LA HERENCIA FEBRIL
10 AÑOS DEL BAFICI Y LAS TRANSFORMACIONES DE LA CINEFILIA
Por Roger Alan Koza.
¡Qué vocablo inestable, semánticamente recargado, multívoco, en definitiva, poco inocente! Se habla de herencia a la hora de esperar la distribución de la riqueza de alguien que muere y deja sus pertenencias, casi siempre bajo una voluntad cuestionada por quienes la reciben. Herencia tutelada en una escritura con sus herederos forzosos, ansiosos, a veces mezquinos. También se habla de herencia como el conjunto de maldiciones diversas que un gobierno habrá de sobrellevar y superar provenientes de una administración precedente. En otro dominio, se identifica la herencia como la escritura de la materia diminuta sobre el cuerpo: la genética se hereda, decimos. Y está la herencia cultural, ese identificable pero difuso programa general con el que interpretamos el mundo a través de costumbres y prácticas, cuya máximo patrimonio es una lengua. Un idioma es también una herencia.
Justo una imagen, una imagen justa: un cineasta tira una flecha hacia adelante, alguien la toma y la vuelve a arrojar. Un sistema de postas, más bien habría que decir un legado que pasa de mano en mano, de ojo en ojo, y que mueve una idea de cine, una forma de hacerlo y verlo, incluso de discutirlo y de concebir sus fines y aplicaciones. En el cine hay herencias de todo tipo: Griffith despegó hace cien años el plano de la perspectiva de quien mira; Chaplin inventó la comedia política y Tati una comedia metafísica; Godard radicalizó el medio hasta demostrar que el cine es la gran herencia del siglo XX, su materia y su memoria. Los ejemplos son vastos.
Pero lo que importa pensar es cómo, tras más de 100 años, seguimos viendo cine, si existe todavía una filiación entre los espectadores del primer film de los Lumière y nosotros, si permanece y subsiste, bajo el régimen publicitario y la total hegemonía semiótica de Hollywood, alguna experiencia vital que solamente le pertenece al cine, ya no como expresión del show-business sino como un tipo específico de exploración sensible y cognitiva del mundo. Como decía el propio Godard, en un film recientemente visto en el último BAFICI, la cámara permite ver algo que el ojo no ve. Se trata de un cine entendido como un régimen de luz, como una política de lo visible, acaso, una extraña lucha contra el oscurantismo y la superstición: quien ve puede creer con fundamento.
En los últimos 20 años no hay evento más importante, en materia cultural, que el BAFICI, la defectuosa sigla que condensa Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. Denostado por algunos, ninguneado por otros, la verdad es que el BAFICI ha retomado el viejo impulso de la cinefilia de los ’60, una pasión desmedida por el cine y también indirectamente el compromiso de entrenarse a través del cine para estar crítica y activamente en el mundo. El BAFICI, con más películas exhibidas que las que se estrenan comercialmente por año, no solamente ha compensado la pobreza ostensible de una cartelera compuesta de un cine industrial y sin riesgo, sino que ha vivificado una función vital del cine: saber y ver cómo se vive, se ama, se lucha, se resiste, se sufre y se crea en el mundo contemporáneo. Una vuelta al mundo en 12 días.
El BAFICI ya es un festival profesional. Quien haya estado en otros festivales reconoce que todo está muy aceitado, que las grillas son interpretables, que el catálogo no describe sino juzga y propone con sus textos ideas de cine. El actual director artístico, Sergio Wolf, junto a sus programadores, expone, en todas las secciones, lo que piensa. Son diez años que han constituido una tradición y una herencia: cinéfilos, cineastas y críticos programan un cine que constituye una gran pedagogía para miles de espectadores, la mayoría cautivos de los caprichos de las distribuidoras y de la presunta sabiduría cínica del mercado.
Es evidente que en el BAFICI ya no se improvisa; es un festival consolidado y posee una identidad (abierta). Es un festival que también se autoexamina. Quienes hayan visto La mirada febril, del lúcido realizador Rafael Filippelli, película sobre la primera década del festival y sus efectos constatables en el llamado Nuevo Cine Argentino, sabrán que no todo brilla, lo que no significa que el aporte fundamental del festival no persista. La mirada febril insinúa ciertos progresos y retrocesos, o quizás un movimiento dialéctico en el que se superan ciertos obstáculos mientras se hace un aprendizaje y se evoluciona. En efecto, hay un tránsito que va de 1999 al 2008, en el que se ha avanzado, pero se repite, paradójicamente, un fantasma, aquel que el BAFICI identificó como su enemigo: la normalización estilística y conceptual del cine argentino de autor e independiente, ahora protegido por miles de entidades que coproducen y un festival que garantiza una jerarquizada existencia. En otras palabras, la independencia en riesgo, las fuerzas creadoras codificadas por un sistema de redes complejas al que se le llama la industria del cine. Es una tesis que en el film se repite a través de varias voces y que en su desenlace funciona como una sabia advertencia. Es por eso que la apertura y clausura sonora del film de Felippelli ofrece una reconstrucción histórica pero también un diagnóstico del presente. Los acordes de Xenakis transmiten caos, conflicto, sismo, tensión.
