NOTAS PARA LA DEVALUACIÓN DE WOODY ALLEN
Por Jonathan Rosenbaum
“¿Por qué los franceses están tan locos por Jerry Lewis?” es una pregunta recurrente que se hacen los cinéfilos en Estados Unidos, pero, por triste que parezca, es casi invariablemente una pregunta retórica. Cuando Dick Cavett lo intentó hace varios años con Jean-Luc Godard, uno de los más grandes defensores de Lewis, rápidamente fue evidente que Cavett no tenía interés en obtener una respuesta e inmediatamente cambió de tema cuando Godard empezó a dar una. De cualquier manera, es una pregunta que vale la pena hacer seriamente, de la mano de otras relacionadas, incluso a riesgo de incurrir en incredulidad y sonar ofensivo.
¿Por qué los intelectuales norteamericanos son tan despectivos con Jerry Lewis y tan fanáticos de Woody Allen? Más allá de diferencias tan obvias como que Allen cita a Kierkegaard y Lewis no, ¿qué es lo que le da a Allen ese estatus cultural tan exaltado en este país, y a Lewis prácticamente ningún estatus cultural? (Charles Chaplin citó a Schopenhauer en Monsieur Verdoux, pero seguramente ésa no es la razón por la cual seguimos honrándolo). Si coincidimos en que la legitimidad intelectual es más que citar nombres, ¿qué hay en el trabajo de Allen como un escritor-director-actor judío que le confiere esa legitimidad (legitimidad que le es negada, entre otros, a Elaine May y a Mel y Albert Brooks)?
No es simplemente una cuestión de respeto, sino de identificación y simple encaprichamiento. La consecuencia es que una buena parte de los fanáticos de Allen ven a su personaje cómico casi de la misma manera en que les gusta verse a sí mismos. Si las películas en general deben mucho de su encanto a su capacidad de funcionar como espejos narcisistas, ofreciendo imágenes de identificación glamorosas y mejoradas para autentificar nuestros más preciados autorretratos, la comedia tiende a enaltecer esta tendencia en términos físicos, de modo que difícilmente sería una exageración decir que la manera en que respondemos a figuras como Chaplin, Buster Keaton, Harry Langdon, Harold Lloyd, Jacques Tati, Lewis y Allen tiene algo que ver con cómo nos sentimos con nuestros propios cuerpos.
Como escritor de comedia, Allen es equivalente a Robert Benchley, George S. Kaufman y S. J. Perelman y posiblemente está muy cerca de James Thurber. Como actor, su falta de presencia –su sello de autenticidad– es lejos lo que le ha ganado la simpatía del mundo. Su baja autoestima y su falta de vigor físico lo hacen quizás un dudoso objeto de deseo, sin embargo no hay nada más tranquilizador sobre su personaje que el agudo sentido de fracaso con el que ejecuta cada acción, haciendo de cada pequeña victoria, cada destello de ternura o esperanza un triunfo inspirador.
Como escritor-actor-personaje, es tan personal como le es posible a alguien en su posición. Pero como director y cineasta, incluso después de diecinueve películas, permanece extrañamente inmaduro y no consolidado: no es un creador de formas o un estilista distinguido que puede existir independientemente de sus modelos. Esto puede verse no sólo en la utilización de Sven Nykvist, director de fotografía de Ingmar Bergman, en varias de sus películas (usualmente para crear un aspecto clínicamente antiséptico que evoca la seriedad escandinava), sino también en las visibles derivaciones de Gritos y susurros de Bergman en Interiores, de Sonrisas de una noche de verano en Comedia sexual de una noche de verano y de Cuando huye el día en La otra mujer; de 8 ½ de Fellini en Recuerdos y de Amarcord en Días de radio; y del episodio de Fellini en Boccaccio ’70 en el episodio (Edipo reprimido) en Historias de Nueva York, entre otros ejemplos. Incluso en Zelig, una de sus creaciones más originales, las periódicas declaraciones por parte de intelectuales judíos haciendo de ellos mismos –Saul Bellow, Bruno Bettelheim, Irving Howe, Susan Sontag– son usadas de una manera claramente deudora de las declaraciones de los “testigos” en Rojos de Warren Beatty, lanzada dos años antes. (La validación del mundo ficticio de Zelig ofrecida por celebridades intelectuales “verdaderas”, comparable con la aparición de Marshall McLuhan en Annie Hall, es por supuesto muy diferente a la función dialéctica de los testigos en Rojos, que permanecen no identificados, pero la apropiación de la técnica de Beatty es, nuevamente, característica.)
