FICVALDIVIA 2023: COLEGAS
Con cruzar el meeting point del festival, pasar por la zona de acreditaciones, esquivar a la gente que se aglomera a las cinco de la tarde durante la hora de cerveza gratis, pivotar mesitas donde algunos trabajan y otros se distienden, se llega a la puerta de un un anfiteatro grande y bien calefaccionado. Lo primero que uno se pregunta frente a su inmensidad y comodidad es porqué no usan ese espacio como una sala de proyección del festival. A la primera “micro” que pasa cerca de las finas paredes de la Carpa de la Ciencia de Valdivia, es fácil entender la sabia decisión. En este espacio destinado a charlas, podcasts y encuentros, en la mañana del jueves tuvo lugar un programa doble con una misma mesa: la presentación del Mapa del Cine de Latinoamérica y el Caribe y la charla “Programar y editar desde la crítica de cine”.
Los editores Ramiro Sonzini de La vida útil, Karina Solórzano de La rabia, Miguel Ángel Gutierrez de Oropel y Diego Cepeda, colaborador en Simulacro y editor Outskirts, fueron los expositores de esta charla moderada por los programadores Vanja Milena y Victor Guimarães. Una atmósfera de camaradería y amistad fue lo primero que afloró en el encuentro. Un dato que da cuenta del clima que genera este festival que, ayudado por las dimensiones de la ciudad, busca constantemente facilitar el encuentro de los participantes. Otro dato interesante es que el promedio de edad de la mesa apenas superó los treinta años. A esta altura, ya no es ninguna rareza encontrar gente joven fundando revistas de cine, portales o cualquier tipo de medio que permita expresar su palabra públicamente. Esto corre para Argentina, Chile, Brasil, México y varios lugares del continente. Sería un pecado que los festivales de cine de estas latitudes de nuestro sur no le prestaran atención a las cinematografías latinoamericanas. Una maldición ancestral debería caerle a esos organizadores y a los que también ninguneen a la crítica de cine que pulula y sobrevive a fuerza de amor por el cine. Por suerte este no es el caso de Valdivia: bendiciones ancestrales para su gente.
La charla estuvo partida en dos, la presentación y el intercambio. Los cuatro críticos y editores del panel, junto con otros colegas y la organización de Valdivia, fueron parte del “Comité Central” del Mapa del Cine de Latinoamérica y el Caribe. Un proyecto que nace un poco como contrarespuesta de las listas que buscan fijar cánones como la reconocida (e infame por su última edición de 2022) lista de Sight and Sound. Este nuevo mapa no busca generar un escalafón de películas ordenadas como “mejores”, favoritas o siquiera como más votadas. La idea es que hasta treinta participantes por país colaboren para crear una cartografía del cine de Latinoamérica y el Caribe y generar un sitio web en el que los usuarios puedan acceder a las listas individuales, a los títulos mencionados de cada país y a estadísticas que den cuenta de un mapeo de la historia de nuestro cine. Muchos pensamos que esta presentación iba a mostrar los resultados finales del proyecto, pero este sigue abierto. Si bien sus organizadores han cerrado gran parte del trabajo, ahora están a la búsqueda de críticos, cineastas y especialistas de los países (mayormente del Caribe) que resultaron subrepresentados tanto por películas como por participantes. Esta encuesta que cifra una voluntad arqueológica cinematográfica sigue, como diría Hugo del Carril, en marcha.
Es fácil sonar como un disco rayado con la palabra “arqueología». Pero es llamativo que en la presentación de cada expositor, Diego Cepeda leyó un mensaje de la editora de Simulacro, Julia Scrive-Loyer, en dónde la dominicana se refirió al Mapa como una labor de “arqueología crítica”. La noción simplemente vuelve y vuelve durante este Festival de Valdivia. Hasta las plazas de su ciudad insisten con este concepto que fue uno de los cuatro ejes que, pienso, definieron a la otra parte del encuentro matutino entre estos críticos, editores y programadores. Si hubiese que titular la charla a posteriori, “Arqueología, libertad, actividad y disponibilidad” sería una opción aceptable o al menos un buen subtítulo.