La mirada febril es también una declaración de principios. Sin decirlo expresamente, postula que el BAFICI ha sido (y es bueno que así siga siendo), no del todo al inicio, pero sí en su consolidación, un festival concebido por críticos. La presencia de Quintín, uno de sus viejos directores, podrá molestar a muchos, pero es su discurso el que recobra ese gesto radical y libre por un cine en el que la forma, es decir, la puesta en escena, es un posicionamiento político. Después se interpelará al mundo y sus prácticas.
Entre entrevistas pertinentes, citas precisas y fragmentos de películas excepcionales y fundamentales, La mirada febril constituye un discurso colectivo en el que se responde a la pregunta de Bazin sobre qué es el cine al mismo tiempo que se condensa en una hora el aprendizaje de 10 años. Aquí supimos que existía un tal Sokurov, un tal Pedro Costa, revisitamos a Godard, descubrimos a Tsai Ming-liang, Portabella, Raúl Ruiz, vimos (y no escuchamos solamente) a los Straub, hasta llegamos a ver a Sancho Panza y el Quijote como nuestros coetáneos. (Diego Battle, con razón, sugiere en un pasaje que la sección Contracampo, a cargo de Sarquís a fines de los ’90, del festival de Mar del Plata, habría que entenderla como parte de la prehistoria del BAFICI). Es decir, experimentamos lo que Cozarinsky denomina un cierto cosmopolitismo sofisticado, universal y accesible, una alta cultura que le pertenece al mundo y que el cine puede expresar y un festival recolectar en fotogramas.
Los diez años del BAFICI hay que celebrarlos como una década de cinefilia recuperada. Se ha dejado la anticuada y nostálgica prédica de que el verdadero cine era el de los ’60 y ’70, el de los cineclubes y viejas salas de cine-arte. El BAFICI repite el gesto de aquella cinefilia y sus próceres escandinavos, rusos y franceses, pero expande y actualiza el mapa de la cinefilia del siglo XXI. Hoy los Bergman, Tarkovski, Bresson y compañía se pueden llamar Tarr, Haneke, Bartas, Jia Zhang-ke, Weerasethakul. Con ellos, nuevas generaciones de cineastas argentinos se han formado. Y en este BAFICI películas como la gran Historias extraordinarias, de Llinás, la experimental y sofisticada Cómo estar muerto, de Manuel Ferrari, y la última de Lisandro Alonso, su osada Liverpool, demuestran que la herencia del BAFICI está intacta, a pesar de la precisa advertencia de Filippelli.
En una de las películas ganadoras de la competencia argentina, la inteligente y delicada Süden, de Gastón Solnicki, un film sobre el regreso del compositor argentino Mauricio Kagel, tras 40 años de vivir en Alemania, el propio Kagel dice: «La música contemporánea es la música de hoy, como producto del desarrollo del lenguaje musical. Un compositor se sienta a las nueve o diez de la mañana en su mesa de trabajo y está todo el día inventando música. Pero la gente que no hace música lo que desea profundamente es entretenerse. No dejan de estar influenciados por una cierta tendencia a consumir la música, no a repensar la música. Y ese entretenimiento usted no lo puede condenar… Lo que se necesita es ayudar al público, y llevarlo a reflexionar sobre la música. La música del siglo XX trae muchas preguntas. El oyente tiene que trabajar. Pero cuando entra en ciertas zonas espirituales de la música contemporánea, la música también actúa como una droga y la quiere volver a escuchar». Si uno reemplaza música por cine, las palabras de Kagel sintetizan la esencia del BAFICI. El cine contemporáneo también necesita de intercesores. Nosotros tenemos al BAFICI; nuestros cineastas, una herencia que resguardar y transformar.
Fotos: 1) En el Abasto, epicentro del BAFICI; 2) Fotograma de Luces en la ciudad; 3) Fotograma de La mirada febril; 4) Fotograma de Liverpool.
Este texto fue publicado por la Revista Quid de Yenny / El Ateneo, en junio del 2008.
