EL VIEJO ROBLE / THE OLD OAK
LA COMUNIDAD AUSENTE
En un texto notable titulado ¿Quiénes somos? Universalismo moral y triaje económico, el filósofo Richard Rorty intentaba pensar el concepto del nosotros en relación con una situación de disparidad económica global e insostenible, equiparando el presente con una situación sanitaria excepcional en la que centenares de heridos sobrepasan la capacidad de atención médica de las instituciones hospitalarias existentes en un país y se debe elegir a quién salvar. Es probable que a Ken Loach, cineasta identificado con la perspectiva marxista, la referencia al intelectual estadounidense le resulte demasiado liberal (aunque “liberal” en su acepción correcta), pero su intento en El viejo roble radica en extender el sentido de comunidad entre quienes no hablan el mismo idioma, profesan una fe distinta y tienen una historia disímil, una inquietud en común con aquel pensador y, en suma, con el liberalismo político, una posición de izquierda que nada tiene que ver con el individualismo conservador autoritario que erosiona con brutalidad la democracia en nuestro país.
El título remite a un viejo pub en el que los trabajadores y vecinos de un pueblo del norte de Inglaterra se encuentran todos los días para charlar entre amigos y tomarse una cerveza u otras bebidas alcohólicas; es una ciudad marítima, no muy lejos de Durham, aunque Loach prefiere omitir el nombre, porque busca construir un prototipo de pequeño poblado que en el pasado vivió de la minería y que en el presente coexiste con otro orden económico poco favorable. Apenas se ve otra cosa que las modestas casas de ladrillo proletarias que el cine inglés ha retratado en centenares de ocasiones, el pub elegido y una playa que en el relato tiene una importancia sustantiva. El concepto de espacio es restringido. La ciudad en sí no existe, sí, el barrio.
El dueño del pub es TJ, hombre solitario, que no ve ni a su exmujer ni a su hijo, que extraña a su padre que ya no está en el mundo y se apoya en el cariño de un pequeño perro. Es un hombre generoso y memorioso. En un salón que mantiene cerrado en el pub, hay varias fotografías que remiten a una época en la que los mineros sabían por experiencia que el bienestar dependía de forjar un sentimiento compartido y comprobar una fuerza conjunta. Cuando recuerda que su padre solía afirmar que la iglesia de la ciudad no era de los religiosos, sino de los trabajadores que la construyeron, el comentario no es una eventual y solapada provocación anticlerical que asoma en un diálogo. Es un punto de vista, tanto del personaje como de la película.
Pero a Loach no le interesa acá establecer un retrato de la situación proletaria inglesa, objetivo ubicuo de su filmografía, con matices y algunos cambios de geografía. El objetivo es otro: observar la intolerancia de sus compatriotas respecto de los inmigrantes, en este caso, sirios, y volver a pensar qué significa vivir juntos. El relato transcurre en 2016, y Loach presupone el entendimiento de los espectadores. Poco se discute sobre la situación en Siria y su guerra civil. Algunas imágenes en un monitor, el aciago destino de un familiar preso y la mención al paso del mandatario Bashar al-Ásad funcionan como un compendio que explica sintéticamente la presencia de los foráneos en ese pueblo. En efecto, la atención dramática recae en escenificar los prejuicios y en entrever cómo pueden ser desactivados. El viejo roble es una película didáctica, lo que explica la voluntad retórica destinada a conmover a todo o nada. Si para tal fin debe morir una mascota y un preso lejano, el guion no prescindirá de desgracias y actos de esa índole. La hipérbole alcanza fácilmente las lágrimas. El desenlace está concebido para el llanto. También para demostrar que ante el dolor la diferencia lingüística es secundaria. En esto Loach no está muy lejos de ser un publicista; es una línea delgada y borrosa la que separa el cine de la publicidad. No importa si se trata de un detergente o de la solidaridad.
En la película de Loach se incluye un personaje ideal para forjar el entendimiento. Yara es una de las refugiadas. Es una mujer joven y hermosa, habla muy bien el inglés y gracias a su padre ha encontrado en la fotografía una forma de conocimiento. En la mejor escena de la película, sus fotos revelan una sensibilidad. Sus retratos es lo mejor que tiene El viejo roble, y constituyen una paradoja: el personaje es un clisé a medida, a diferencia de sus fotos que singularizan a cada una de las personas que ha fotografiado. Si la película fuera como sus fotos, Loach hubiera hecho una obra maestra.
Lo otro destacable en El viejo roble reside en su legítimo intento de indagar qué significa todavía pertenecer a una comunidad. No es una pregunta cualquiera, en una época como la actual en la que la experiencia de tribu se confunde con el sentido comunitario y el interés propio resplandece como valor absoluto. Loach emplea acá una pretérita consigna de los mineros para delinear un camino: “Si comen juntos, se mantienen juntos”. La foto que atestigua ese enunciado es mejor que el enunciado. Lo mismo podría decirse de otros pasajes explícitos. Cuando la delicadeza desplaza el énfasis, el cine mejora. Por eso, la velada musicalizada con laúd para acompañar la proyección de las fotografías de Yara es más elocuente que tantas otras escenas con fines pedagógicos. En ese breve pasaje, la noción de un “nosotros” no puede circunscribirse al pasaporte y al himno. No hace falta llorar para saber que la decencia no tiene fronteras.
El viejo roble / The Old Oak, Reino Unido-Francia-Bélgica, 2023.
Dirigida por Ken Loach.
Escrita por Paul Laverty.
*Publicada en Revista Ñ en el mes de septiembre.
Roger Koza / Copyleft 2024
Me parece que esta película de Loach, aun con sus subrayados y su habitual didactismo que señalás Roger, trabaja la pregunta por la comunidad con más convicción que la última de Moretti, El sol del futuro, con la que se puede comparar: ambas se despliegan en un espacio urbano de las clases obreras e interrogan el nosotros en relación con ciertos conflictos que tensionan la unidad de la comunidad: la intolerancia a la inmigración en un caso y la fractura el comunismo en el otro. Coincido Roger en que la escena de las fotos y el laúd es lo mejor de la película y expone un tipo de sensibilidad abierta que compone comunidad sin declamar ni apelar a la sensiblería, el didactismo de la película es evidente pero es también honesto y me parece que se expone con claridad en la escena en la que el protagonista va a la casa de su vecino a decirle simplemente que sabe lo que hizo. Entre esos dos momentos, Loach encuentra materia para pensar tradición y comunidad y abrir algunas preguntas incisivas sobre su propia sociedad. En comparación, el film de Moretti, ciertamente más sofisticado en su forma narrativa, viaja al pasado para resolver un problema anacrónico del que, entiendo, no se predica comunidad presente alguna. Para Loach, la decadencia de la clase obrera ilumina la xenofobia actual y la degradación del sentido de lo común, no veo en el film de Moretti lazos significativos entre su nostalgia y las crisis del presente.
Abtrazo!
Todo lo que decís sobre la película de Loach, lo comparto. Con matices, algunas cosas de la de Moretti. Gran abrazo. R