UNA CITA, UNA FIESTA Y UN GATO NEGRO

UNA CITA, UNA FIESTA Y UN GATO NEGRO

por - Críticas
09 Jun, 2012 01:57 | Sin comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza
DESCRUZANDO LOS DEDOS
Una cita, una fiesta y un gato negro, Argentina, 2012

 Dirigida por Ana Halabe. Escrita por Horacio Maldonado, Alejandro De Pasquale y A. Halabe.

* Tiene un rasgo redimible

Una ópera prima que podría haber sido interesante

Nada hay más difícil para el cine que la comedia, género misterioso en el que todo lo que sucede debe organizarse de tal modo que el espectador se encuentre sin quererlo entre carcajadas. La comedia trabaja siempre sobre un equívoco lingüístico, un error perceptivo, una falla en el sistema de creencias en el que nos movemos. Reír es siempre reír de una creencia y de su aplicación anómala o excesiva.

El blanco de la risa en la ópera prima de Ana Halabe no es menor. Provocar y cuestionar la legitimidad de las supersticiones (a menudo creencias absurdas que, vistas a la distancia, son cómicas por su ridiculez intrínseca) en clave de comedia es un gesto saludable. Aquí se trata del individuo yeta, aquel que convoca todas las calamidades del mundo y contagia a quienes están cerca. Tal vez no existen las brujas, pero los mufas –se cree muchas veces– son ostensibles. El filme demostrará lo contrario.

Felisa es yeta. Tiene una empresa de pintura llamada Fulminex y su supuesta mejor amiga de la adolescencia, Gabriela, a quien no ve desde hace 15 años, al reencontrarla sentencia: “Esa mina es letal”. Lo que sucede parece confirmarlo: una vez que Felisa llegue a su local (Gabriela, que es publicista, también vende pintura) le robarán, perderá todo el dinero de una cuenta, caminando con su vieja amiga los automovilistas está a punto de pasarle por encima y un sorete de perro decorará su pollera. El mayor desastre, no obstante, es el descubrimiento de un posible amorío de su esposo con una tal “Angelina Jolie 35”, el nombre de chat de una presunta amante con la que suele encontrarse en un lugar llamado “El Ciervo”. Su esposo ha viajado a Mendoza a ver a una tía desconocida. Los cuernos flotan en el ambiente.

Pero en Una cita, una fiesta y un gato negro, título que simplemente anticipa dos situaciones y la aparición de un gato en una plaza en un momento clave en la vida de Gabriela, nada es lo que parece, excepto el cinismo de un empresario y su machismo berreta. Es una película con giros “inesperados” y moraleja: no se trata de culpar a los demás, sí de escucharlos y de, antes que nada, responsabilizarse por nuestros actos.

Se dirá que el filme de Halabe es anacrónico, un revival de un cine vetusto, y en parte, por su estética, la construcción de personajes y los temas elegidos, remite a un cine nacional de otras décadas. Pero su problema no reside ni en la pertenencia plausible a una tradición humorística del pasado ni en una amable apuesta a lo que ya no es una moda; ni siquiera el abuso alevoso de sus espantosos subrayados musicales, omnipresentes y primitivos, es su mayor desperfecto. El gran desafío de Halabe consistía en evitar que sus escenas parezcan sketches televisivos amontonados velozmente, listos para ser útiles y funcionales a una tesis pueril de psicología. Cuando el humor se sustituye por una toma de conciencia (de Gabriela y, por ende, de los espectadores), la película alcanza su clímax a puro gag, de esos que en la pantalla chica y en pocos minutos producen un poco de gracia.

Quizás por eso Halabe intente, en varias ocasiones, hacer sentir la cámara: en el robo las subjetivas que reproducen la percepción de Gabriela tomarán un protagonismo excesivo; los primerísimos planos sobre la conducta gestual (y social) de unos clientes de un café frente a la “amenazadora” presencia de un patovica que acompaña a Gabriela puede ser otro ejemplo; y habrá un par de jump-cuts, algún que otro encuadre heterodoxo e incluso una secuencia inicial automovilística (mitad en estudio y mitad en locación) con los que se pretende atenuar la concentración de un relato que suma sketches como método de construcción. Es decir: demostrar que Una cita, una fiesta y un gato negro es antes que nada cine, como si la película tuviera que justificarse con ciertas elecciones formales lejos del reino televiso e incluso teatral.

Después de la risa, llega la redención. Gabriela aprenderá la lección e incluso todos los personajes se unirán para mejorar la suerte de quienes viven en el desamparo. Las buenas intenciones y el amor por todos los personajes no siempre son suficientes para sostener una película.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de junio 2012

Roger Koza / Copyleft 2012