ESCENAS DEL MALESTAR
Todo esto no empezó hoy, ni siquiera en diciembre de 2023; no son nuestros llamados libertarios quienes iniciaron el denuesto arbitrario contra el cine argentino. Cada tanto, se escucha al coro de canallas mediático dando a conocer desafinadamente una nueva melodía deletérea. Lo hacen como siempre: desvergonzadamente, tarareando la mentira con el goce característico del resentimiento que define una posición anímica de sus intérpretes. En efecto, el régimen de invectiva contra el cine argentino no es constante, pero sí programático. ¿Qué fecha elegir?
En 2017, por ejemplo, en el programa televisivo llamado «La Cornisa», conducido por el periodista Luis Majul, quien era entonces el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos de la presidencia de Mauricio Macri, el señor Hernán Lombardi, razonó con la precisión de un astrólogo la gratuidad perniciosa del cine argentino. Apuntó su dedo y vociferó indignado frente a cámara, y, sin dudar por un segundo, estableció una remedada relación causal de un empirista del siglo XVIII. Acusó simulando hidalguía y coraje, y se refirió a «cientos de películas que no ve nadie con miles de millones de pesos que podrían usarse para hacer cloacas». El silogismo es involuntariamente perspicaz. La alusión a la cloaca permite asociar el excremento directamente a las películas. Nadie quiere ver ni oler todo lo inútil para el metabolismo. Se ve que eran tiempos mejores; en aquel año, al menos, los desheredados de la tierra al menos comían y el cine no era culpable de la dieta cotidiana de la población. Todavía no se había inaugurado el razonamiento que equipara la elegancia de un plano con la falta de proteínas.
En un documento reciente y oficial, que circuló a mediados de marzo, firmado por el presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, el señor Carlos Luis Pirovano, se dieron a conocer nuevos procedimientos y recortes para la industria del cine; también se hicieron públicas algunas decisiones estructurales que modifican sustancialmente la producción, la exhibición y la enseñanza cinematográfica ligada a las escuelas del INCAA en todo el país. En la resolución 16/2024, el artículo primero, un lineamiento principal, comunica «suspender la realización de toda erogación económica vinculada a apoyos y aportes institucionales». El siguiente artículo dice: «Suspender la realización de todo apoyo económico destinado a las Provincias y a la Ciudad». La nota final de ese comunicado emitido por la Secretaría de Cultura, que depende de la órbita del Ministerio del Capital Humano, constituye una pieza anónima de abyección discursiva que sirve para mensurar el deterioro de la discusión pública. Sin firma, el documento oficial decía: «Nuestro compromiso con el déficit cero es innegociable. Se terminaron los años en los que se financiaban festivales de cine con el hambre de miles de chicos». En la lógica de los funcionarios de La Libertad Avanza, las cloacas ya ni siquiera forman parte de la urgencia urbana porque los niños ya no defecan. Finalmente era verdad: un travelling es una cuestión de moral.
He aquí entonces, una lista de las películas culpables, títulos que en los últimos siete años han hambreado a nuestro pueblo: Zama, Buenos Aires al Pacífico, El ángel, La deuda, El perro que no calla, Los delincuentes y Eureka. Son solamente algunas de las tantas que no vio nadie, porque la acusación reiterada pero jamás probada es aquella que asegura una indiferencia mayúscula por parte de los argentinos a mirar películas cuyos relatos son faltos de ritmos, sus temas irrelevantes o los títulos directamente incomprensibles.
Días atrás, el nuevo presidente del INCAA disparó indignado por las declaraciones de Viggo Mortensen sobre la situación del instituto de cine en Argentina y, asimismo, sobre los ataques reiterados a otros sectores de la cultura en general del país austral. En una amable y extensa entrevista emitida por un canal de televisión español, el actor y director promocionaba su western Hasta el fin del mundo, pero sintió el deseo de expresar su preocupación sobre la actual situación de cine argentino. No dijo nada nuevo, pero él no es uno entre otros. La respuesta del señor Pirovano no tardó en llegar. En la red X afirmó: “Vigo Mortersten debería ser lo bastante honesto para reconocer que sus amigos de la izquierda argentina no solo dejaron un país al borde de la hiperinflación, sino que también destruyeron al cine nacional e, incluso, a su querido San Lorenzo de Almagro”.
El doble error al escribir el nombre del actor nacido en Dinamarca, legendario en las memorias de los amantes del cine por ser Aragorn, el hermoso guerrero de la Comunidad del Anillo puede pasarse por alto. Cualquier persona comete un error de tipeo. La atribución de amistades de izquierdas que arrinconan moralmente a la estrella de Hollywood puede responder a la obsesión de los libertarios de vituperar marxistas en cada oportunidad y culpabilizarlos de todas las calamidades del mundo, una tara ideológica de muchos funcionarios y un ejercicio de desdén en boga cuyo mantra sale diariamente de la boca del presidente Milei como «zurdos de mierda». Lo que es inadmisible pasa por su aseveración de que el cine nacional ha sido destruido. Justamente, el riesgo concreto desde que asumió el gobierno de Milei radica en una praxis de desfinanciación de la cultura y otras actividades similares que no generan ganancias y divisas (que no sería el caso del cine) y pueden aun dar pérdidas económicas (que podría ser el caso de ciertas películas). Que un funcionario cinematográfico piense que, en las dos últimas décadas, el cine argentino comenzó su camino al patíbulo y conoce ahora su estertor falta a la verdad. Basta revisar la cantidad de películas realizadas en los últimos 30 años y compararlas con las cifras de 1970 a 1990; basta esbozar una mínima cartografía sobre el pluralismo estético que predominó en el período indicado, como también el prestigio que obtuvo y mantiene el cine argentino en todos los festivales del mundo. La Nueva ola rumana y la coreana, y el también llamado Nuevo cine argentino, forjaron la novedad creativa de la primera década del siglo XXI. ¿Cuál es entonces el problema?
