EL SEMINARIO DE LOS VIERNES 2025

EL SEMINARIO DE LOS VIERNES 2025

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25 Mar, 2025 11:29 | comentarios
Programa completo: fundamentación, temas e información.

INICIA: 4 DE ABRIL.

PRESENCIAL / VIRTUAL: VIERNES DE 17:30 A 20.30 H

ORGANIZA: CINECLUB MUNICIPAL HUGO DEL CARRIL (CÓRDOBA)

Amor y obstinación

En un discurso pronunciado el 15 de marzo de 2011 en una universidad chilena, recientemente recuperado en un libro titulado Escritos repartidos, Raúl Ruiz dice en el final: “Entre mis perversiones sexuales estaba la de estudiar teología. Hay un proceso que se llama ‘esseísmo’, en el que los teólogos se preguntan cómo Dios se hizo a sí mismo. No sabemos si existe Dios, pero estudiamos en detalle cómo se hace a sí mismo. Ese esseísmo es aplicable al cine: preguntamos cómo una película se hace sola, y eso uno lo puede tener en la cabeza cuando está filmando y ve que la película va adelantándose a lo que uno piensa. Es un proceso que muchos cineastas conocen y pocos respetan. En ese momento yo entrego el bastón de mando a la película, que en adelante se hará sola”.

Con la obstinación de un teólogo y acaso con la misma devoción que requiere la fidelidad al Altísimo, se puede intentar comprender qué es el cine (o en qué deviene en cada tiempo) y cómo es posible que el ensamble de imágenes y sonidos alcancen a la sensibilidad e inciten a la inteligencia. En un principio, parece fácil mirar y escuchar una película, pero no lo es, porque la naturaleza de un sonido consiste en su fugacidad y el de una imagen en la de ser susceptible de ser sustituida por otra. Además, atendiendo a la confesión de Ruiz, ni siquiera es suficiente contar con las palabras de un cineasta; pueden ayudar al entendimiento, aunque el empeño por la clarividencia exige mayor paciencia y más agudeza en la tarea de describir una película y fijar lo que transmite un plano. Los obstinados aprenden lentamente a hablar el idioma del cine; al insistir una y otra vez, algo puede aprenderse. La indeterminación intrínseca del plano, que evoca la perplejidad que produce un ideograma a quien desconoce la gama de acepciones subyacentes, revela poco a poco lo que es, o al menos algo de lo que lo constituye. 

Raúl Ruiz

Ruiz acude a la obstinada ciencia de las cosas divinas para hablar de cine. Nosotros, como tantos otros que se reúnen para investigar algo, pensar sobre el objeto elegido y discutir sobre los avances de la indagación compartida, usamos un término secularizado que jamás calla del todo su origen religioso. Los seminarios pertenecen al quehacer espiritual e intelectual del convento. Como es sabido, la palabra proviene del latín e indica y connota algo hermoso: un lugar de siembra, un lugar para hacer crecer el conocimiento. Debido a las consecuencias hermenéuticas que comporta la genealogía del término “seminario”, es conveniente aclarar dos cosas. “El seminario de los viernes” no es ni de índole teológica (aunque pretende cultivar el celo del creyente) ni de naturaleza académica (aunque aspira al rigor de un saber axiomático). Un único atributo puede reconocerse como suyo, una posición tomada frente al cine y nosotros en él: la condición del amateurismo. Esta palabra expresa en algunas acepciones algo más que el entusiasmo del neófito frente a un saber que no domina. Al aspirante al saber, al que quiere amar una disciplina o una práctica, lo reviste un tipo de ardor único que define ese primer momento de pasión. El deseo de saber vuelve al aspirante al conocimiento en un amante de él. Se trata entonces de ver películas junto con otros y desarrollar una conversación abierta orientada a honrar el amor por el cine. He aquí una formulación sobre la cinefilia, cuyo amor por el cine tiene que desbordar finalmente hacia un respeto cuidadoso por el mundo.

Es cierto que hay alguien que actúa como mediador; alguien que elige las películas, explicita sus razones y propone a la vez un ámbito para ejercitar el amor al cine a través de la palabra: la lectura, la conversación, la exposición. Es cierto, además, que existe una postura (siempre en examen) de quien invita, asume un método de trabajo, un conjunto de herramientas teóricas y una didáctica. Pero, a diferencia de cualquier seminario que busque esclarecer un fundamento religioso, no hay acá dogmas a los que atenerse ni un anhelo de convertir a nadie a fe alguna. El responsable no es un pastor, sí, tal vez, un pasador, aquel que ha recogido algunas ideas en su camino y puede pasárselas a otros para que estos puedan hacer otras cosas con ellas. He ahí, ni más ni menos, la tarea del docente. 

Un viejo amigo que estuvo al frente de un festival de cine por dos décadas declaró alguna vez en una entrevista que su intención estética fundamental consistía en tratar de no dañar a su audiencia. Era una extraña forma de referirse a su labor y a relacionarse con la institución que tenía a su cargo. En El seminario de los viernes partimos del mismo principio: no dañar a los participantes, como mínimo, pero no podemos quedarnos ahí. De lo que se trata es de originar un lugar de cobijo para la vida sensible. No solo basta con dejar de agredir y compensar por la negativa la hostilidad que define el espacio y el discurso públicos. Es posible algo más: decir esto no es incurrir en la pedantería ni en la condescendencia. Eso otro que acá se ofrece es la voluntad personal de comprobar con otros una posibilidad de la inteligencia: la que sugiere que pensar juntos es preferible a pensar igual. Esa disposición orienta todas las actividades hacia una extraña solidaridad de ideas y una forma de ejercicio de la razón que vuelve la vida más placentera y menos solitaria.

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