EL TOPO / TINKER TAILOR SOLDIER SPY

EL TOPO / TINKER TAILOR SOLDIER SPY

por - Críticas
18 Mar, 2012 08:10 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza
LA ERA DE LA SOSPECHA

El topo / Tinker Tailor Soldier Spy, Alemania-Francia-Reino Unido, 2011

Dirigida por Tomas Alfredson. Escrita por Bridget O’Connor y Peter Straughan. 

*** Hay que verla

Una película extraña, a pesar de sus apariencias, con una escena final notable.

Sobre espías ya hemos visto y leído mucho, y tal vez, a esta altura, a nadie le interese la pretérita Guerra Fría y los dilemas morales de los agentes secretos. El modelo es otro: acción física y distorsión psíquica sin discurso; el contexto de hoy es más impreciso que aquel dominado por el antagonismo entre un mundo bolchevique y otro mundo llamado Occidente. Los terroristas son inidentificables y la racionalidad es compleja. Jason Bourne es nuestro agente, nuestro coetáneo, nuestro síntoma.

La elegancia anacrónica de El topo, sus zooms, el uso de la profundidad de campo, los planos generales pertenecen a otro orden (estético) del mundo. ¿Una película de espías sin explosiones ni persecuciones automovilísticas? Del mítico James Bond sólo quedan aquí los gestos de clase y la aristocracia reconocible de Cambridge; quien espere un arma secreta o un automóvil devenido en lancha quedará decepcionado. Tampoco se trata de Austin Powers.

Como sucedía en la versión paródica del viejo orden del mundo en Súper Agente 86, la lucha Control versus Caos, aquí el espionaje y el universo político se dividen entre “El circo” y “Karla”. Pero no es Mel Brooks la pluma originaria aquí sino John le Carré, el talentoso novelista británico, alguna vez agente, quien además de hacer esta nueva adaptación de su novela tiene un cameo en una escena clave en donde se celebra la Navidad y Santa Claus lleva el rostro de Lenin.

El centro narrativo es simple: hay un “topo”, un doble agente, en el alto mando del servicio secreto inglés. George Smiley, ya retirado, investigará el caso. Los sospechosos principales son sus propios compañeros. Una fallida misión en Hungría y un agente enamorado de la mujer de un par ruso constituyen una de las múltiples derivaciones del relato, que parece más un rompecabezas o una partida de ajedrez y que delinea un espíritu de época y una subjetividad superada. Poco importa saber quién es el traidor: se trata más bien de identificar una psicología colectiva estructurada en la sospecha y en una especie de espurio arte de la traición, impropio de caballeros ingleses, pero inevitable dado el contexto. En verdad, el imperialismo siempre se ha sostenido en una doble moral. Los buenos modales y el decoro de los gestos sirven solamente para disimular la voluntad de poderío. Arrebatar y dominar son acciones primitivas. Cambridge no es incompatible con el garrote.

Por momentos, los planos de Alfredson, siempre cadenciosos y simétricos, sugieren un montaje musical. Los travellings hacia atrás o laterales con los que se abren varias escenas funcionan como notas y contrapuntos; la acción propiamente dicha es visual, pues la puesta en escena casi “musical”, lo que sucede en y entre los planos, lleva adelante el movimiento. Los personajes, en realidad, hablan y miran. Smiley se prueba un par de anteojos y sus lentes definen su posición inquisitiva; el agente Jim Prideaux se define como un observador; Ricki Tarr espía con unos binoculares y en su campo de visión verá por primera vez a su enamorada. Dos planos generales sobre una oficina y un departamento refuerzan el carácter óptico del espionaje, incluso hasta un plano de transición sobre un automóvil en el que una mosca molesta a los pasajeros sugiere esa experiencia cognitiva en donde el ojo y el pensamiento son términos equivalentes.

En su magnífica Criatura de la noche Alfredson se apropiaba del género de vampiros y a partir de eso contaba una historia acerca del desamparo adolescente. En El topo el género de espías le permite examinar cuidadosamente la soledad masculina, a veces interceptada por reacciones afectivas discretas, acaso indicios débiles de amistad. Es por eso que la escena de las miradas entre los espías durante una fiesta navideña es la escena del filme, única señal de cariño entre hombres cuya austeridad emocional tan inquietante como sincera sintetiza un pathos, una cultura y una época.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de marzo 2012

Roger Koza / Copyleft 2012