LA VIDA A OSCURAS
EL CUERPO DEL CINE
El cine no existe, lo que existe son las películas; si no las hubiera, la palabra “cine” sería un término vacío, una abstracción sin materia, a propósito de un modo de narrar posible y un sistema de percepción no orgánico que jamás conoció su paso de la potencia al acto. Pero las películas existen, de materiales diversos, desde 1895, cintas con fotogramas que en el movimiento del proyector y la luz que emana de este repone historas de amor, confrontaciones de ejércitos, viajes a la luna, crónicas proletarias, vidas infames u ordinarias, catástrofes y momentos estelares de un pueblo o una existencia individual. Se tardó un poco en reconocer el valor testimonial y arqueológico de cada película, hasta que un señor llamado Henri Langlois, con otros, concibieron una cinemateca, un espacio de acopio de todo lo fimado para su conversación y difusión.
Como Langlois, como João Bénard da Costa, com Manuel Martínez Carril en sus respectivos países, Fernando Martín Peña, historiador, coleccionista, divulgador, docente y también crítico de cine, sintió décadas atrás que la inexistencia de una cinemateca nacional en Argentina implicaba poner en riesgo la memoria del cine, en especial la del vernáculo, aunque no solamente. Por eso, décadas atrás, comenzó a reunir películas sin importarle la presunta relevancia de cada una en la historia del cine, luego entendió que necesitaba un espacio con ciertas características para la conservación de las películas, y de inmediato tomó la decisión de transformar su propia casa en una cinemateca del futuro. Lentamente, erigió una torre en un terreno del conurbano donde vive; hoy es el hogar de más de 8000 películas. Esta es la historia que respalda el retrato preciso y laborioso de Enrique Bellande sobre nuestro Noé y su arca del cine, y las tareas cotidianas que define sus días; esto es lo que relata La vida a oscuras.
Bellande prescinde de entrevistas y de cualquier otra aproximación didáctica a la vida del entrevistado. También deja en fuera de campo su vida privada. La voz en off de Peña puede añadir alguna que otra información de su trabajo, pero las tareas, más que explicarse, se ven. Peña viaja de acá para allá proyectando películas en distintas salas; Peña cuida las películas, las descubre, las clasifica, las ordena, las acarrera y las da a conocer. También las compras o las recoge con algunos entusiastas colaboradores de algún volquete de las calles porteñas o de un coleccionista que las vende. Bellande registra a Peña en acción. El historiador y divulgador escribe libros e introduce sus funciones, pero el hombre de la cinemateca pone el cuerpo. No es un gimnasta, pero sí una suerte de obrero del celuloide.
El gran desafío para Bellande residía en cómo filmar a un hombre sin que él mutara en mito y por consiguiente estuviera por encima de su materia. Asumió el riesgo y eligió la variedad y la microscopía. En los momentos más inspirados, La vida a oscuras revela la relación táctil de Peña con el cine y asimismo el vínculo olfativo con las películas. Bellande no solo sigue a Peña revisando con su nariz algunas copias para cerciorarse de que no están apeastadas por el síndrome del vinagre (señal del deterioro de las copias de acetato de celulosa), también prodiga planos hermosos de sus manos tocando los fotogramas o descubre el brillo de sus ojos a través de la luz del proyector.
Años atrás, Bellande hizo un film sobre la fe y la relación secreta que puede establecerse con la pobreza de un pueblo. Acá se ocupa de un obstinado amante del cine que profesa otro tipo de fe, acaso secular, sobre un arte que modificó nuestro entendimiento del mundo y el tiempo libre. La carencia de recursos y la menesterosidad del país persisten, Peña y su misión también.
***
La vida a oscuras, Argentina, 2023.
Escrita y dirigida por Enrique Bellande.
***
*Publicado por el diario La Voz del Interior en el mes de julio 2023.
***
Roger Koza / Copyleft 2023
Últimos Comentarios