LA VIDA ÚTIL DE LAS PELÍCULAS
Ante la embestida actual contra el cine argentino del presente, que no es otra cosa que una prueba rotunda de desconocimiento cabal de lo que se habla y una demostración de colonialismo mental apabullante, se puede conjeturar que el denuesto oficial a la memoria del cine vernáculo persistirá y se profundizará. Chile, México, Brasil, Uruguay, Colombia tienen una cinemateca nacional, Argentina, no. ¿Cómo puede ser que una cinematografía como la argentina, vasta y diversa, no cuente con una institución que cuide de su patrimonio fílmico?
En las décadas precedentes hubo algún atisbo de que un espacio de preservación estaba a punto de volverse una realidad; vana esperanza, al fin y al cabo. Para la mentalidad grotescamente economicista de la administración actual, cuidar películas del pasado debe ser, por decir lo menos, una actividad improductiva, indigna de gastos estatales. Cuando el dinero es el único Dios visible, nada fuera de su órbita luce legítimo. Detrás de ese silogismo característico de un desapasionado contador, cuya vida solamente se ve justificada por el equilibrio de un balance, rige una concepción menesterosa de la vida humana. ¿Para qué cuidar viejas películas que ya nadie quiere ver?
Próceres y pantallas
Casi cien años atrás, un hombre entendió que una película no existe solamente en el momento de su estreno. Puede verse un año más tarde, veinte años después e incluso a un siglo de distancia; lo que retiene en cada caso es mucho más que un relato. Toda película cobija un documento de época, plasma la radiografía de una cultura, revela el estado del alma, recupera la vida de una lengua. Ese hombre evocado se llamó Henri Langlois y fue el fundador de la Cinemateca francesa. Un prócer de la memoria del cine.
En nuestro país no hay cinemateca, pero sí hay un hombre tan importante como el recién mencionado: Fernando Martín Peña. Gracias a él y algunas otras pocas personas, como Paula Félix-Didier, la historia del cine argentino perdura y puede revisitarse para saber algo más sobre la vida de una nación en el siglo precedente. Pero no se trata de la obstinación de conservacionistas que desean resguardar el pasado de un arte para el propio placer y el de algunos otros. Un razonamiento de esa índole llevaría a pensar que las bibliotecas son prescindibles. El cine, como la literatura, puede ser una actividad recreativa para el ocio, pero es esencialmente una fuente de conocimiento. Cada película es un fragmento de experiencia y saber, un registro de rastros de la compleja realidad que nos constituye, un retazo de verdad.
Para comprobar tal aseveración, entre hoy y el domingo, se podrán ver copias en fílmico de 16 títulos extraordinarios del cine argentino. Las elegidas intentan delinear un género que los franceses primero y los estadounidenses después popularizaron en la década de 1940 en adelante, el noir; las elegidas representan una versión criolla del género.
El término nacido de una reseña de 1946 firmada por Nino Frank compendió luego una poética y un estilo, con películas que alumbraban un espectro de las sociedades y sus criaturas donde las reglas y las costumbres sociales no podían restringir las pasiones violentas y los deseos que contravenían lo debido. El género es misteriosamente popular y transgresor; la moral se suspende y lo inconfesable emerge en la pantalla. El noir no es solamente un difuminado régimen de luz en la pantalla, una preferencia por la sombra y la oscuridad en términos materiales; es también un género en el que se constata que en la vida concreta el presunto universalismo de la ética es una idea noble pero frágil.
Algunos de los títulos son conocidos y extraordinarios, como Apenas un delincuente, Los tallos amargos, No abras nunca esa puerta, La bestia humana y La parte del león; otras apenas se conocen y muy pocas veces se han visto, como Fuera de la ley, Turbión y Barrio gris, Hombres a precio, cuatro títulos notables. Hay algunas otras que son rarezas insólitas, como Danza del fuego y Los pulpos. Nunca se podrá ver en fílmico, si no es en este ciclo, Se abre el abismo, de Pierre Chenal, una elección aparentemente heterodoxa para glosar el noir, pero probablemente el relato que más lejos llega a la hora de desoír el mandato de los mandatos: no matarás. Obra maestra de lo siniestro, película en la que Guillermo Battaglia es la vileza misma, no su intérprete.
El año pasado, la revista La Vida Útil, junto con Peña y Félix-Didier, organizaron el ciclo sobre el cine de Hugo del Carril. Este año repiten el gesto con otro menú. Eligen un género transgresor, y es lógico: cuando todo indica que la audiencia quiere ver superhéroes eternamente adolescentes, los cuatro días de Noir criollo resulta una transgresión hermosa. Debería llenarse la sala del cineclub municipal.
Roger Koza / Copyleft 2024
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