¿Y USTED DE QUÉ SE RÍE?
La Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo, SACO, celebró la décima edición entre el 15 y el 24 de marzo manteniendo sus señales de identidad características, entre ellas los filmes-concierto (El crack de José Luis Garci y dos obras maestras, Underworld de Josef von Sternberg y Shoes de Lois Weber, estremecedor retrato de la precariedad que destruye vidas) y la sonorización de cuadros del Museo de Bellas Artes, este año a cargo del investigador y artista Xabier Erkizia. En 2024 las películas se ordenan alrededor del lema que sirve de título a este artículo a través de un ciclo ideado por el director de SACO, Pablo de María, y el crítico y profesor Carlos Losilla. “Ahora que tanto se habla de humor incómodo”, escribe Losilla en un texto explicativo de la propuesta, “cabría preguntarse si reír no ha sido siempre una provocación”, en especial desde una sala de cine. “Reír en la oscuridad, mientras miramos cuerpos que solo existen como sombras y en compañía de personas a las que ni siquiera conocemos, tiene algo de inquietante. Y si a eso le añadimos que la risa puede proceder de la caída que sufre algún personaje, de los porrazos que recibe o de la tarta que le estalla en plena cara, a la inquietud se le unirá la crueldad. En ese momento, si nos preguntan ¿Y usted de qué se ríe?, puede que la sonrisa se nos congele en los labios”.
Sobrevuela estas ideas un debate público que reaparece cada poco, el de los “límites del humor”. Un debate que tiene una vertiente basta, cuartelera, cuando se manifiesta en forma de lamento machirulo ante el rechazo actual a los chistes humillantes contra cualquier colectivo marginalizado que no hace tanto eran la norma. Pero aquellos chistes fueron siempre machistas y homófobos, también entonces, igual que Lo que el viento se llevó de Victor Fleming, con su nostalgia por las glorias esclavistas del viejo Sur, ya era racista en 1939, y El nacimiento de una nación de Griffith, un hito incuestionable en la historia del cine, era ideológicamente abyecta en su estreno en 1915. Lo cual no quita, por supuesto, que las películas de Fleming y Griffith, esas sí, posean valores artísticos, históricos y sociológicos que aconsejan su visión ayer, hoy y siempre, pero ese análisis es compatible con unas objeciones éticas y políticas que en su época no eran desconocidas. Hace falta recordar esto porque en la relectura actual de obras clásicas a veces caemos en una impertinente forma de colonialismo que consiste en explicarle imaginariamente a la audiencia del pasado lo equivocada que estaba en su interpretación de los relatos, como si esa audiencia no hubiera estado por sí misma en condiciones de reconocer lo obvio. Del mismo modo, no es que hoy leamos a Rosalía de Castro en clave feminista; simplemente la leemos sin perjuicios patriarcales y así resulta aún más evidente un discurso, el de ella, que nunca estuvo escondido.
Pero, volviendo al asunto de las fronteras del humor, es mucho más interesante otra vertiente, la de preguntarse si es justo reírnos de asuntos serios, incluso trágicos. ¿Podemos reír con películas que hablan de la enfermedad, de la muerte, de la pobreza o de la guerra? ¿Podemos hacer burla del imperialismo y del genocidio? De Hitler se rieron, y bien reído que estaba, Charles Chaplin y Ernst Lubitsch. ¿Puede hacerse hoy comedia alrededor del cerco israelí a Palestina? No hay que explicarle eso a un cineasta mayor como el palestino Elia Suleiman en obras de tanta sutileza y elegancia como Intervención divina o It Must Be Heaven, o a su compatriota Hany Abu-Assad, capaz de lanzar un dardo de humor indómito en medio del discurso de adiós de un terrorista suicida en Paradise, Now; o, más recientemente, a los cineastas Tarzan y Arab Nasser, hermanos y nacidos en Gaza, que ironizan sobre las dificultades para los encuentros íntimos en un territorio asediado en el corto Condom Lead, o de como el ruido bélico de fondo acaba por ser una invitación indeseada a la abstinencia sexual.
Desde un país, Galicia, que hizo bandera de la ironía como arma cívica y herramienta de supervivencia contra el poder y sus abusos, parece natural pensar que no sólo es legítimo hacer comedia con toda suerte de temas graves, sino que la comedia es de hecho una vía especialmente lúcida para, a través de la incomodidad, de la subversión del orden establecido y de la reducción al absurdo, reflexionar sobre lo que hay de injusto en el sistema en que vivimos. Ya nos enseñó Castelao hace cien años que en muchos casos la caricatura no es tan cruel como el retrato. El retrato del mundo pinta hoy tan feo que es mucho más generoso hacerle una caricatura inteligente y, a ser posible, con voluntad transformadora.
*Publicado originalmente en gallego en Nós Diario, 8 de marzo de 2024.
Martín Pawley / Copyright 2024
Últimos Comentarios