JUROR # 2 (02)
MÁS ACÁ DE LA DUDA
Un hombre ha matado a una mujer. Hay testigos. No del acto puntual, sí de los minutos previos. La pareja discute en un bar, él responde con violencia, ella decide irse. Bajo la lluvia reafirma su hartazgo, camina, se sube a su auto y se marcha. Un poco después, su cuerpo yacerá debajo de un puente en una solitaria ruta de Georgia. El caso no admite duda alguna, más todavía cuando el propio pasado del presunto homicida está ligado a una organización extremista de ultraderecha. La escena previa al crimen tiene lugar un par de veces y desde perspectivas cambiantes. Si el acusado es el culpable y si el azaroso jurado de civiles así lo entiende es algo que importa, pero es secundario. El drama jurídico es solo una excusa para otro. ¿Quién puede hacer de la deliberación moral una película de suspenso?
Sucede que el jurado número dos entiende velozmente que el responsable de la muerte es él; creyó haber investido inocentemente con su automóvil a uno de los tantos ciervos que cruzan la ruta en la noche. La película de Clint Eastwood no es otra cosa que una indagación sobre el peso de la conciencia. Se trata de un drama sufriente en el interior de la conciencia de un hombre común que ha vencido el alcoholismo a través de la fe y está a punto de ser papá. La verdad tiene distintas consecuencias. Decir la verdad, pase lo que pase, puede determinar algo más que el propio destino.
En efecto, el tema ya no es solamente la inocencia del acusado, sino la propia, y la encrucijada de su posición frente a la justicia y la prueba de que él no sabía entonces que había quitado la vida a una persona. El entretejido verosímil de actos es incuestionable, también la incidencia de todo esto en la conciencia del protagonista, tan angustiante como verdadera. El guion de Jonathan Abrams puede tener algún que otro cabo suelto, pero la fuerza retórica del drama es implacable. Si Juror #2 resulta un poco doméstica respecto al alcance de su drama y la idiosincrasia que tiñe los pensamientos y los actos de los personajes, lo universal del dilema del personaje es reconocible y no tiene nacionalidad.
Eastwood dirige con autoridad, y su ausencia delante de la cámara, un diferencial en sus películas, no debilita la contundencia narrativa. La austeridad de la puesta en escena y la precisión del relato denota el saber de un cineasta que entiende perfectamente el oficio al que ha dedicado su vida. Basta ver cómo se introduce el primer flashback a través de una pantalla de televisión en el estrado, o sopesar el atrevimiento de culminar con el plano final en que el jurado y la abogada que acusa comparten la escena. Todo está bien. Cada personaje tiene el mérito de añadir un matiz, cada escena complejiza la posición del protagonista; una comunidad y sus creencias se delinean conforme avanza el relato y un motivo enunciado en el prólogo se vuelve la sustancia que sustenta el imaginario de una nación, acaso una grata fantasía de dudoso cumplimiento: “La justicia es la verdad en acción”.
Los cinéfilos suelen discutir en torno a Eastwood y su posición política. En algunas de sus películas, el sesgo ideológico se puede entrever, pero lo político en sí requiere de una hermenéutica menos proclive a la sentencia veloz. Es bueno recordar que este cineasta conservador representó el deseo legítimo de una boxeadora de terminar con su vida o imaginó la muerte de un astronauta en la máxima desolación del paisaje lunar sin inmiscuir ningún consuelo teológico. Se podrían citar otras rarezas en la biografía artística del heterodoxo republicano. Sin embargo, el drama de conciencia de su última película atañe por igual a los lectores de Edmund Burke y Thomas Paine, si se trata de identificar referentes anglosajones en la historia de las ideas políticas. La relación de cualquier hombre o mujer con la verdad se sitúa en un espacio inconmensurable respecto de su inclinación sobre cómo una sociedad debe organizarse en torno a la riqueza, la división de los trabajos y el tiempo libre.
