VER MÁS, VER ANTES. CENTENARIO DE OUSMANE SEMBÈNE (1923-2007)
Pescador, albañil, mecánico, estibador portuario. También soldado, a la fuerza. Ousmane Sembène ejerció treinta y seis oficios en el camino que lo llevó a ser la figura fundacional de los cines africanos. Escogió ser cineasta igual que antes había escogido ser escritor, para contar las Áfricas que no salían en los libros ni en las pantallas. Para ser la conciencia y la memoria de unos pueblos maltratados. Para contarse a sí mismo. Un director, decía, “no debe vivir recluido en su torre de marfil, pues tiene una función social concreta que desempeñar”. El artista no es sino alguien que trabaja para ver más, o para ver antes, e identificar tanto las injusticias y las miserias que aplastan cualquier opción de desarrollo como la generosidad, el ingenio y el heroísmo cotidiano, la energía potencial con capacidad para transformar las cosas. Si la responsabilidad del arte es que aprendamos a entender el mundo, Ousmane Sembène fue un creador total. Uno de los más grandes de la historia.
Nació el 1 de enero de 1923 en Ziguinchor, una ciudad al sur de Senegal en la región de la Casamanza, regada por el río del mismo nombre. Antes de acabar la escuela primaria tuvo que dejarla en un episodio no del todo claro, probablemente expulsado por algún acto de indisciplina que encajaría bien con su actitud siempre contraria a las estructuras de poder. Pasó un tiempo acompañando a su padre en su trabajo como pescador pero enseguida marchó a Dakar, con 15 años, para trabajar en la construcción. En febrero de 1944, con la Segunda Guerra Mundial aún en curso, fue llamado a filas por el ejército francés; el año y medio de servicio militar obligatorio lo llevó a Níger con un regimiento de infantería. Al cabo de ese período se une a un sindicato de obreros de la construcción y se inicia, en serio, su militancia social y política. Sin muchas oportunidades para ganarse la vida, embarca como polizón en un barco que lo lleva hasta Marsella, Francia. Consigue trabajo como estibador portuario y se afilia primero a la Confederación General del Trabajo (CGT) y después al Partido Comunista, que abandonaría en 1960. Se familiariza con su discurso ideológico y participa en las manifestaciones de protesta contra los asuntos palpitantes de esos años: el enfrentamiento entre las dos Coreas al comienzo de la Guerra Fría, el juicio al matrimonio Rosenberg en los Estados Unidos, las guerras coloniales en Indochina y Argelia. Es una etapa de formación, de asistencia a las clases del partido, de lecturas en la biblioteca del sindicato. De libros, muchos libros. “Llegué a la literatura como un ciego que recupera la visión de pronto una mañana”, contaría más tarde. John dos Passos, André Malraux, Ernst Hemingway, Fyodor Dostoevsky, Nâzım Hikmet, Albert Camus. Los escritores de la “Harlem Renaissance”, el resurgimiento negro de Nueva York de los años 20 y 30: Lanston Hughes, Claude McKay, Richard Wright. El poeta Aimé Cesaire, ideólogo de la “Negritud”. Los análisis de Franz Fanon, base teórica fundamental para los movimientos anticoloniales. Y Jack London, decisivo en su ánimo de lanzarse a la escritura, en particular Martin Eden, en la que quizá reconoció elementos autobiográficos. Los primeros escritos nacen de su propia experiencia, como bien revela desde el título El estibador negro, cuya publicación sufraga en 1956. Viene luego O Pays mon bon peuple! y la más celebrada Los trozos de madera de Dios, novela inspirada en la huelga obrera en la línea ferroviaria Dakar-Níger de 1947 y dedicada a los hombres y las mujeres que la hicieron posible.