Las cinco revistas que representaron los expositores (sumo también a Outskirts) han tenido aportes notables en materia de exploración de las distintas constelaciones de las cinematografías de los países latinoamericanos. El mapa de críticas latinoamericanas y una actual investigación acerca de colectivos de cine de mujeres de La rabia; los rescates de entrevistas y textos que realiza con mucha periodicidad Oropel; el foco puesto en un cineastas como Carlos Reichenbach o Ignacio Agüero hecho por Outskirts; el reciente dossier sobre cine argentino clásico llevado a cabo La vida útil; son trabajos que generan interés interno y traccionan poco a poco la visibilización del cine y del pensamiento de nuestras latitudes fuera de su lugar de postergación en el mapa internacional.
Todos estos materiales nacen de la libertad que tanto editores como escritores tienen en estos medios. Es muy difícil imaginar que ejercicios arqueológicos como estos sean aceptados por revistas de cultura con dinero (si es que tal cosa aún existe) o medios hegemónicos de escritura que, de todas formas, en la mayoría de los países tienen pagas indignas para sus escritores. Este panorama explica algo de la emergencia constante de nuevos sitios de crítica. La gran mayoría de los espacios especializados de cine se definen por la hechura a pulmón y la precarización asumida de los esfuerzos laborales. La gente quiere escribir y ya, va y lo hace. Este presente de la amplia mayoría de la crítica especializada latinoamericana, lógico e insalvable en nuestro contexto, presenta como reverso una libertad editorial que se mueve por el deseo. La pasión de intervenir públicamente, por compartir lo que a cada escritor le conmueve o molesta, es para muchos la única nafta de esta actividad.
En un momento de la charla, Sonzini aproximó una concepción de la crítica como “el lugar donde revive la historia”. Hubo un acuerdo generalizado alrededor de esta idea en la mesa. Es cierto que la crítica es una invitación a ver y conocer: es el lugar donde algo de la indefinida experiencia cinematográfica puede ser recompuesta, analizada y articulada de manera tal que genere pensamiento y, por consecuencia, una educación de la mirada del espectador. Asimismo, Gutiérrez y Sonzini dieron un baldazo de realidad y remarcaron que cada uno de estos espacios escribe para muy poca gente. Este hecho, según el editor de La vida útil, termina por ser el fuera de campo de este tipo charlas y encuentros. El cordobés también recalcó lo imperioso que es salir del caldo de cultivo limitado a la cinefilia y a la vida festivalera en la que nacen este tipo de revistas de cine. Intentar programar películas, organizar ciclos y hacer presentaciones públicas, fueron algunas de sus propuestas para activar una movilidad de la crítica más allá del círculo endogámico del país del cine. Diego Cepeda, programador en Barcelona además de crítico, había dicho en su presentación unas palabras que bendicen esta idea: “La historia del cine no existe si no se proyecta”.
En un momento, Gutierrez achacó la actitud de cierta zona de la crítica que no critica, que se queda en el molde cómodo de la reseña o el elogio constante e indiscriminado. Siguiendo con lo dicho por Sonzini, se podría hermanar a esta crítica con aquella limitada en los horizontes de los círculos cinéfilos/festivaleros. Y yendo un poco más allá con la idea, esta crítica que sólo va, como caballo con gríngolas, detrás de los programas de los festivales o de la cartelera, se pierde una posibilidad histórica particular de nuestro tiempo. Hoy la cinefilia ha desarrollado un nuevo oficio: la navegación de las profundidades de la piratería. Hoy los críticos embebidos en este oficio pueden tomar una posición de vanguardia impensable en otras épocas. Antes, el descubrimiento de cineastas ocultos y cinematografías ignotas era una actividad acopiada por los archivistas o los programadores que podían viajar o llegar a materiales de territorios lejanos. Hoy, el crítico con voluntad puede adentrarse en las cavernas digitales armado con sus conocimientos, su oficio de escritor y su poder de echar algo de luz para luego compartir lo que encuentre escondido. Una nueva cadena, de menor a mayor visibilidad, es posible: el hallazgo de films en las profundidades de la piratería; la puesta en visibilidad y el señalamiento de materiales ignotos mediante textos, ensayos o reseñas; todo en aras de lograr mostrar los materiales en cineclubes, festivales o ciclos en salas y luego, quién sabe. La crítica puede pasar a la vanguardia y por eso nos debemos una autocrítica: ¿frente a esta posibilidad, cuánto estamos aprovechando nuestra libertad en aras de seguir haciendo algo por el cine? ¿Cuánto nos estamos alentando entre nosotros para seguir traccionando la ampliación de nuestros horizontes conocidos?
