CONTRACAMPO: LAS CRÓNICAS DE MARCELA: TRES VECES AMOR

CONTRACAMPO: LAS CRÓNICAS DE MARCELA: TRES VECES AMOR

por - Festivales
05 Dic, 2024 12:44 | Sin comentarios
Última entrega. Contracampo estrenó una película de Perrone, otra de Schonfeld y dio un merecido espacio a un largo de una cineasta poco conocida: Julieta Seco.

Hoy, lunes, es el último día para mí de “Contracampo”. Tengo que volver a trabajar, entre otras cosas fútiles que requieren mi presencia. Ya me angustio porque no voy a poder ver Ulysses plebeyo de César González, que no solo admiro como director sino también como escritor: me devoré su “Niño resentido” que me trajo fuertes ecos de “El niño proletario”, el cuento de Osvaldo Lamborghini con el que lloré amargamente en mis primeros años de facultad, allá por el siglo pasado. Un nervio de clase, que late con desgarradora furia, los emparenta; y es lo que más me gusta. La furia y el ardor lingüístico. La pertenencia y la sentida soledad. La crueldad y la belleza.

Pero volvamos a las películas de hoy. Todas, casi sin excepción, las películas del grupo de los “queridos entrerrianos” (así les digo yo al conjunto de directores nacidos en Entre Ríos que conforman Iván Fund, Eduardo Crespo, Santiago Loza, Celina Murga, Maximiliano Schonfeld) tienen un estilo que los identifica: la sencillez narrativa, el modo en que desgranan cada escena y cada plano, la manera en que sus imágenes destilan una luz insospechada y la calidez de sus historias.

En “Contracampo” vi Sombra grande de Schonfeld. La presentó mi querido colega y amigo Tomás Guarnaccia. Dijo que la película estaba repleta de perros porque ellos son los que nos dan amor y esa dimensión del amor siempre es más grande que lo que reciben; para los perros es más importante dar que recibir. Inevitablemente me pongo triste. Extraño a mi perrita Gena (esa que supo ser la cara del “Doc Buenos Aires” en alguna edición, en los brazos de Roger Koza) Extraño sus ojitos brillantes, su alegría inconsciente cuando volvía de trabajar, su malhumor cuando la retaba, sus ganas de parecer un dogo cuando era una salchicha arlequinada. Pero lo que más extraño es su amor. Tiene razón Tomás.

Sombra grande

En Sombra grande aparece ese amor que no es solo incondicional sino que es honesto y sencillo. Evidencia: en la mayoría de las películas de este grupo aparecen perros: no creo que sea solo una cuestión pueblerina sino que responde a otra cosa: es elegir aquello que queremos que nos acompañe, que nos rodee. 

Con Sombra Grande, su director, tal vez cierre un ciclo que había comenzado con Germania, seguido luego por La helada negraLa siesta del tigre y Jesús López; lo que une a esas maravillas es la comunidad que forman los descendientes alemanes alojados en los puebles de Entre Ríos. Viejos, jóvenes y niños trabajan la tierra, tienen granjas, aman los animales. Alemanes que quieren aprender la lengua chaná, que es la lengua que hablan (o habla el ultimo descendiente) en el pueblo originario vecino. En una hermosa escena tres hombres (el viejo alemán, el ultimo chaná y el argentino) leen el mismo texto cada uno en su lengua. Las palabras se mezclan, se aúnan, y se combinan en una melodía multilingüe perfecta. No dejar morir una lengua es no dejar morir una expresión de la identidad. Hombres y mujeres bailan al son de cumbias populares, toman sol a la orilla del rio, se convidan bebidas y comidas. El espíritu comunitario es lo que retrata Schonfeld con elegante honestidad. 

Algunos de los personajes vienen acompañando a su director desde hace años y siguen el ritmo amable del relato como si desde aquella Germania fuera el mismo film, con una continuidad que está marcada por la poética amorosa en el retrato de estos hombres y mujeres y por ese paisaje que se hace sentir en los ruidos de la naturaleza y se deja ver en los bordes arenoso del rio y en las casas humildes. La condensación de toda esta poética estalla en el final, donde al ritmo de “Vive” cantada por Sergio Denis suena y contagia. Ese grupo humano (e intuyo que también el equipo técnico) camina hacia al horizonte, donde se origina el atardecer, finalmente donde todo nace y termina.

