BERLINALE 2025: LOS PREMIOS

BERLINALE 2025: LOS PREMIOS

por - Festivales
28 Feb, 2025 10:36 | Sin comentarios
Algunas apreciaciones sobre todas las ganadoras de la competencia oficial de la Berlinale.

Se votaba en Alemania. La ultraderecha avanza, salió segunda, pero en Alemania (y Austria) no tiene el mismo peso simbólico que en otras geografías. No falta mucho para que se cumplan cien años del triunfo de Hitler en Alemania. Cuando Radu Jude subió a recibir el premio al mejor guion, el lúcido cineasta rumano se refirió primero a Luis Buñuel para evocar la tradición inconformista del cine y cerró su agradecimiento con una broma: “Mañana hay elecciones, espero que el año que viene el festival no tenga que abrir con El triunfo de la voluntad”. 

Poco y nada revela Drømmer (Sueños), de Dag Johan Haugerud, acerca de los desórdenes sociales y políticos de nuestro tiempo y la costosa desorientación que impide analizar el presente con la clarividencia requerida. Ninguna película tiene necesariamente que responder a semejante exigencia, pero en las 19 de la competencia poco se dice abiertamente de los aspectos cruciales de la época que nos toca vivir, exceptuando la película de Jude y el documental Marca de tiempo, de la ucraniana Kateryna Gornostai.

Drømmer

La ganadora del Oso de Oro refleja nítidamente el bienestar material de su país y la moderada zozobra de la vida espiritual de sus habitantes. Su lenguaje cinematográfico apenas está por encima del de un telefilm correcto; se constata, apenas, cierto esmero en el trabajo del guion sobre el vocabulario. La adolescente que se enamora de una profesora interina escribirá un libro sobre ese primer amor, más imaginario que real, más literario que carnal. El drama de la protagonista se ciñe a los dolores del corazón. La sociedad en la que vive dista de ser perfecta, pero tanto en Drømmer, como en las otras dos películas de la trilogía de Haugerud, se retrata la vida de personas que no deben preocuparse por la subsistencia. La insatisfacción sexual, el desentendimiento con quien se comparte una vida, la desolación que se agrava con los años son los temas predilectos. El humanismo, un poco frígido y gélido, de sus películas es su virtud principal y su límite evidente.

El premio principal a la película de Haugerud resulta notoriamente excesivo; en su realización no hay ninguna urgencia, ninguna incomodidad. Hubiera sido más comprensible destacar la calidad literaria de la película dándole el reconocimiento por su guion, y, en tal caso, el film de Jude, Kontinental ’25, tomaría el lugar y se llevaría el premio máximo. Las ideas de Jude de puesta en escena y la pertinencia universal de su trama bastaban para que un segundo Oso de Oro para el cineasta fuera visto como justo. El presidente del jurado, el magnífico cineasta estadounidense Todd Haynes, debe haber sentido familiar la pequeña historia de amor de Drømmer, más allá de que las películas del noruego son un remedo de las suyas.

Los latinoamericanos

De los siete premios que otorgó el jurado, los otros dos de mayor relevancia fueron para películas latinoamericanas que están entre sí en las antípodas. A O Último Azul, de Gabriel Mascaro, se le concedió el Gran Premio del Jurado por una película que ostenta la dosis perfecta de exotismo para que pase inadvertida su visión política, si no reaccionaria, al menos demasiado equívoca, de la distopía que pone en escena. ¿En qué tiempo histórico transcurre la advertencia didáctica con la que señala burlonamente un Estado sobreprotector que supuestamente limita la libertad de sus abuelos y abuelas?

El mensaje

Mascaro imagina un mundo en que el Estado brasileño administra sospechosamente el bienestar de sus jubilados y aboga entonces por la libertad de su protagonista. ¿Por qué filma esto Mascaro? El contexto reciente y actual de Brasil exige más rigor sociológico, o simplemente más valentía ideológica. La alegoría es una coartada. También lo es la prepotencia fotográfica con la que se saca provecho de la Amazonia. La protagonista, muy carismática, puede hechizar fácilmente. Pero los efectos de seducción son ineficientes para mitigar los pasajes ridículos de la trama, las rudimentarias resoluciones formales y narrativas y las interpretaciones desparejas. que no son pocas. El jurado, sin embargo, se vio seducido y vio satisfecha su ansia de pintoresquismo, sin interrogarse mucho más.