La mayoría de las veces estas licencias, cuando son advertidas, son racionalizadas por la prensa como “homenajes”; sin embargo, posiblemente revelan la misma clase de inmadurez estética que un escritor novato mostraría al imitar, digamos, a Hemingway o Faulkner. La imitación puede ser una forma sincera de halago, y no hay duda de la adoración de Allen por Bergman o Fellini. Pero, pasado cierto punto, surge la cuestión de si esta clase de emulación está siendo utilizada como una herramienta de nuevos descubrimientos o como un oportuno sustituto de esos descubrimientos: un escudo catalogado como “Arte” que está destinado a intimidar a los no creyentes.
Hay un mundo de diferencia entre la aplicación de modelos cinematográficos realizada por un Jean-Luc Godard o un Jacques Rivette, que ofrece un conocimiento crítico sobre una película o director particular (como las comprimidas referencias a Monsieur Verdoux y Psicosis en Weekend de Godard, que señalan los vínculos entre asesinato y capitalismo en los dos films anteriores), y la simple transposición de una mirada o una forma empleada por Allen. Quizás si los marcos de referencia cinematográficos de Allen fueran más amplios –incluyendo, digamos, tanto a Carl Dreyer como a Bergman y tanto a Roberto Rossellini como a Fellini– sus apropiaciones no parecerían tan premeditadas y automáticas. Una razón por la cual los usos creativos que Rivette hace de Fritz Lang y Jean Renoir parecen mucho más productivos es que ninguno de estos dos cineastas está atado exclusivamente a un determinado país o cultura. Como los estilos de Bergman y Fellini, en cambio, están vinculados intrínsecamente a las culturas de Suecia e Italia respectivamente, ¿qué sentido tiene transponer estos estilos a un medio exclusivamente neoyorquino? Sin embargo, Allen es tratado frecuentemente por la prensa como si fuera más importante que los directores a los que copia.
Jonathan Rosenbaum / Copyright 2013
*Este artículo pertenece al libro Placing Movies, University of California Press, 1995
La versión completa en español de la nota de Rosenbaum se puede leer en la duodécima edición de La rana, revista publicada en la provincia de Córdoba (se puede comprar en los kioscos de revista del centro de la ciudad de Buenos Aires y en algunas librerías de la ciudad de Córdoba: Rubén Libros y El espejo. También en el videoclub El séptimo arte, Bedoya 500). La versión completa del texto será subida en este blog en el mes de julio 2013
Agradezco públicamente a Jonathan Rosenbaum, quien generosamente permitió la publicación en La rana como en el blog. Y a Julián Aubrit por permitirme subir la nota al blog.
También mi reconocimiento y agradecimiento a Giselle Lucchesi
GRACIAS Royer Koza por este anticipo, una nota exquisita del crítico cinematográfico J. Rosenbaum, gracias por compartir los lugares donde podemos conseguir la información completa. Me encantó la comparación de Allen con otros muy buenos directores. Fascinante la nota!
Muy buena la difusión de la nota e interesante (aunque discutible) el planteo de Rosenbaum, sobre todo en algunos pasajes: «Como escritor-actor-personaje, es tan personal como le es posible a alguien en su posición. Pero como director y cineasta, incluso después de diecinueve películas, permanece extrañamente inmaduro y no consolidado: no es un creador de formas o un estilista distinguido que puede existir independientemente de sus modelos» Tal vez, el problema no es de Allen sino de aquellos que «consagran» sin haber visto a Bergman, Fellini y otros tantos (como suele pasar con las exaltaciones desmesuradas de Spielberg, en un momento ,como de Tarantino, en otro). De todos modos, me parece bien el lugar que le asigna a Woody; es similar a aquellos guitarristas (calificados de virtuosos por la mayoría) likeros o yeiteros que repiten frases copiadas de otras fuentes y deslumbran con poco.
