FICVALDIVIA 18 (DÍA 2)
LOS HOMBRES Y LOS CERDOS (Primera parte)
Por Roger Koza
Los cerdos son los grandes protagonistas recurrentes en Valdivia. Víctimas literales o metafóricas, en É na terra não é na lua y en Nana, dos películas de la competencia internacional, matar a este mamífero de comprobada inteligencia sin piedad, casi cómica y mecánicamente es prácticamente una regla, aunque también se puede agregar a la lista el personaje de Two Years at Sea, quien vive en una suerte de chiquero postindustrial y las criaturas centrales de Play, en donde los cerdos están pintados de negro. Esto no es ni Rebelión en la granja, ni mucho menos Babe, el chanchito valiente. Hasta ahora todos somos cerdos, cochinos iracundos e insatisfechos.
Play, de Ruben Östlund, pertenece a un tipo de películas que mientras se la mira uno sabe que está viendo algo importante; un film de nuestro tiempo se dirá mientras se despliega una paliza audiovisual sobre el malestar europeo. En efecto, la cámara se transfigura y deviene en un dedo acusador y así Östlund caza el megáfono para anunciar y mostrar la disfunción estructural de la sociedad sueca, su violencia congénita y coyuntural, expresada en el espíritu de terror que reina para los caucásicos del primer mundo cuando la horda africana aprende su idioma, sus prejuicios y van tomando sus ciudades paulatinamente, en este caso, Gotemburgo, aquí visto como bastión al aire libre de un grupo de salvajes invencibles para quienes todo está permitido.
Más un teorema sobre el racismo en 46 planos que una película de 118 minutos, nadie podrá objetar la destreza de Östlund para concebir y dominar el espacio (cinematográfico) como campo de batalla racial. Aquí, una pandilla formada por cuatro adolescentes y un único miembro preadolescente se mueven por la ciudad sueca ejercitando un sadismo lúdico y un patoterismo reconocible. La táctica de los muchachos se la denomina zigzag, pero en verdad, el método, tanto de los chicos como del propio director, consiste en poner en marcha una serie de inversiones dialécticas. Los muchachos conocen la retórica bienpensante sobre la otredad y el imperativo concomitante de la tolerancia; fácilmente juegan y toman la posición privilegiada de ser antes que nada víctimas potenciales ante cualquier delito. En principio son inocentes, y en su defecto, víctimas de un orden poscolonial. El procedimiento no admite dudas: en vez de robar directamente los celulares de los adolescentes suecos de clase media éstos aluden, en el primer encuentro callejero, que el celular que porta el damnificado elegido pertenece a un hermano del quinteto. Discutir, discutir, hasta que el otro legítimo ante la ley dude de la pertenencia del objeto o, eventualmente, que sienta la necesidad de justificar el origen de su pertenencia.
El plano inicial del film, un largo plano secuencia con algunos zooms lentos hacia delante y hacia atrás, siempre perceptibles y narrativamente lógicos, permite ver un shopping y el modus operandi de la pandilla. Lo que sigue luego es la travesía del grupo por la ciudad, lo que incluirá una suerte de secuestro extorsivo diferido y heterodoxo de tres adolescentes suecos, uno de ello inmigrante. A menudo, un tema secundario funcionará como un separador narrativo, un gag y una parodia cultural, secretamente unida, después lo sabremos, a uno de los cinco delincuentes. Una cuna abandonada en el pasillo de un tren es la protagonista, una pieza desubicada e incomprensible, cuya importancia para los boleteros y comisarios de abordo denota una patología social más que un dilema en el manual de operaciones. El sistema, el orden, la pulcritud, lo es todo, y ante la imprevisibilidad insignificante de un objeto abandonado resultará un deber obsesivo y una impaciencia psicosocial.
Play, inspirada en varios casos reales de patoterismo cotidiano, focaliza su relato en la extensión de una agonía infinita: los tres chicos serán primeros perseguidos, luego “secuestrados”. Un tarde completa parece un siglo. En efecto, robarles sus celulares, quitarles la ropa constituye sólo el objetivo material. La meta simbólica es otra: dominar, pavonearse en la supremacía y humillar al poderoso. En 100 flexiones de brazo se dictamina el valor de la libertad y en una carrera absurda se puede perder todo. La supervivencia es deportiva.