Corazón embalsamado

Después de tan hermosa experiencia, llegué a Corazón embalsamado sin saber demasiado de su directora, Julieta Seco. Voy vacía de saberes previos, no busco nada en internet, prefiero la sorpresa. Y vaya que fue una amable sorpresa. Me entero muchas cosas en la presentación, porque las buenas presentaciones de las películas son las que respetan la obra, a sus directores y directoras y al público. Cuando son buenas las introducciones sucede lo mismo con los debates posteriores. 

Corazón embalsamado es un título bellísimo (siempre importan los títulos, al menos para mi) y un documental extraño. La película nació, según palabras de su directora, “con la aparición de un material de archivo de sus hermano -adolescentes varones- que se filmaban a sí mismos en el año 1995, en San Fernando del Valle de Catamarca”. Con ese material se arma y desarma una película que se nutre de archivos familiares y videos públicos. ¿Es solo eso? 

La historia de los últimos al menos cuarenta años de Catamarca es también Corazón embalsamado. De sus planos se delinea un retrato inhóspito, donde la religión aparece con toda su potencia perversa. En efecto, en los años de dictadura, los curas coqueteaban con las fuerzas armadas; también está la desaparición de María Soledad Morales y las marchas del silencio en su nombre; la vida íntima de las chicas de la ciudad, el nacimiento del sexo, los mandatos familiares que no dejan de ser dogmáticamente religiosos, la violencia de la adolescencia masculina. La película se divide en nueve capítulos cortos como la novena de un rosario que suena desconfiada y descreída. El trabajo de Seco consiste en contrastar una imagen contra imagen, en un trabajo de montaje que interesa no solo por el modo cuidadoso que le imprime a sus imágenes otros sentidos, sino porque en esa relación compleja se puede conocer a una chica que expone su doloroso crecimiento y descubre el extraño mundo de la ideología (política, religiosa, personal). Una hermosa experiencia, una directora para seguir de cerca.

Terminé el día, ya entrada la noche, con uno de mis directores preferidos, el maestro Raúl Perrone. Vi todas sus películas, sobre todo las que filmó después de P3nd3ejo5 que es justamente su punto de inflexión. ¿Qué decir de novedoso sobre este autor consagrado sobre el que tanto se ha escrito? Sin embargo creo que en Solo qu3r3mos un poco de amor hay algo nuevo, o al menos lo intuyo. 

Solo qu3r3mos un poco de amor

En principio, vemos personajes similares. Las últimas películas de Perrone, los hombres y mujeres jóvenes deambulan por Ituzaingó: hablan una lengua extraña que quisiera creer es el lenguaje del amor. Si existiera: ¿habría algo más extraño que la lengua del amor? Pienso inevitablemente en “Fragmentos de un discurso amoroso”. Barthes como Perrone siempre aman; uno las palabras, el otro sus planos. En verdad, aman a través de un sustantivo o un plano secuencia.  

Acá también, y no es tampoco la primera vez, se suma Pasolini. Un pibe recita un poema en italiano, un pibe que también intenta hablar acerca del amor. El amor entre hombres y mujeres, entre padres/madres e hijos/hijas , entre amigos y amigas está pensado como el lenguaje imposible, como la lengua que congrega a todas, un lenguaje íntegro y universal. Una lengua en la que sea posible comunicarse, entenderse.

Eso es lo que sucede finalmente en Solo qu3r3mos un poco de amor. El padre se revela como tal, la hija lo reconoce; logran entenderse, ya no tanto desde la lengua sino desde otro lugar que vaya a saber cuál es, pero que Perrone puede filmar. ¿Cómo lo hace? Es su secreto. Lo que es indesmentible es que él sabe demostrar su amor por sus personajes, que son un poco Diógenes, un poco perros perdidos y vagabundos. Buscan deambulando el amor desperdigado por las calles suburbanas. Solamente dejaré constancia que el final me destruyó un poco, certero mazazo al corazón, ese corazón – el mío- que estaba un poco embalsamado. Si escribo aún es porque la película también me amó. 

Marcela Gamberini / Copyleft 2024