Es bastante interesante la crítica, pero no concuerdo en la cuestión de «imitación automática», que la crítica condescendiente llamaría «homenajes». Me surge la pregunta sobre la relación entre el original y la copia… Me parece que en Allen (y Deconstructing Harry a la cabeza) hay más bien una copia lúdica, es decir, un jugar con los ídolos. Y ese juego no los deja tan intactos como pareciera hacer un mecanismo «automático» de copia/imitación. Creo que hay una ética en jugar con los originales, no para imitarlos ni homenajearlos simplemente, sino para desbaratar la pretendida originalidad del original. Cualquier arqueología bien predispuesta encontraría trazos de Bergman en tantos anteriores al mismo que se vuelve imposible pensar en una originalidad. Creo que sólo hay torsiones sobre lo hecho, y en eso, el cine de Allen (con sus idas y vueltas) está a la altura de las circunstancias. Saludos.
Coincido en el interés de la nota y lo que pone sobre la mesa para discutir y, en general, estoy de acuerdo con Rosenbaum sobre el «dispositivo Allen», que se deja ver, con toda transparencia, en la caricaturesca Medianoche en Paris.
Ahora bien, también creo que en la mirada de Rosenbaum hay que ver algo de la propia historia del crítico, algo que viene ya desde el título y que, si se me permite, incluye también nuestro propio desencanto sobre lo que pusimos en Woody Allen alguna vez y ya no podemos sostener como espectadores o como cinéfilos. En este sentido, me parece un poco injusto con el propio Allen, echarle las culpas de una cierta desilusión que, creo, hemos construido en el espacio que se abre entre su obra y nosotros como espectadores y como sujetos de cultura. Intentaré ser más claro, y me apunto para ello el comentario de Manuel: allí donde los comentaristas inetentamos casi siempre construir un relato lógico, de un asecnso o de una caída, hay una obra que se resiste a ser interpretada como una parábola simple y creo que Deconstructing Harry es el mejor ejemplo de ello. En el desencanto por la trayectoria de la obra de Woody Allen hay que buscar también las razones de aquel encantamiento cuyo hechizo parace perdido; es decir, debemos pensarnos también nosotros como hacedores y destructores de esa obra.
Esperé la nota con ansiedad. Defraudadísimo.
Menos que devaluar a Woody Allen (¿cotiza en bolsa? ¿Es una divisa?) devalúa a rosenbaum, a quien hasta hoy admiraba.
Lo interesante es advertir que los mecanismos que usa para devaluar a Allen son más o menos los mismos que, en su arbitrariedad, usa para volver a valuar a Godard, al que parece glorificar como si fuera una deidad, la palabra revelada (basta ver ese dislate que es Film socialismo para ver que no es así).
Por lo demás, estas «notas» parecen pensadas más para ajustar cuentas con cierta crítica y ciertos intelectuales, que para decir algo interesante sobre Allen, de cuya obra JR elige los films más fallidos, sus caprichos de «auteur», y no sus películas realmente logradas, aquellas por las que lo han imitado a él, aquellas que son realmente importantes, empezando por Crímenes y pecados.
Mientas que Godard muere de pretensión, con más o menos suerte Allen en sus últimos films de ha dedicado a un interesante trabajo con los estereotipos culturales (sociales y urbanos), muy inteligente y desenfadado.
El párrafo final, con su esencialismo y sus preguntas retóricas, es simplemente una tontería.
Saludos,
L.
Seguimos con el problema o no de hacer referencias/homenajes, ya se lo discutió abiertamente a Prividera en su nota sobre Anderson y Carax, ahora lo discute Rosembaum sobre la obra de Woody Allen y nosotros discutimos a Rosembaum por hacer referencia de la referencia.
Creo que más pasa el tiempo, más se hará referencia al tiempo pasado, y no por eso una obra pierde valor artistico, es obvio pensar que Georges Méliès y Charlie Chaplin fueron originales, porque antes de ellos no existia el arte del cinematografo, pero desde ese mismo momento mancharon y referenciaron todo el arte a seguir, cada nuevo autor antes de crear tiene que conocer la historia del arte y desde ese mismo momento son influenciados por el saber.