Y QUE PASA CON AQUELLOS QUE AMAMOS EL CINE QUE EXPANDE LOS LIMITES DE LA MIRADA DE NUESTRO MUNDO PERO QUE NO TENEMOS LA POSIBILIDAD, POR MOTIVOS DIVERSOS, DE ASISTIR AL BAFICI? COMO CREES QUE PODRIA EXTENDERSE ESTA ACCION REIVINDICADORA MÁS ALLA DE LOS LIMITES FISICOS Y GEOGRAFICOS INHERENTES A DICHO FESTIVAL? QUE TIPO DE POLITICAS CULTURALES, INDIVIDUALES Y/O COLECTIVAS, PROPONDRIAS PARA EXPANDIR LAS POSIBILIDADES DE ACCESO A SUS OBRAS.
GRACIAS POR TU DELIBERADO ESFUERZO REFLEXIVO Y RESPONSABLE AL DISCURRIR POR EL CINE. ESTA CLASE DE CRITICA ES TAMBIEN LA QUE AYUDA A DAR SOBERANIA A NUETRAS MIRADAS
Querido Amante Regular: tus preguntas son cruciales; vengo de discutir por horas con mi mujer respecto de estos temas, a propósito de los cineclubes, una manera de extender lo que propone el BAFICI. Unos de los problemas del BAFICI, a pesar de que tiene un precio accesible y que en los últimos años ha intentado ir más allá del epicentro porteño, es que sigue siendo un evento de clase media. Se necesita una educación previa para poder ver muchas de las películas, y es así que mucha gente queda afuera de dichas propuestas. Con los cineclubes, en menor escala, se repite el problema. No sé exactamente qué tipo de políticas de Estado se pueden hacer; por lo pronto, programas como el Diego Brodersen en Canal 7 ha permitido que se pueda ver un film de Bresson en un canal (semi) abierto. Creo en ese sentido, que los cineclubes son en este momento los intercesores capaces de democratizar y también educar, aunque el último vocablo suene horrible o altanero. El acceso por la web también permite ver lo que no llega, pero, al mismo tiempo, privatiza la experiencia de ver cine y no todos tienen PC y buenas conexiones y conocimiento para bajarse películas. El tema es complejo y quiero ni bien mis tiempos me lo permitan escribir algo a fondo. Gracias por escribir. RK
Hola, Roger.
Me gustó mucho leer tu respuesta al amante regular porque tu artículo me pareció muy interesante pero, a la vez, creía necesario problematizar algunos supuestos que ilustraban la frase de Cozarinsky (sobre todo la parte que habla de “un cierto cosmopolitismo sofisticado, universal y accesible …”).
Pero bueno, siempre los debates deben comenzar por algún lado. Lo interesante de este espacio es la expansión que se hace a partir de una punta de iceberg. Para mí, que actualmente curso la carrera de filosofía en la UBA con desesperación y bronca porque Puán es cada vez más un cementerio y cada vez menos un espacio de reflexión crítica, tu blog es un lugar de descanso. No porque sea tranquilizador, sino por el contrario, descanso de la disgregación en todo sentido que vivo a diario en mi facultad; descanso de las revistas y suplementos que hay y no me gustan o de las que no hay y añoro. Por eso gracias y mis felicitaciones por el esfuerzo que debe significar y gracias también al gran Nicolás P. por compartir esos maravillosos textos y a vos por publicarlos.
A vos Roger te conocí a través de mi hermana, amiga de Vane F. desde Cba., ahora amiga mía también desde que vivo en Capital. Nos presentaron mientras esperábamos entrar al aula magna de Puán, tratando de conseguirán lugar para escuchar a Zizek –yo por esos días cursaba Letras y Zizek, en su momento más de moda, era un Must. Luego te volví a conocer como “uno de los mejores clientes de De La Mancha”, según mi ex novio, Santiago R., quién te esperaba y te atendía con todo el placer de librero.
A Nicolás lo conocí, también por mi hermana, a través de sus notas sobre Lisandro Alonso ¡qué placer que alguien nos diera voz tan contundentemente! Es más: durante el BAFICI del año pasado me lo crucé mientras hacíamos la cola para sacar entradas en el Abasto. Durante 5 minutos pensé cómo agradecerle por esas notas, qué decirle, qué palabras usar. Como nos sucede a los tímidos, una vez que me decidí a hablarle, todo ese monólogo previo quedó olvidado, las palabras se me apelmazaron y me salieron, en vez de frases de elogio, una montaña de piedras que él llegó a decodificar no se cómo. Todavía se me ponen las mejillas coloradas sólo de recordarlo, ni siquiera lo felicité por su gran ópera prima. Aprovecho ahora para hacerlo.
