ARGO

ARGO

por - Críticas
24 Oct, 2012 10:39 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

EL PATRIOTA DELICADO

Argo, EE.UU., 2012

Dirigida por Ben Affleck. Escrita por Chris Terrio.

 ** Válida de ver

La tercera película de Ben Affleck confirma que es un director de cine, un actor simpático pero limitado y un buen americano

Argo es una película encantadora. En septiembre, en el festival de San Sebastián, con la presencia del también encantador director y actor Ben Affleck, el público aplaudía de pie. El despegue de un avión desde un aeropuerto iraní con seis almas aterrorizadas y un especialista de la CIA en fugas precipitó la ovación. La tribuna entendió de inmediato el código: no tiene sentido apelar al vetusto antiamericanismo frente a esta pieza (cómica) de suspenso. Desterrada cualquier potencial veleidad, por el glamour de sus intérpretes Argo puede ser un hit hasta en Teherán y Caracas. La seducción es imbatible.

La historia real es de película y su versión cinematográfica lo es todavía más: seis diplomáticos estadounidenses refugiados en la embajada canadiense tras la toma de la embajada de su país en Teherán (el 4 de noviembre de 1979), simulando ser un equipo de filmación canadiense consiguieron eludir los férreos controles militares y escapar en un Boeing de Swissair rumbo al mundo occidental. Recién en 1997 se reveló el procedimiento y la estrategia empleada en la misión de rescate.

¿A quién se le podría ocurrir una fuga semejante? Al agente federal Tony Mendez (Ben Affleck). Un plan tan irrisorio como singular: con la ayuda de John Chambers (John Goodman), responsable del maquillaje de El planeta de los simios, y Lester Siegel (Alan Arkin), un productor y director (invención del guión), concibe el falso rodaje de una película clase B de ciencia ficción llamada “Argo” y un viaje en búsqueda de locaciones al país entonces liderado por el Ayatolá Jomeini. ¿Delirante e inverosímil? Hollywood inventa, la CIA produce: la sinergia entre la fábrica de los sueños y la agencia de inteligencia no es una novedad, pero aquí alcanza una exposición insólita.

Affleck es un director interesante. Aquí demuestra cierto oficio para trabajar sobre el montaje paralelo. Tanto en la toma de la embajada como en el escape final (pasajes clave y en tiempo real), Affleck gestiona el suspenso a través de un pertinente cruce de escenas; el ritmo y el sentido están en la unión de los planos, y los efectos especiales brillan por su ausencia. ¿Cine clásico? Affleck no es D.W. Griffith, la distancia entre ellos es inconmensurable, pero sigue airosamente sus pasos en clave de entretenimiento.

En este sentido, toda la secuencia en la embajada estadounidense es notable. No hay música extradiegética, excepto al inicio y al final, y en ambas ocasiones se trata de un acompañamiento tenue y breve. Aquí predomina una voluntad realista de la representación, la que se repite en todas las escenas que involucran interiores en edificios estatales. Affleck elige el plano secuencia como forma de transitar el espacio estatal, coreografías mínimas que implican cierto dominio y coordinación entre el desplazamiento de actores y los movimientos de registro.

El misterioso cameo del director Rafi Pitts (quien figura en la lista de agradecimientos) como un administrativo del consulado iraní en Turquía que le otorga la visa al personaje de Affleck, parece una escena extrapolada de la subvalorada y extraordinaria The Hunter, de Pitts. Tal vez no sea la única influencia reconocible del director iraní ahora radicado en París, pues una de las protestas en donde los manifestantes marchan sobre el pavimento de una calle pintado con la bandera estadounidense remite directamente al inicio de The Hunter, como también algunos encuadres elegidos para registras los edificios y las calles, en especial una panorámica en la que Affleck está en el balcón de su hotel mirando hacia al horizonte. Esto sugiere que, entre otras cosas, Affleck tomó los recaudos suficientes para reconstruir una versión detallista de Teherán en aquella época. Es ostensible el deseo de verosimilitud edilicia, de allí que en los créditos finales no sólo se ven fotos comparativas entre los protagonistas reales y los actores, sino también fotografías reales de la embajada y las calles y la reconstrucción exhibida en el film. La admirable fidelidad arquitectónica, no obstante, contrasta con la antropología cultural reduccionista.

En efecto, se dirá que poco importa la representación de los iraníes como una horda fanática, criaturas violentas y desconfiadas, seres tan primitivos y rudimentarios que al mirar el storyboard del supuesto film parecen simios sorprendidos por un dibujo lleno de bananas. A partir del despliegue de simpatía de los personajes de Goodman y Alan Arkin y de la pureza moral del héroe interpretado por Affleck, no es difícil adivinar dónde encarna la verdadera humanidad.

Affleck se revela no sólo como un director ligado al cine clásico (al menos es lo que intenta), sino también como un patriota. Lo suficientemente liberal y demócrata para señalar la genealogía de la crisis de los rehenes y la revolución islámica pero demasiado convencido de la magnanimidad de sus compatriotas y de la grandeza del cine de Hollywood.

Es que a medida que Argo avanza en su relato nos pide paulatinamente nuestra complicidad. Sus rehenes, los fugitivos, los tipos buenos en el seno de la maligna CIA, los momentos cómicos entre Goodman y Arkin, los muñequitos en la repisa del hijo de Mendez, con figuras de Mr, Spock y Obi-Wan Kenobi, precipitan la confianza necesaria para poder sentir que podemos ser parte de ese universo simbólico. En el fondo, se trata de una suspensión lúdica y emotiva de la (crítica) política en nombre de la aventura y un discreto humanismo californiano (y como tal, a pesar de su afán universal, etnocéntrico). ¿No será demasiado?

Como mi colega Jay Kuehner, estaría encantado de ver una versión del mismo episodio en manos de Mohsen Makhmalbaf. Patriotas hay en todos lados.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de octubre 2012

 Roger Koza / Copyleft 2012