FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN: TARDES DE SOLEDAD

FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN: TARDES DE SOLEDAD

por - Festivales
01 Oct, 2024 11:14 | Sin comentarios
Sobre la máxima ganadora de la última edición del Festival de Cine de San Sebastián.

ALBERT SERRA Y LA MORTÍFERA LIDIA DEL ARTE

La primera toma del film es un primer plano de un toro negro, completamente solo, en medio de la noche. Vemos el lustre oscuro de sus ojos, la mole de su cuerpo que se agita al respirar, la cabeza, los cuernos.

Ese animal es un faro negro, un signo arcaico, sagrado, amenazante, nos recuerda a los bisontes que pintaron en las cuevas los primeros hombres. 

La toma es larga, no hay modo de no ver, no escuchar los ronquidos de ese corazón, no percibir el terror de sabernos observados, no entender que ese animal es otra forma de la noche que lo rodea y se funde con él. 

Serra no podría haber imaginado un prólogo mejor: la escena permanecerá sepultada en nuestra consciencia, pero no muerta, cuando la película arranque, dé paso a la luz del día y se concentre en todas las minucias que atañen a la vida del torero Andrés Roca Rey.

Tardes de soledad es esto: un registro sin comentarios ni edulcorantes, que pone todo su material bajo la lupa, con crudeza, como si la cámara fuera un bisturí. Vemos al torero en la combi que lo traslada del ruedo al hotel y viceversa, y también en los momentos álgidos del enfrentamiento con el toro, cuando a milímetros de él, lanza sus gritos prepotentes y hace gestos tan compenetrados que hasta parece que tuviera cuernos. Lo vemos en el ritual de vestir su traje de luces que tanto tiene de homoerótico o femenino, en su debilidad por los amuletos y las supersticiones; su reacción (o falta de reacción) frente a las heridas recibidas o a los elogios vacíos y más bien mediocres de su equipo de colaboradores tras el éxito.

Y luego, por supuesto, están las escenas mismas de la tauromaquia, con sus banderilleros, picadores, muletas y guarnicionería. Todo el despliegue de una danza macabra, una coreografía pautada por ritmos que son formas del azuzamiento y, a la vez, reconocimientos no confesados de vulnerabilidad. 

No confundir. Contra lo que pudieran afirmar los activistas de la opinión correcta, este film no se propone ensalzar ni denostar las corridas de toros. Tiene, en cambio, la osadía de adentrarse, a través de un arriesgado lenguaje cinematográfico, al enigma incómodo e indigerible de la creación misma. 

Me refiero a esa pelea a muerte y desigual que el arte emprende siempre y cada vez contra la enormidad de un real que se le escurre. El toro sería, en este sentido, una noche más negra que la noche capaz de almacenar, si cabe, lo aterrador de aquello contra lo que nos lanzamos a ciegas a ver si logramos, no salir ilesos ni con el trofeo de haber logrado “una cumbre”, sino quizá un poco menos necios, más receptivos a la duda y al misterio.

El film de Albert Serra lo sabe bien: en la plaza de arena, en el espacio en blanco de la página, en la película todavía no filmada, late la misma preocupación: el arte vuelve una y otra vez a apostar a la magia de los extremos y a hacer del Reino de los Muertos, su cómplice más sutil, su pregunta prioritaria, la más irreverente.

María Negroni / Copyright 2024