El Premio del Jurado fue para El mensaje, la única película argentina en la Berlinale. Pródiga en ideas cinematográficas, el interés de Iván Fund por indagar la experiencia de la infancia alcanza acá su mayor esplendor. En esta ocasión, la protagonista de once años tiene un misteriosos don: puede hablar con animales, incluso con los que no están en el mundo. La niña viaja por distintos rincones del país acompañada por dos adultos que la cuidan y organizan los pormenores económicos de su servicio de telepatía natural. A Fund no se le escapan las potenciales sospechas acerca de una actividad como la descripta, pero la película responde a esas inquietudes a través de la ternura de los vínculos y la necesidad de los clientes de hallar un alivio ante el sufrimiento de un animal o la tristeza que se siente cuando han perdido su compañía. 

El mundo que El mensaje escenifica puede ser leído a las apuradas como uno regido por una metafísica en consonancia con el obscurantismo de la época; pero una lectura así sólo denotaría pereza intelectual y mala voluntad. Lo cierto es que la película de Fund está sentida y concebida desde una experiencia de la infancia, en un estadio en que la imaginación puede percibir el deseo de un carpincho por comunicar su pena o un gato los dilemas de su vida cotidiana. El encantamiento del mundo tiene un tiempo en la conciencia, el tiempo de la infancia. Eso ha retratado el sutil cineasta de Crespo.

Los otros osos

Huo Meng obtuvo la distinción por mejor dirección. Es un premio que debería haberle tocado a Richard Linklater, Hong Sang-soo o Radu Jude. Si hay algo meritorio en Viviendo la tierra (Sheng xi zhi di), tercera película del cineasta es su ambición formal, no exenta de manierismo, pero con algunos momentos hermosos y formalmente exigentes. La película no es otra cosa que un retrato meticuloso de la vida en una aldea china a principios de la década de 1990, etapa inicial de la transformación económica y social que define la actualidad de ese país. El punto de vista elegido es el de un niño de 10 años cuyos padres han decidido trasladarse a Shenzhen para trabajar mientras él queda bajo la tutela de su abuela.

Living the Land

La observación de un ritual mortuorio que abarca los primeros 40 minutos, la relación del niño con su abuela, que es siempre un contrapunto de la atención que se les dispensa a todos los habitantes de la aldea, y un plano final que también empieza con el fin de otro entierro permiten no solamente reconocer el rigor formal del cineasta, cuya predilección por el plano secuencia es ostensible, sino también el esmero por dejar una imagen antropológica de una época. 

Antes de avanzar hay que decir que el papel de Ethan Hawke en Blue Moon es el papel de su vida. La caracterización de Lorenz Hart es notable, pero es lo menos importante. La mimesis tiene el valor de una copia sin alma. Copiar gestos, devenir físicamente en alguien vivo o muerto para denotar verosimilitud es un atajo que acopia elogios y premios. El asombro por los parecidos es una forma inconsciente de apreciar que nadie es igual a alguien. Que otro evoque a ese alguien irrepetible parece ser una conquista ontológica. Pero lo intangible es la personalidad de alguien que no se es y de quien se tiene la responsabilidad de darle vida en el plano. Hawke concibe a ese hombre que escribió las mejores letras de las canciones populares de su país de la mitad del siglo pasado sabiendo algo que él no podía saber: la muerte lo esperaba unos meses más tarde. De ese saber imposible para el personaje, Hawke trabaja sobre él con la clarividencia de los moribundos. En la noche del 31 de marzo de 1943 puede esbozar un examen de toda su vida. Pero el jurado no lo eligió.

Sucede que lo de Rose Byrne en If I Had Legs I’d Kick You (Si tuviera piernas te daría una patada) es también el papel de su vida. La decisión de Mary Bronstein de filmar a centímetros de su cara o su cuerpo, sobre todo cuando interactúa con su hija enferma, a quien no se ve casi nunca, conlleva a una exposición milimétrica de la actriz en donde la tensión de la piel, las ojeras como signo de extenuación, los ojos como condensación expresiva del desamparo se tornan en instrumentos de la conciencia de Byrne. Lo que suele quedar librado al automatismo de la conducta y sus reflejos en el cuerpo ya no es soberanía del inconsciente. La impresión es que Byrne está consciente de todo, como si encarara una dimensión microscópica de lo interpretativo en la que los movimientos de los lunares, incluso, responden a la voluntad de la actriz. 

