AFORISMOS VISUALES 7
Desde que el voto del vicepresidente Cobos sentenció a muerte la resolución 125 que sostenía las retenciones móviles, he escuchado y leído por ahí que su alocución en el senado parecía la de James Stewart en una película de Capra. Y es probable que así fuera (ayudado por la musicalización de TN y el largo discurso en que recordaba su vida como si todo la llevara al «histórico» destino de esa noche), pero esa correlación no dice nada de la valoración que podemos hacer de su «actuación». Porque el problema del discurso (y la acción) de Cobos es precisamente el de los héroes de Capra: la idea de que un hombre «honesto» puede salvar un sistema corrupto, no hace más que ocultar el modo corrupto en que el sistema se vale del ideal del héroe circunstancial.
Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1938), filmada hace ya setenta años, era un alegato a favor de los principios básicos de la democracia rodado en un momento en que parecía retroceder frente a las ideologías «totalitarias». Capra quiso lanzar un filme claramente propagandístico en que se ensalzaban los valores bajo los que se fundaron los Estados Unidos de América: «Un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo». Pero junto a la amenaza exterior del fascismo, Capra se atrevía a señalar a las grandes corporaciones económicas y mediáticas como los más peligrosos enemigos del igualitarismo norteamericano, presentando como principal amenaza de la democracia americana al enemigo interior: los oligopolios (capaces de gobernar al margen de la voluntad popular y de manejar como títeres a los congresistas) y la demagogia y la manipulación informativa como medio de conducir a la opinión pública según la conveniencia de los poderosos. El problema es que la solución vuelve a pasar (como en ¡Qué bello es vivir!) por la guerra de un solo hombre: James Stewart interpreta a un personaje llamado muy simbólicamente Jefferson Smith, que sacrifica su reputación en una lucha sin esperanza contra la manipulación política de un potentado corrupto. Se trata del prototípico héroe de Capra: un hombre sencillo, anónimo, intachable, capaz de ofrecer su vida en defensa de los valores de su comunidad, aunque la victoria sea un ideal inalcanzable.
En la invertida versión criolla (en la que un vicepresidente con cara de buenazo dice que enfrenta el momento más difícil de su vida para luego votar contra el gobierno que integra para lanzarse después a las rutas a recoger la reverencia de sus vecinos) son las corporaciones las que representan al pueblo y el enemigo a vencer es el Estado… Lo que demuestra una vez más que el problema no es la azarosa aparición del ídolo solitario, sino la omnipresencia del sistema que lo presenta como mesías. Como en el cuento de Borges, el héroe es también el traidor: todo depende de cómo se cuente la Historia. (Nicolás Prividera)
Esa idea del «hombre circunstancial» sigue siendo algo muy presente en el cine (y la politica) americana. Basta ver la reciente MICHAEL CLAYTON.
Sí, pero también hay que recordar que la solución, si bien impulsada por el bueno de Stewart y aunque circunstancial, es materializada por uno de los senadores que precisamente forma parte de ese sistema corrupto que se intenta desmantelar. La figura de héroe encarnada por el personaje de Stewart es, entonces, opuesta a la de Cobos: aquel siempre estuvo a los márgenes de las intrigas políticas de Washington, con lo cual nunca puede ser traidor.
Si «Michael Clayton» pone de manifiesto la idea del héroe solitario, ¿podríamos decir que películas como «No country for old men» o «There will be blood» son expresiones de un mismo fenómeno, en el sentido de que los grandes sistemas (de valores, económicos) serían consecuencia, simplemente, de «manzanas podridas» que dan origen a su seno conceptual y más tarde los legitiman?
La diferencia es que el “buen hombre” es “circunstancial”, y por tanto excepcional por definición (inevitable en una épica del individualismo, como la norteamericana), mientras que los “malos” de No country for old men y There will be blood son casi alegóricos, y por tanto metafísicos y supraindividuales (inevitable en una esencialización del mal, como la norteamericana).
El «bueno» siempre es alguien que de algun modo «viene de afuera» (de la politica, de los negocios, etc.) aunque este en el eje de la tormenta: es una de las condiciones de su supuesta preservación como «bueno», precisamente.
El cine norteamericano suelen poner en escena ese enfrentamiento de lo que Weber llama “ética de la responsabilidad” contra la “ética de la convicción” (que el affaire Cobos demuestra como caso testigo). No es el mejor ejemplo (porque en este caso convicción y responsabilidad no se enfrentan), pero en otra película clásica (Matar un ruiseñor) hay una escena clave que puede venir a cuento: en ella Gregory Peck (un abogado sureño que defiende a un negro acusado injustamente por una supuesta violación) le dice a su hija (quien acaba de pelearse con un compañero de colegio por ese motivo) que si no cumpliera con su deber “no podría caminar por la calle con la frente alta”: Imaginemos que Cobos le hubiera dicho eso a su hija, en lugar de escudarse en su queja por no poder caminar tranquila por la calle…