EL CINE, LAS AUDIENCIAS Y EL COLONIALISMO MENTAL

EL CINE, LAS AUDIENCIAS Y EL COLONIALISMO MENTAL

por - Ensayos
31 Jul, 2024 11:08 | comentarios
Ayer fue el cine, hoy es la ciencia, el gobierno nacional no deja de arremeter contra todo aquello que pueda propiciar el pensamiento crítico. He aquí otro texto más para impugnar la mentira y la infamia.

Todo espectador es un traidor o un cobarde

Solanas/Getino, 1968

El presidente Javier Milei firmó un decreto por el cual se elimina la cuota de pantalla para el cine argentino, garantía de la exhibición de las películas nacionales. Según razona la norma, el sistema de subsidios del INCAA “ha demostrado ser obsoleto y alejado de los modelos exitosos existentes en otros países con fuertes industrias cinematográficas, por lo que debe ser modificado, modernizado y dotado de eficiencia”. Por lo tanto, “debe priorizarse el fomento a la industria cinematográfica, teniendo en cuenta la calidad y posibilidades de exhibición, audiencia y recuperación de los fondos otorgados, por sobre preferencias ideológicas. Es necesario limitar el porcentaje del presupuesto que el INCAA destina a objetivos que no sean el fomento de la actividad cinematográfica”.

No hace falta más para concluir que, como en otros campos de actividad, Milei y las autoridades del área de cultura no tienen competencia para gobernar y la sustituyen con engaños o frases vacías aunque grandilocuentes (lo que no es ninguna novedad). Sacan de la galera conclusiones que no argumentan, estadísticas incomprobables, demasiado blablablá. En rigor de verdad, es la estrategia falopa para disfrazar la fragante expropiación de fondos que el propio cine genera y que, en consecuencia, no impacta en las cuentas públicas ni le saca la comida de la boca a nadie (de eso se ocupa la ministra Pettovello). ¿Cuántas veces habrá que repetir que el Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales es un ente autárquico? ¿Cuántas veces habrá que insistir en que no hay cinematografía fuerte en el mundo que no reciba apoyo del Estado? 

Es inútil ilusionarse con funcionarios idóneos, formados en su quehacer, conocedores de las legislaciones y, sobre todo, dispuestos a profundizar la convivencia democrática en vez de hacerla trizas. Es inútil ilusionarse con un presidente dispuesto a gobernar al conjunto de les argentines piensen o no como él. ¿No era eso la libertad señor Presidente?

Les funcionaries improvisades, cuyas vidas pasadas pueden rastrearse en IG o en los directorios de multinacionales, serían un problema menor si Milei y les suyes no contaran (todavía) con un alto porcentaje de apoyo popular. Parece que el pueblo —como otros en el mundo— está dispuesto a someterse a políticas fascistas, represivas y coercitivas que no le proporcionarán ni más trabajo ni más ingresos ni ningún bienestar general. 

Sin embargo, otro alto porcentaje del pueblo argentino, mira, lee, reenvía mensajes sin ponerle un fin a la inutilidad de su estupor. De repente, ¿perdieron el interés por mirar cine o sentarse en un teatro? ¿Prefieren pagar la suscripción de Netflix o de cualquier otra plataforma (cuyo negocio no está gravado por impuesto alguno), en la que ya saben lo que van a ver (porque no miran, ven siempre lo mismo, en “piloto automático”), porque esos “productos” les permiten mantener los sistemas cognitivos en modo vértigo (es decir, les asegura la meseta de alienación que el trabajo les inyectó durante ocho horas (por ahora)?

Esa porción de la sociedad, ¿ya renunció a pensar en su condición humana? Es probable que así sea hasta que se agoten los ahorros, las cadenitas de oro, el auto, la escuela privada, la prepaga… Hasta que se asuma que la experiencia de la pandemia nos atravesó los cuerpos, nos desquició el funcionamiento psíquico. Hasta que active el sentido común por la negativa: si lo personal es político, lo político no es común, nos habita, nos configura la existencia. 