Ampliación del campo de batalla
El principal argumento contra el INCAA estriba en un conjunto de sospechas que la palabra corrupción sintetiza como un relámpago. Es el vocablo abracadabra del inconsciente social. Se la invoca, se la presupone y todo es en sí espurio. La imprecación es más astuta en este caso. El recelo debe desglosarse en los modos en que se aprueban los distintos créditos, el presunto favoritismo ideológico en los temas elegidos para filmar y la burocracia del organismo cuyos empleados de planta son numerosos.
Como sucede en Europa con las coproducciones, no faltan los presupuestos inflados que no solicitan los cineastas, porque así hacen negocios los productores. Corregir esas zonas grises de los negocios entre privados y fondos públicos es un imperativo intercontinental. La transparencia es un ideal regulativo, y en tanto pueda trabajarse teleológicamente en esa dirección y no existan mecanismos que promuevan la opacidad administrativa, todo lo encomiable del instituto que ha erigido una robusta cinematografía puede perfeccionarse. Restringir, desfinanciar y finalmente cerrar el instituto (hoy está cerrado hasta nuevo aviso y reforma del organismo mediante) es una respuesta de necios, cuya expresión más certera es la de querer vender el cine Gaumont, un espacio de exhibición de películas argentinas con precios accesibles, sala ubicada a cuadras del Congreso de la Nación y en la emblemática Avenida de Mayo, lugar de tantas convocatorias de protesta. Fue en las puertas de ese cine en la que se reprimió en el mes de marzo pasado a los distintos miembros de la comunidad cinematográfica argentina cuando la protesta se hizo escuchar.
La crispación ideológica ha sido la marca de la vida pública en Argentina del siglo en curso. Se presupone que los cineastas en su mayoría han sido leales al peronismo representado por los Kirchner, una falacia, porque, si bien han existido cineastas y estrellas de cine ligados a ese partido, quienes conocieron el triunfo y la consagración representaron rabiosamente una perspectiva política opuesta. El secreto de sus ojos se filmó en el apogeo del kirchnerismo, y Campanella no tuvo problemas para filmarla. Del mismo modo que se pueden identificar varias películas en consonancia con la política de aquel entonces, y se pueden hallar contraejemplos simétricos en el que se comprueba que todos pudieron hacer sus películas. De los más reaccionarios del cine de autor vernáculo, como Mariano Cohn y Gastón Duprat, a los cineastas más radicales estéticamente cuyas películas no podrían jamás se acusadas de propaganda política, como las de Lisandro Alonso y Gustavo Fontán, estrenaron en festivales y salas. La fantasía de que se venía haciendo un cine de propaganda es una proyección alucinada. Quien busque en las ficciones del 2003 al 2023 las marcas históricas del tiempo vivido en común habrá de constatar que el gran fuera de campo de la ficción fue el presente simbólicamente violento que caracterizó las conversaciones entre amigos, familiares y colegas. Ni siquiera se ahondaron con altura e inteligencia las fracturas ideológicas en el seno de la crítica de cine argentina. Cuando se advirtió una corriente numerosa de críticos de cine que expresaban perspectivas que en cualquier lugar del mundo se leen como referentes de una visión de derechas, la ofensa y la operación política de baja estofa como respuesta fue el límite de una discusión que podría haber sido tan edificante como necesaria.
Una conjetura de último momento
En abril, trascendieron los planes del señor Pirovano: no se financiarían más de 20 películas de ficción al año, la vía para realizar documentales sería anulada, no habría más ayuda a los festivales de cine que se hacían en todo el país, cerrarían definitivamente los cines como el Gaumont. Curiosamente, no se dejaría de lado la creación de una cinemateca nacional, que, en el contexto de discusión presente, es como sugerir una campaña nacional de lectura de poesía por cuatro años o la fundación de monasterios cistercienses en todo el país para la promoción de la vida contemplativa.
Detrás de esa lógica de ahorro se imbrica una concepción económica de todas las prácticas sociales, una forma de evaluación sobre todo hecho existente cuya justificación última es económica. El Yo es una divisa, acaso una mercancía, mientras la nación se disuelve lentamente en un nuevo concepto de mercado en el que la palabra soberanía pierde su condición de límite. Por eso se inviste la tradición del cine con otras palabras que llegan de otros ministerios. Se habla de consumo y de usuarios, se habla espectáculo y no de planos.
Sucede que el cine fue desde sus primeros tiempos un escenario alternativo de sueños y protestas. El noble humanismo circunspecto de Chaplin es el mismo que representó Leonardo Favio y el que aún vindica Raúl Perrone en cada una de sus películas. Filmaron, como diría Pedro Costa, para decir que no está todo bien. En Argentina se seguirá filmando, con obstáculos insospechados y bajo un clima ubicuo de hostilidad. Habrá menos películas, es indetenible ese destino. Pero se necesitarán imágenes que recuerden que existe una forma de vida que no se define por la ley de la oferta y la demanda. ¿Quién podrá filmar la fraternidad? ¿Quiénes resguardarán en un plano los escasos gestos solidarios entre desconocidos? Es ahora cuando hay que invocar a las fuerzas luminosas del cine. Resistir es insuficiente; hay crear de la manera que se pueda y a todo momento.
*Publicado por Caimán Cuadernos de Cine en el mes de junio de 2024.
Roger Koza / Copyleft 2024
Es el cuento de la buena pipa…….?????????. Cual es la actitud que debemos emplear para combatir la destrucción de la NACION. ?