*Publicada en La Voz del Interior en el mes de diciembre de 2024
Roger Koza / Copyleft 2024
Cabos sueltos y fuerza retórica, sí, que se potencian negativamente en su visión «ingenua»: una fábula moral que no convence a nadie, salvo a los autoristas (aunque tengan que contentarse con un seudoclasicismo gagá). Digo esto porque dos críticas seguidas sin fisuras es demasiado, ya extraño las «a favor y en contra» de El Amante…
No extrañes y escribí una; a mí me gustó, tampoco me pareció una obra maestra, y di algunas razones de mi defensa: lo ingenuo, eso sí lo veo y lo señalo como una limitación, que es propia de las creencias de esa nación, como se puede ver en los límites del cine de F. Capra. Sí te digo algo: no deberías extrañar la falsa dialéctica de EA. Esa forma de oposición era simplemente una impostura, notoriamente improductiva y presuntamente lúdica, como las del gurú de esa revista que se jactaba de querer escribir el mismo una a crítica a favor y otra en contra. Exhibicionismo estéril de su parte, y una verdadera confesión de que no tenía, y probablemente no tiene todavía, compromiso alguno con su palabra, porque nada de lo que dice lo dice hasta las últimas consecuencias. Nunca fue otra cosa que un diletante con algún que otro fogonazo de sagacidad y habilidad retórica en un contexto que le tocó y le ayudó a cimentar una firma. R
Creo que ya dije en anteriores ocasiones todo lo que se podía decir sobre CE, no veo que esta película agregue nada.Sobre EA sí habría más que decir, pero por suerte también alguien más se está tomando ese trabajo, y con suerte será un librito (que esperemos le sirva más a la jeune critique que a los veteranos).
¿Cuál es el librito?
He leído tus objeciones a Eastwood, y la de otros críticos afines en reiteradas ocasiones. Suelo esgrimir algunos cuestionamientos similares en mi mirada sobre su obra, y en lo que he escrito sobre CE, el texto sobre Francotirador es el que mejor representa en dónde veo los problemas del cineasta. La película precedente y otras recientes de Eastwood me han resultado incomprensiblemente mediocres. Pero Juror # 2 me parece muy distinta, en muchos sentidos, con algunos límites propios de una idiosincracia y algunas concesiones retóricas que suelen ser imposiciones de producción o falta de rigor de quien está detrás de cámara. En esta ocasión, el ubicuo empleo de cuerdas y el énfasis del tono elegido para escenas clave y alguna que otra explicación didáctica; son mis principales objeciones. El trabajo sobre el dilema de la consciencia me parece retratado con madurez y sencillez, como también la madeja de relaciones que se establece entre el saber de una conciencia y las consecuencias de omitir o no un saber que tiene efectos concretos sobre otras vidas y demuestra a su vez la complejidad de cualquier práctica jurídica. Muchos han mencionado la relación manifiesta con la ópera prima de S.Lumet. Cuando la vi pensé en otra película, mucho menos celebrada que la de SL: Más allá de la duda, de Fritz Lang, que no resulta una lectura directa, pero sí una extensión sobre cómo pensar la justicia y su relación con la verdad, problema entrevisto y propuesto como eje retórico principal ya en el prefacio de la película. R
Sobre el librito no puedo decir nada más para que los haters no arranquen antes de que el autor lo termine…
Sobre esta de Eastwood solo diré: es una fábula moral, pero su problema no es lo inverosímil (que haya podido ser un automovilista el culpable es obvio, pero todo se sustenta en pasarlo por alto). Visto ese caracter de fábula, ese no es motivo de queja: pasa lo mismo en los otros films de Eastwood sobre la justicia. Pero en este la mirada crítica sobre el sistema descansa finalmente en la buena conciencia individual. El giro y final del personaje de Toni Colette es una muestra de la intersección de ambas imposibilidades (narrativas y éticas). Clint quiere terminar su película y sus dias con una mirada esperanzadora aunque sea falsa. Prefiero al último Bresson. Y a Lang siempre, claro.
Qué bueno encontrar un aliado en la defensa de Jersey Boys, una gran película muy vilipendiada por la crítica convencional. Saludos