CRÍTICAS BREVES (04)

CRÍTICAS BREVES (04)

por - Críticas breves
09 Ene, 2012 09:22 | comentarios

*** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

Cuatro muertes y ningún entierro / A film with Me in It, de Ian Fitzgibbon, Irlanda, 2008 (*)

Comedia menor, previsible en sus cálculos humorísticos, a veces sugerente, y probablemente un pasatiempo aceptable, según el estándar de exigencia con el que se la mire, Cuatro muertes y ningún entierro pertenece al club de la comedia de habla inglesa, en este caso irlandesa, en donde el humor negro y la suspensión de la moral articulan situaciones complejas en clave irrisoria. Mark tiene un hermano en estado vegetativo y duerme en su cuarto. Es actor, más bien un desocupado, que insiste legítimamente en su profesión. El plano de apertura, tal vez la mejor secuencia del filme, consiste en esa humillación sistemática conocida por los actores que jamás ven el lado luminoso de su carrera: el casting. La entrevista es civilizadamente salvaje. Mark vive con Pierce, un director de cine, guionista y “a veces camarero”, al menos así se presenta en una reunión de alcohólicos anónimos, en donde no explicita su compulsión por el juego. Mark, además, tiene una novia y un perro. En algún momento habrá un accidente. El perro será el primero, y de allí en adelante los cuatro muertos del título en español se irán acumulando en la casa de Mark, hogar poco dulce que parece literalmente una casa inteligente y asesina. En menos de una hora, Mark y Pierce serán potencialmente sospechosos y, por las circunstancias de los accidentes, la culpabilidad parecerá más factible que la inocencia. ¿Cómo eludir la evidencia? El título en inglés es A Film with Me in It, algo así como “Una película en la que estoy”. Por momentos, Ian Fitzgibbon y Mark Doherty (guionista y quien además interpreta a Mark) parecen sugerir que un modo de conjurar y ordenar los accidentes recae en una especie de instinto de ficción. Ése será el método de escape, aunque las conductas de los personajes, si se las interroga a fondo y más allá de cierta inverosimilitud, lo que no es necesariamente incompatible con la ficción, insinúan un narcisismo light que araña en algún caso la psicopatología. Pero estos señalamientos son improcedentes cuando se trata de una comedia que no aprovecha del todo sus premisas y se contenta con ser agradable y, en sus propios términos, correcta.

Las canciones del amor / Les chansons de l’amour, de Christophe Honoré, Francia, 2007 (***)

La quinta película de Honoré está en sintonía con los legisladores del congreso nacional cuando un mes atrás se dieron cuentan de que el amor es pluralista, y de que la voluptuosidad no es un yerro de la naturaleza. Libre, existencialista y ligera, Las canciones del amor empieza con un ménage à trois romántico: Ismaël, Julie y Alice viven juntos, o están experimentando una relación amorosa compartida. En un travelling elegante pueden verse los títulos de los libros que están leyendo antes de dormir: “La felicidad perfecta”, “Placeres voluptuosos”, “Política”. Son tres títulos que de algún modo explicitan el espíritu del film. Un accidente inesperado cambiará los vínculos, y entre el luto y la reparación, siempre acompañado por la familia de quien ha dejado de existir, Isamël proseguirá con los dictados de su deseo, y no tomará el camino más ortodoxo. Pero Las canciones del amor es antes que nada un musical, que está en consonancia con la Nouvelle Vague: si el final parece un homenaje actualizado a Una mujer es una mujer, de Godard, Louis Garrel luce como un doble perfecto de Jean-Pierre Leaud y las calles de París no parecen haber cambiado mucho después de 60 años. Honoré se obliga a destituir la convención del videoclip: un fundido encadenado entre un primer plano de Ludivine Sagnier y un plano general de Garrel caminando es el ejemplo más extremo, aunque el logro ostensible del film descansa en el hilo secreto que une a sus personajes: el amor, la generosidad y solidaridad entre ellos es casi una utopía.

La cueva de los sueños olvidados / The Cave of Forgotten Dreams, de Werner Herzog, EE.UU-Francia-Canadá-Reino Unido-Alemania, 2011 (***)

Una decisión precisa y clave: el plano inicial de la extraordinaria La cueva de los sueños olvidados es un travelling hacia adelante sobre un viñedo. Al ser un filme en 3D, la decisión formal no debe pasar desapercibida. Las imágenes no saldrán de la pantalla; somos nosotros quienes debemos ingresar al plano. El genial y mítico director de Fitzcarraldo y Un maldito policía de Nueva Orleans elige el camino menos transitado en el uso del cine estereoscópico: las imágenes no deben venir hacia nosotros, pues la experiencia hiperreal comporta otro secreto y otra naturaleza. La especialidad de Herzog ha sido siempre los límites de la civilización. En este caso, el director que más ha hecho por vincular el cine a la aventura filosófica, más que explorar los límites, se encuentra con los orígenes de la civilización. En esta cueva descubierta en 1994 en el sur de Francia por tres exploradores, entre ellos Jean-Marie Chauvet, yacía, en las profundidades, una suerte de museo paleolítico. Hallar pinturas y restos fósiles de más de 30.000 años no es otra cosa que un milagro arqueológico y un pasadizo alucinatorio entre el pasado remoto y el presente. Si la filosofía nació del asombro, aquí eso se constata no sólo con el intelecto sino con la totalidad de los sentidos. El 3D, en manos de Herzog, es casi una experiencia táctil. Precisamente, la experiencia tridimensional es la única forma de adentrarse en la cueva y reproducir, más que representar, la experiencia de pasear por ella. Dado que el ingreso a la cueva está prohibido por razones científicas, Herzog reconoce su responsabilidad histórica: democratizar el privilegio de mirar no sólo la obra de los primeros artistas sino incluso el origen del cine y la invención del alma humana. Es casi imposible ser indiferente ante los caballos, rinocerontes, leones y huellas dactilares pintados en la roca. Herzog interpretará en esas imágenes y representaciones un deseo de movimiento. Es cine prehistórico. Pero este viaje en el espacio y el tiempo excede totalmente la genealogía de un arte específico, pues se trata de un acontecimiento cósmico y un periplo empírico sobre el origen (simbólico) de nuestra especie.

Roger Koza / Copyleft 2012