EL ESCUERZO
Los crédulos de ayer y hoy
Un sabio del cinematógrafo advirtió en un viejo texto de 1946: “Mi consejo a los que creen que el cine es una máquina de fabricar prodigios; cuídense de lo fantástico”. La advertencia de Jean Cocteau no alcanzaría al obstinado y joven cineasta Augusto Sinay, quien concibe lo fantástico atendiendo puntillosamente a los detalles de lo real. ¿A quién se le ocurre usar cartas del siglo XIX y otros documentos, como informes policiales, para seleccionar el vocabulario de una época cuando se trata de filmar una leyenda que podría prescindir de cualquier exigencia lingüística?
La placa inicial con la que comienza El escuerzo es meticulosa. Se informe el año y un asunto de importancia para todos: la guerra necesita de soldados, los menos favorecidos irán a morir al campo de batalla. No se dice así, pero la interpretación es unívoca. Son datos sociológicamente precisos, una radiografía de lo que conmovía a la nación en 1866. Y la fecha indicada, además, no es insignificante: la Guerra de la Triple Alianza entraba en su última fase y otra de las grandes máculas de la historia argentina ya era indetenible.
El lacónico cuento de Leopoldo Lugones de título homónimo es el punto de partida de la película, la cual emplea con elegancia el mismo recurso de deriva narrativa que caracteriza al cuento, aunque si la película de Sinay precediera a la narración de Lugones y fuera el célebre escritor quien quisiera llevar del cine al papel El escuerzo (perdónese el inverosímil anacronismo), el resultado sería una novela voluminosa. La imaginación del cineasta es frondosa, como puede verificarse en su ópera prima, la más ambiciosa que ha conocido el cine cordobés.
Es menester decirlo así: el cine de género puede ser un atajo para los cineastas perezosos debido a que las reglas son estables y las expectativas, predecibles. Pero cuando se trata de un cineasta movido por la pasión, el género es una estructura abierta para reinventar. A juzgar por el resultado de la película de Sinay, ¿quién no se atrevería, ahora, a vincular a Lugones con David Cronenberg? Hay un pasaje notable por su resolución donde el esófago de un anfibio, visto a gran escala, luce como una escultura orgánica en la que anida el cuerpo de un hombre.
La trama es aparentemente sencilla; no es otra cosa que la apropiación astuta de una creencia popular y cierta especulación sobre sus consecuencias: si se mata a un escuerzo y no se lo quema de inmediato, el animal regresa para vengarse. Acá, el joven protagonista aprende demasiado tarde la conjura de la maldición. El verdoso y contenido anfibio vendrá por él. Mientras tanto, a Venancio le interesa mucho más encontrar a su hermano, soldado forzado del ejército argentino, desertor. En ese viaje de búsqueda, el joven se cruza con mujeres y forajidos, soldados y presos, religiosos y chamanes. Es un viaje alucinatorio, porque las apariencias pueden ser engañosas, porque la propia conciencia no es del todo confiable, y porque el escuerzo es un ser diabólico capaz de poseer a quien ha intentado matarlo.
En El escuerzo pasa de todo. El terror de la guerra es un murmullo lejano que infunde un tono ominoso que en ocasiones se manifiesta en un gesto. El escuerzo, como corresponde, apenas se muestra, pero es un protagonista ubicuo y amenazante. Sin buscarlo, Sinay ofrece una prueba de credulidad envenenada. Nuestros contemporáneos pueden sentirse salvados de tan absurda superstición, pero temer las represalias de un sapo no es tan diferente a mantener conversaciones con mascotas que ya habitan el más allá. La voluntad de creer es un auténtico misterio.
Lo que no es apariencia es la contundencia de El escuerzo: no se desperdicia ningún plano y siempre se trabaja en cada segmento con la conciencia requerida para honrar cada minuto de película. Se puede atender al sonido microscópico en ciertas escenas y su función narrativa, apreciar la música extradiegética que está a la altura de cualquier composición de una producción onerosa de Hollywood o entregarse al placer de un plano general cuando el viento irrumpe, mueve los pastizales que danzan y acompaña al solitario jinete que, al caer la noche, tal vez apenas precise refugio y descanso.
El escuerzo, Argentina, 2023
Escrita y dirigida por Augusto Sinay.
*Publicado en el diario La Voz del Interior.
Roger Koza / Copyleft 2024
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