Saludos,
C. N.
Cecilia: muchas gracias por escribir este comentario. Recuerdo más a tu hermana que a vos, pero bien recuerdo el episodio que mencionás en la facultad. Tu relato sobre la UBA lo comprendo y me sorprende, todavía más que este espacio de la blógsfera (si se me permite el término) sea un lugar de descanso. Cada vez que llego a Buenos Aires, De la mancha es un Must VISTI; Andrés es un librero con oficio, y cada vez quedan menos. Desde que Santiago se fue de la librería casi no lo veo, excepto en una oportunidad reciente, ahora que se dedica a la alfarería. A propósito de Zizek: lo sigo leyendo más allá de su banalización y éxito, porque a pesar de todo, todavía encuentro cosas interesantes en él, sin por ello tomar toda su prosa al pie de la letra. Nicolás es un gran escritor y cineasta; él tiene una mirada muy exigente sobre todo, y el cine no es una excepción. Si bien no concordamos sobre nuestra valoración del cine de Alonso (él lo rechaza completamente, yo sí tomo el problema de la ahistoricidad de su cine pero lo defiendo por su radicalisimo formal y su cine de carácter personal), creo que Nicolás es un invitado de lujo en este blog. Sus notas, probablemente mucho mejor que las mías, le da al blog un contrapunto estilístico y conceptual que me gusta muchísimo. Además, lo quiero muchísimo como amigo y lo admiro como crítico y cineasta. Llevé M a Alemania, y ver la reacción del público que no tuvo las agallas de relacionar el fascismo alemán con el argentino, hasta que NP lo hizo explícito, fue uno de los momentos que más he disfrutado como programador. Por último: las preguntas de El amante regular son muy importantes. Vengo pensando muchísimo sobre eso, y espero poder decir escribir y publicarlo. GRACIAS, por escribir un comentario tan largo y afectuoso. RK
Hola, Roger, quería agradecerte por tus palabras, las valoro muchísimo.
Empecé a contestarte y escribí mucho más de lo que está dentro de las posibilidades de un ‘comentario’; no quiero ser pesada.
Te lo puedo mandar por mail o, si en algún momento tenemos la oportunidad, lo charlamos personalmente.
Besos,
C.N.
Cecilia: en la casilla Próximamente está la dirección de mail. Lo que vos quieras: puede haber comentarios largos, pueden éstos ser enviados por mail. Como sea, el agradecido soy yo. RK
Agradezco los elogios, pero me parecen excesivos. Recuerdo a Cecilia, porque me sorprendió que recordara esa vieja nota. Al respecto (y ya que este post es sobre un festival y sus influencias) habría que decir que el problema no pasa por una película o un director, sino por la canonización instantánea que practica cierto sector de la crítica local (cuando se siente legitimada por la recepción exterior de ciertas películas), sin preguntarse mas a fondo por la relación de cada film con el propio campo y los diversos contextos de recepción…
Hace falta también una «critica de la critica» (esto lo decia ya en esa vieja nota), y sobre todo un análisis (sociológico) del campo cinematográfico (pensando el término «campo» en el sentido de Bordieu, y tal como lo aplicó al análisis de la formación del campo literario en «Las reglas del arte»). No estaría mal que alguien lo intentara (aunque mas no sea en el ámbito local), discutiendo como se tejen influencias, se articulan consensos y se conforman cánones (algo de eso sucedió luego del último BAFICI, pero lamentablemente la discusión no excedió el espacio de algunos blogs).
Completamente de acuerdo con Nicolás acerca de la necesidad de una crítica de la crítica. Mi comentario fue ampliado por mail y era precisamente ese aspecto el que me interesaba destacar. Allí también citaba el corto Agarrando pueblo de Carlos Mayolo y Luis Ospina, para dar cuenta de la necesidad de poner en cuestión (de diversas maneras) ciertas estrategias de representación que se legitiman previa aceptación en festivales europeos. Al respecto Luis Ospina decía “hicimos Agarrando pueblo en 1977, como respuesta a la proliferación de cine de porno-miseria en nuestro medio y en el Tercer Mundo. Esto fue como un escupitajo en la sopa del cine tercermundista, y por ello fuimos criticados y marginados de los festivales europeos y latinoamericanos, acostumbrados a consumir la miseria en lata para tranquilidad de sus malas conciencias”.
Recuerdo también que en algún texto Nicolás , a partir de una cita de Sarlo y de la lectura y porblematización que Nelly Richard hacía de ella, daba cuenta de los objetos culturales que pide la crítica europea en-tanto-que-latinoamericanos.
Las generalizaciones llevan a la imprecision. El autor del blog, lo tengo como profesor, sé que debe estar de acuerdo.
Serìa bueno saber a que se refiere Mitchum, antes de rendirse ante su imprecisiòn. Gary Cooper, lo tengo como coprotagonista, se que debe estar de acuerdo.
El autor del blog, está de acuerdo con NP y Cecilia: una y otra vez vengo diciendo que los consensos obturan la mirada crítica. RK