Frente a la idea de la endogamia de nuestro pequeño país que circulaba por la mesa, Victor Guimarães planteó un matiz. El brasileño describió a los textos como semillas que pueden volar y sembrar algo en lugares insospechados. Antes, Gutierrez había hablado de algunas estadísticas del sitio web de Oropel que indican visitas desde rincones y culturas lejanas del mundo. Retomando ese espíritu, el programador del festival fue un poco más allá con la idea y puso como ejemplo la retrospectiva de Ana Poliak realizada el año pasado en Valdivia. La cual, según confesó con el permiso de Raúl Camargo, nació a consecuencia de un texto que el propio Ramiro Sonzini publicó en este sitio. La expansión de este mundo endogámico que parece muchas veces cerrado sobre sí mismo tiene ramificaciones insospechadas. A fin de cuentas, y esto hay que admitirlo, uno nunca sabe muy bien quién está del otro lado o siquiera dónde van a parar estas páginas. Todo esto sugiere que la crítica que tiene más posibilidad de llegar y romper con las paredes de cristal que la rodean, es aquella crítica que además de libre y activa es una escritura disponible.
Ahora lo curioso de todo este discurrir: en la charla se reconoció el poder de la crítica como un vehículo educativo, se dijo que la crítica es una manifestación pública que desea tener una incidencia en la realidad, se manifestó la voluntad de romper el cerco del mundillo y se habló de arqueología en los términos mencionados. Es inevitable, entonces, vislumbrar cierta contradicción. La vida útil, Outskirts y la flamante edición impresa de Oropel son revistas cuyos materiales se encuentran mayoritaria y/o exclusivamente en papel. Y aquí no se trata de impugnar a la edición impresa de la crítica de cine. Muy por el contrario, la decisión de publicar en ese formato es completamente entendible desde un punto de vista editorial y archivístico: el papel es un soporte fiel, este es a la crítica lo que el celuloide al cine; es decir, un soporte que está comprobado que atraviesa el tiempo con una fidelidad infinitamente mayor que los ceros y los unos que permiten que usted, lector, esté frente a un texto como el que está leyendo. La decisión también es comprensible desde un punto de vista económico: si estas revistas se publican simultáneamente online y en papel, es difícil garantizar la fidelidad y la constancia de las ventas, poniendo en riesgo el círculo virtuoso de la producción de las mismas. Es una encrucijada: hay una necesidad real del papel (¿cuánta historia de nuestra crítica se ha perdido con la muerte de tantísimos sitios web y blogs?) y a la vez hay otra ventaja de nuestro tiempo que se desperdicia o se ignora por alguna razón. Es necesario que se imponga otra autocrítica y ver nuevas estrategias para poner en circulación y disponibilidad los materiales producidos. Se sabe el potencial de nuestra actividad y se saben sus limitaciones. Es inconcebible no ayudar a facilitar que las semillas vuelen quién sabe dónde.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2023
No se trata de que las revistas publiquen simultáneamente online y en papel los mismos contenidos, sino que entiendan que la fidelidad y la constancia empiezan por casa: hay que producir textos al ritmo del presente, y el mundo digital permite esa facilidad sin costo, salvo el del compromiso de los críticos con algo más que su ego, atado a la perduración del papel (que no está garantizada si los contenidos son inconsistentes, aun cuando se trate de un único número anual…). Por suerte en los mejores casos (y en eso Chile es más consecuente) se comprende perfectamente que la existencia virtual no disminuye el contacto con los lectores, sino que lo estimula (sobre todo si los textos son igualmente cuidados, así como los temas elegidos como centrales en uno u otro caso).