Mixtape La Pampa

Ésa es la condición humana dominante. Ahora bien, el desfinanciamiento del cine y de cualquier otra actividad artístico-cultural, equivale a una suerte de extractivismo emocional, como si fuera posible extirpar del ADN el lenguaje que hablamos, las costumbres heredadas, las costumbres elegidas, el placer de la contemplación, el deseo de expresarnos y ser lo que queramos ser, la necesidad de alzar la voz porque nos sabemos pueblo, porque nos queremos pueblo. Extractivismo de la experiencia, de la memoria, del libre albedrío.  

El cine argentino que, según les que nos gobiernan (no estoy segura de haber elegido el verbo correcto) no sería fuerte o suficientemente fuerte, es elegido por los festivales internacionales que, de una u otra manera, establecen los estándares de producción, el catálogo de temas, los principios constructivos a los cuales “la industria” está dispuesta a financiar. O sea, el cine que censura Milei y sus secuaces es el que le gusta a los mecenas estadounidenses, holandeses, españoles, brasileños, franceses, etcétera, etcétera. El cine argentino es industria que activa otras industrias y negocios. El cine argentino es expresión de lo diverso que nos constituye. Entonces, ¿hay algo que no cierra?

 No, todo lo contrario: hay demasiadas cosas que cierran. Un arrebato manifiesto de derechos constitucionales, de las leyes que los respaldan, de las prácticas culturales que nos proveen identidad y memoria y hasta de las sentencias lapidarias que profirió algún prócer convertido en centro cultural: “¡Bárbaros, las ideas no se matan!” (adivinanza para Javier, Karina, Patricia, Sandra, Santiago: ¿quién fue el autor de la frase, dónde nació y en qué circunstancia la escribió?).

Perdemos el tiempo en diagnosticar cómo llegamos hasta acá, dejando fuera (exonerando, librando de responsabilidad) la variable de les votantes. Perdemos el tiempo en reclamar una forma de la política que ya nadie pone en práctica. Se gestiona por X. Se protesta por X. Se renuncia por X. Se despide por X. Se comunica “oficialmente” por X. Mientras intercambiamos corazoncitos como autómatas, nos están exiliando de nuestras subjetividades personales y colectivas. Ésta no era nuestra casa.

  La libertad no existe. Nadie hace lo que quiere pero cada uno es responsable de lo que es, sostenía Jean-Paul Sartre cuando su palabra hacía eco en trabajadores y estudiantes, en intelectuales y cineastas, en líderes y filósofos. Ahora, no se trata de mirar para el costado ni de bajar la cabeza en silencio vergonzoso. No hay tiempo ni siquiera para autocríticas. Se trata de dejar de negar lo evidente: somos parte del problema en la medida en que convivimos con los votantes de Milei. Por eso mismo, a la vez, somos parte de la solución. Tenemos una ventaja: Milei y sus secuaces no razonan. Improvisan, inventan, gritan pavadas, pegan patadas, niegan el presente (el pasado abominable no lo niegan, lo celebran), se están llevando puesto el mapa con todes adentro. Ésta no era nuestra casa.

El neoliberalismo libertario es la fase superior del fascismo capitalista. El cine lo contó muchas veces, de distintas maneras, en todas las épocas. El caso es que, lo mismo que los genocidas del 76, Milei no quiere imágenes de sus naufragios verbales y corporales. Lo mismo que los líderes del fascismo y el nazismo, admite sólo planos contrapicados, que estiren sus gestos y alaridos imperativos, que trastornen sus facciones humanas.  

En una entrevista publicada en febrero de 2021, entre otros testimonios sobre la obra de Pino Solanas, Roger Koza afirmó que Solanas filmó “los efectos de la Historia en el presente… La radicalidad estética y política de La hora de los hornos y Los hijos de Fierro se diluye en lo que vino después. El llamado enfático a la revolución fue sustituido por una voluntad de testimonio y denuncia; las piezas documentales que empieza a realizar en este siglo no son otra cosa que la composición cinematográfica de la memoria de una nación en tiempo presente y una genealogía precisa sobre el neoliberalismo en la historia recién acontecida. La lucha contra el colonialismo mental se mantiene intacta por obvios motivos”.

María Iribarren / Copyleft 2024