Entre el secuestro y la libertad, lo importante es dañar hasta que el autóctono y el extranjero asimilado se mueran de miedo. El plano quince de la película es explícito: una de las víctimas, el chico con rasgos orientales pero miembro aceptado en la sociedad se cagará literalmente de miedo.
Östlund se encarga de subrayar el carácter multicultural de Suecia. Al inicio se verán unos latinos disfrazados de comanches haciendo música andina en clave World Music. Uno de los niños “secuestrados”, como se dijo hasta aquí, es oriental, y será por eso que sus dos amigos, en algún momento, lo elegirán para ir a negociar con la pandilla que los viene siguiendo. No le dicen por qué él y no ellos, pero la sugerencia es precisa: un otro (reconocible y confiable) puede entenderse mejor con un Otro (inconmensurable).
Esta reafirmación étnica en la composición identitaria de la película es central porque la misma es consciente que el punto de partida de su relato puede ser evaluado como fascista y reaccionario. Es por eso que el desenlace, narrativamente forzado aunque ideológicamente necesario, habrá de explicitar el problema en el que Play participa sin jamás poder esclarecer su posición respecto de lo que enuncia.
¿Aquí tendría que advertir un spoiler? Uno de los chicos blancos reconocerá a uno de los pandilleros mientras camina con su padre, su hermano y una amigo o miembro de su familia. El padre le dará una lección en plena calle, lo que llamará especialmente la atención de un transeúnte (la vacilación entre intervenir o hacerse el distraído por parte de los ciudadanos suecos ante la violencia callejera es una constante durante toda la película). Se trata de una mujer, y no por casualidad embarazada. Insistirá en el error del adulto y cuestionará al padre y amenazará con llamar a la policía; uno de sus argumentos es que el muchacho ha sido maltratado por su pertenencia racial. Su condición de inmigrante implica un marco de interpretación específico. “Racismo invertido”, dirá el padre en su defensa, o valoración excesiva de la otredad, lo que funciona como una respuesta indirecta a cualquier acusación que se le pueda hacer a la película. Es por eso que se incluye una paliza ocasional propiciada por blancos oficiales a los pandilleros, escena simbólicamente clave a cargo de unos matones ostensiblemente suecos, vinculados a otros chicos menores y damnificados. Giro democratizador de la violencia social dominante: no sólo los africanos son capaces de golpear; los blancos también pueden apelar y practicar una justicia primitiva al son de patadas y bates de beisbol.
La deuda con el cine de Haneke es inmensa. Las dos escenas citadas remiten inobjetablemente a Código desconocido. De allí que la resolución de Play parece inspirada por el inicio del primer film francés del austríaco. La secuencia en el subte de Play, la de la golpiza, que incluye una burla previa de los chicos africanos a un pelirrojo que escucha música en auriculares, parece una cita explícita a otra escena de ese film de Haneke, aunque la frialdad dominante y la sequedad del film omnipresente en todo el relato se acerca más al primer Haneke, el responsable de la trilogía de la glaciación.
Este discípulo sueco de Haneke entiende muy bien cómo deslumbrar. Un travelling en picado siguiendo a la patota con sus víctimas en un campo de fútbol o cómo incluir una curva en el que el metro al doblar da lugar a que los personajes en fuera de campo de una escena tenga su aparición, pueden convencernos de que Östlund es un cineasta iluminado y dotado de un virtuosismo poco común. Apresurarse con él es una tentación previsible. Quizás pensando en Play con mayor detenimiento se pueda advertir la puerilidad sociológica del film protegida en un formalismo prestado, vistoso como el oro falso y seductor como el discurso analítico de un imaginario funcionario de la ONU. Un film capaz de despertar simpatías entre populistas que ven su tierra invadida por los moros de antaño.
Roger Koza / Coyleft 2011
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