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VIENTO DEL ESTE
DESPUÉS DE LAS PÉRDIDAS
El proyecto inicial de la realizadora, había sido filmar un documental que, desde su voz, desenvolviera un mapa en el que Bariloche, el Río de la Plata (Buenos Aires) y Cisjordania (Palestina) pudieran integrarse en un territorio común. De alguna manera, se propuso recomponer la diáspora de sus ancestros no a partir de la pregunta por la identidad, sino desde la memoria de los cuerpos, las lenguas, las bitácoras escritas por su madre y por su abuela. Sobre todo, desde una ausencia.
Lo que despliega, en un primer momento, Viento del este son las piezas sueltas de un rompecabezas cinematográfico (¿un caleidoscopio?) en el que el espacio y el tiempo suceden, apenas, como/desde referencias de referencias que el montaje ordenará antojadizamente. Dinámica y propuesta estética que va a interpelar a les espectadores: huellas en la nieve, el ruido de un limpiaparabrisas montado al informe meteorológico radial, dos personas que dialogan mientras la cámara persiste en encuadrar la ventana de madera, entre otras muchas escenas que rompen la narrativa documental normatizada.
Así entonces, las piezas reunidas no provienen de experiencias actuales (registros directos) sino de relatos y objetos que cuentan historias (“un vaso verde, un sweater estilo Bariloche y un trofeo de pesca”; la habitación en la casa de la abuela, a la que llamaban “el museo, porque era como un archivo en el que había de todo un poco”). La primera dificultad, es que falta un cuerpo (que será, finalmente, la sustancia de la búsqueda). La segunda, que uno de los tres territorios está en riesgo de desaparecer: Palestina que “hoy resiste el genocidio desencadenado por el Estado de Israel”.
La cantidad de asuntos volcados en los primeros minutos de Viento del este, es notable, en términos formales y argumentales. La disrupción es la nota que tensa las imágenes: desde un pasado, un cuerpo y un afecto irrecuperables, hacia/hasta un presente que augura la destrucción masiva de cuerpos y afectos. Apropiándose de la insolencia godardeana (Gattás Vargas no ahorra menciones explícitas a Jean-Luc Godard, empezando por el título de la(s) película(s)), la realizadora propone una experiencia visual abierta, política y conmovedora a la vez.
En la presentación del libro compilado por Isaac León Frías, El cine de Jean-Luc Godard. Rupturas y aperturas, durante el BAFICI 2024, Julia Kratje señaló, entre otras cosas: “El cine de Godard invita a ensayar un archivo en proceso, una memoria viva de las imágenes”. Ése es el ensayo (el aprendizaje) en el que se esmera Gattás Vargas: revivir una memoria ajena a partir de imágenes propias, intentando constituir un archivo vidrioso a partir de una carta que no llegará a destino. ¿O sí?
“Cuando vos tuviste el accidente, mamá dejó ocho páginas en blanco en su diario. Hay un vacío del 19 al 27 de septiembre de 1986. Todos los días ella anotaba pequeñas cosas. Gracias a eso pude saber sobre vos. Y también gracias a los diarios de la abuela que habla de mil cosas y escribe con palabras en muchos idiomas”, dice o escribe o lee la narradora en off, plantando otra referencia al presente nacional: la memoria preservada por las Madres y las Abuelas.
La ausencia del padre, la del padre como un otro (¿un doble?) anónimo, la del padre desaparecido (“… es una incógnita, no tiene entidad, no está ni vivo ni muerto”), la del padre que olvidó o abandonó o no quiso ser, podría ser un subgénero de la cinematografía argentina. En este aspecto, el cine (en particular en su hibridación documental) fue y sigue siendo una pieza clave para sostener los ojos y la conciencia despabilados.
Viento del este cumple ese derrotero apelando a todas las herramientas que el cine atesoró a lo largo de su historia. No es una película romántica o melancólica. Sí es una película que confía en su dispositivo y no excusa a la belleza que, incluso, una pérdida es capaz de desatar.
Viento del este, Argentina, 2023
Escrita y dirigida por Maia Gattás Vargas.
María Iribarren / Copyleft 2025
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