje de la mujer en sus pasos iniciales por el sendero espiritual en el cual su conciencia se dirige presuntamente hacia una conciencia integradora. La doctrina se desconoce, pero los cuadros sinópticos que se leen en un pizarrón durante una clase bastan para sugerir un sincretismo difuso en el que coexisten creencias dispares sin mayor fundamentación. Los intentos de la protagonista por aplicar lo que se le enseña en el curso, en el que se estudia la intuición, son entre estériles e irrisorios, pero Farina se exime de editorializar ese veredicto. Es suficiente contar con dos o tres escenas breves en las que se evidencia la inconsistencia de un razonamiento. La conclusión se predica de lo expuesto; los planos hablan y el montaje puede parecerse a un silogismo.

Los convencidos retoma, mejora, expande lo que el cineasta había delineado en su clarividente cortometraje El brazo de WhatsApp. En aquella película, la conversación de un grupo de amigos discutía sobre los motivos de tolerancia y exclusión de algunos miembros de un grupo de WhatsApp. En esta oportunidad, no se limita a la beligerancia microscópica que nace de los signos políticos de la “grieta” en el ágora virtual de una aplicación. La apuesta es significativamente mayor, más generosa y universal, porque atañe a la experiencia en sí de vivir de creencias, del hecho pocas veces asumido de que toda creencia depende de otra y esa misma de otra, entramado discursivo que tiene una historia compleja y contradictoria en la vida de cualquier persona, tenuemente percibida por la propia conciencia.  En el convencimiento, el pensamiento descansa en el idioma con el que se tallan las creencias. A un paso, nomás, se avecina la necedad.

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Los convencidos, Argentina, 2023.

Escrita y dirigida por Martín Farina.

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*Publica por Revista Ñ en el mes de mayo.

Roger Koza / Copyleft 2023