En 1960, año de la independencia de Senegal, Ousmane Sembène regresa a casa. No dejará nunca de hacer literatura, pero surge en él una nueva determinación. Lo explicó bien en una entrevista a Guy Hennebelle para “L’Afrique Littéraire et Artistique” en 1969. “Me di cuenta”, contó, “de que con un libro, sobre todo en África donde el analfabetismo es mayoritario, sólo podía tocar a un número limitado de personas. El cine, sin embargo, llegaba a grandes masas”. Dicho y hecho: fue en busca de becas que le permitieran aprender cinematografía y adquirir un diploma y su destino fue la Unión Soviética, el primer país del que recibió una respuesta favorable. Pasó un año en el estudio Gorki de Moscú, donde obtuvo la formación imprescindible como director bajo la supervisión de Mark Donskoi, un veterano y prestigioso cineasta soviético. De vuelta a Dakar funda una pequeña productora, Filmi Domirev, con la que desarrollará toda su filmografía. El primer fruto llega en coproducción con Les Actualités Françaises, compañía del francés André Zwobada que había dirigido, entre otras, La septième porte (1947), la fantasía marroquí de María Casares. Boron Sarret (1963), el primer cortometraje finalizado de Sembène, es la historia de un carretero que pierde su medio de trabajo después de llevar a un cliente rico a un barrio residencial en el que los vehículos tirados por animales no tienen acceso. La colaboración con Zwobada prosigue con otro corto, Niaye, mención especial en el Festival de Locarno, y la capital La Noire de…, ganadora en 1966 del premio Jean Vigo. Diouana (Thérèse Mbissine Diop) es una chica senegalesa escogida en las calles de Dakar por un matrimonio francés para el cuidado de los hijos, en lo que viene siendo la versión burguesa de los antiguos mercados de esclavas. La familia se traslada a la Riviera, hecho que Diouana asume con alegría, pero no tardará en descubrir que su vida en Europa es una sucesión de desprecios y humillaciones abocada a un final trágico.
El escritor reconocido es ahora además un cineasta emergente y en 1967 es invitado a formar parte del jurado del Festival de Cannes (lo fue también, más adelante, en Berlín y Venecia). Al año siguiente estrena Mandabi, adaptación -hablada en wolof- de su novela El giro postal que cuenta con un memorable protagonista, Makhouredia Gueye, como víctima de los enredos kafkianos de la burocracia postcolonial. Siempre revolucionario, nunca complaciente, Sembène se valió de la sátira para exponer las contradicciones del tiempo que se abrió después de la independencia y la pasividad ante la corrupción de las nuevas élites, ejemplarmente retratada al inicio de Xala (1974) con el relevo sólo aparente del viejo poder por un gobierno marioneta al servicio de los mismos intereses. Si primero fue preciso oponerse y luchar contra el colonialismo, como bien refleja Emitaï (1971) con la resistencia de las mujeres Diola al régimen colaboracionista de Vichy, ahora hace falta otra lucha: la lucha de clases.
Marxista y ateo, Sembène cuestionó con bravura toda forma de imperialismo religioso. “Aunque respeto a todas las personas creyentes, personalmente me opongo a todas las religiones. Son opio. Esto es especialmente cierto en Senegal”, dijo en una entrevista. La visión crítica de Ceddo (1977) ante la penetración del Islam en África Oriental y el dominio de sus interpretaciones más reaccionarias metió miedo al gobierno de Leopold Sédar Senghor, que de facto prohibió la exhibición del film con una insólita excusa ortográfica: el título era incorrecto y debía escribirse con un único “d”. Igualmente incómoda fue Camp de Thiaroye (1988), Premio Especial del Jurado en Venecia, que relata un hecho histórico, la masacre de soldados africanos que habían participado en la Segunda Guerra Mundial y protestaban por las infames condiciones de vida en el campamento de Thiaroye, adonde habían sido alojados a la espera del traslado definitivo.
Guelwaar (1992) podría ser una farsa alrededor de un absurdo conflicto religioso, el entierro de una persona católica en un cementerio musulmán por confusión de un cuerpo con otro, pero deviene un ataque corrosivo al modelo de “ayuda humanitaria” de las potencias occidentales que refuerza la dependencia de las naciones objeto de apoyo. El progreso de África no va a ser un regalo caído del cielo. Vendrá de dentro, del inconformismo, de la revuelta ante el poder, ante las fosilizadas estructuras patriarcales. Así sucede en Faat Kiné (2000) y en la última obra maestra, Moolaadé (2004), un grito contra la mutilación genital que reivindica el rol protector de la comunidad. Una defensa de las personas valientes que un buen día se reconocen hartas de ceder y ceder y se rebelan contra el sometimiento. Las que luchan por ver más, o por ver antes.
*Publicado originalmente en gallego en la revista Luzes, número 116.
Martín Pawley / Copyleft 2023
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