Kontinental ’25

¿Qué decir sobre el premio al mejor actor secundario? Eligieron a Andrew Scott por su correcto papel como Richard Rodgers en Blue Moon. El prestigio del personaje y la fama de su intérprete dejaron de lado un razonamiento estético más riguroso. Si había que elegir a alguien en ese film, el barman de Bobby Cannavale era el elegido. Papel amoroso, trabajado con recato, pero esencial para la trama. Cannavale expresa ternura y administra el tiempo de la comicidad en la interacción con Hawke. Con él, Hawke dice el primer chiste de la película en el que se alude a Casablanca; con él también cierra la película con otro chiste que remite al clásico de Curtiz. Son pasajes volátiles en los que algo tan humano como verdadero sobrevuela el espacio dramático. ¡Y había otros grandes intérpretes! Lo de Conan O’Brien como psicoanalista en If I Had Legs I’d Kick You era todavía más decisivo en la trama de la película y manifiestamente más complejo de interpretar. Lo mismo sobre Marcelo Subiotto, en El mensaje: solamente observar cómo hace valer su presencia en el plano basta para darse cuenta de que ese extraordinario actor argentino tiene un aire de John Wayne, un aura de cine clásico. La observación es de Luciano Monteagudo. 

Que Jude haya recibido un premio al guion no es ni una ironía, ni una injusticia, pero sí un despropósito, aunque tal vez no hubo otro consuelo. Quien le dio el premio debe haber sido el que batalló por él. De las 19 de la competencia, Kontinental ‘25 era la película que mejor permitía comprender qué es el cine contemporáneo. Que haya sido rodada con un teléfono es todo un símbolo de algo que Jude insinuó en sus palabras de agradecimiento al señalar el hecho de que los cineastas necesitan más dinero conforme avanzan en sus carreras. Jude demostró que no, y también que es un cineasta en sintonía con la tradición moderna del cine. 

No es injusto que Lucile Hadžihalilović haya recibido la estatuilla por la contribución artística. La tour de glace (La torre de hielo) es una película rodada con dinero, pero cada euro ha sido gastado con conciencia. Un cuento de hadas y un duelo se entrelazan en una película cuya textura es su mensaje, porque de lo que se trata acá es de extender la experiencia del personaje a la materia visual y sonora. La de Hadžihalilović es una película sin estruendos y en la que la oscuridad vence el deseo de transparencia y visibilidad de la estética contemporánea. Los primeros 40 minutos parece honrar El espíritu de la colmena.

Hong y sus actores.

El mensaje fue la mayor apuesta del nuevo equipo de dirección de la Berlinale. Fue el gran acierto de esta edición, que deja más incógnitas que certezas. Es el primer año en la dirección artística a cargo de Tricia Tuttle. El 2026 se podrá comprender a fondo qué cine defiende el festival. Si hay más películas como las de Jude, Linklater y Fund, habrá esperanza para un cine sensible. 

Pero es hora de añadir algo más: Hong se fue de la Berlinale sin un oso bajo el brazo. Debe haber satisfechos por este hecho insólito, porque no faltan los detractores del cineasta que, con nada, como pasa con Jude, realiza una película tras otra conjurando la obscenidad del presunto valor de producción que precisan las películas y también dejando en claro que la ligereza no es equivalente a lo anodino. Pocos como él saben filmar el efecto de la palabra ajena en la conducta. Dicen que un miembro del jurado peleó por ese film maravilloso titulado Geu jayeoni nege mworago hani(¿Qué le dice esa naturaleza?). Fue la lucha de un solitario. Pero el circunspecto cineasta coreano dejó el frío de Berlín sin ningún sentimiento de pesar. Será padre en estos días, por segunda vez, y un oso no sustituye a una criatura. A los 64 años, Hong ya no solo filma dos películas por año, también se ocupa de cambiar pañales y de la temperatura de las mamaderas. En breve, pisará otra alfombra roja. Hay otra película que ya ha terminado y espera su estreno. 

*Hubo una versión breve de este texto publicado en el diario La Voz del Interior en el mes de febrero.

Roger Koza / Copyleft 2025