Si, Woody Allen referencia a Fellini y Bergman, pero él mismo dice que son sus directores favoritos, lo importante es saber generar más arte del arte que ya existe, y creo que Woody supo imponer un estilo propio en su filmografía que lo diferencian de sus antescesores artisticos.
Menos mal que el cine se nutre de las referencias…
Este artículo del gran Jonathan Rosenbaum ya lo conocíamos muchos desde hace un buen rato gracias al blog que amablamente aglutina su trabajo como crítico. Es, por mucho, uno de los textos que menos me gustan de Rosenbaum, de quien se puede decir -sin caer en lealtades tontas- que es uno de los más grandes críticos norteamericanos. ¿Por qué el desagrado? Porque más bien parece una perorata resentida contra un público y una comunidad intelectual que se deja apantallar demasiado fácil ante aquello que parece difícil pero que en realidad es poco inventivo, poco crítico y facilón (básicamente la objeción de Rosenbaum ante el cine de Allen). Si bien mucho (o poco?) de eso es cierto en el caso de Norteamérica, me parece que desmerece un poco su crítica la inclusión de determinantes completamente imaginarios (la alusión al espejo de Narciso, irónica pero esperablemente, se le regresa un poco) o sociológicos como el público y sus predilecciones.
PERO también hay verdadera crítica ahí en los últimos tres párrafos. Sin embargo me parece que tampoco es una de las mejores de Rosenbaum: la falla radica en que, por hacer un juicio sumario de la obra de Allen, descuida esa difícil labor del crítico: desplegar un argumento que, a pesar de no poder ser objetivo completamente, debe pretender serlo: subjetividad con la máxima pretensión de objetividad. Se señala por ahí la colaboración con el archifamoso Nikvist, las deudas estilísticas entre Allen y Bergman, Allen y Fellini, etc odas del nivel de una perogrullada (o al menos eso parece decir Rosenbaum, que se contenta con simplemente nombrarlas). Poco más que eso para tantas películas mentadas. Un poco atípico para un crítico cuya erudición cinematográfica es incuestionable y cuyo estilo suele ser bastante profuso (hay un artículo sobre Jaques Tati cuya considerable extensión se queda corto al lado de su belleza, que es mucha).
La objeción de Rosenbaum a veces parece abrigar una idea muy moderna y sobrepasada: la creación desde una especie de punto cero, la irrelevancia del pasado y sus formas. Pero no, Rosenbaum no es ni la décima parte de ingenuo para creer eso porque en el último párrafo viene la verdadera tesis: el problema no es la originalidad sino la falta de postura crítica ante esos moldes formales que nos preceden y nos apasionan. Viene al caso Godard quien es, acaso, el cineasta que más ha pensado la vida de las imágenes y las formas cinematográficas. Él (y Rivette), nos dice Rosenbaum, ha logrado extraer consecuencias de sus apropiaciones, un «conocimiento crítico», mientras que Allen simplemente hace una «transposición de la mirada» o de la forma. Godard es un crítico que toma postura ante las formas que lo preceden mientras que Allen es un apasionado inerte e indefenso ante las form(ul)as que copia irreflexivamente.
Ahora bien, yo creo que es DESDE AHÍ que habría podido comenzar la nota:
1) Es siquiera posible hacer, sin resto, una transposición de la mirada?
2) Ésta, dígamoslo de otra forma, adopción de un estilo ¿es necesariamente una ausencia de postura crítica?, ¿es necesariamente inocuo el hecho de «adoptar» la mirada de Bergman para retratar a la alta burguesía neoyorquina? ¿o se podría ver en eso mismo una postura ante el objeto mismo?
Evidentemente, esto no es una apología al cine de Woody Allen, cuyo cine me resulta a veces (pocas, todo sea dicho) interesante, pero que en general suele ser un tanto mediocre. Sin embargo, me pareció importante resaltar por ahí esas dos cosillas que el Rosenbaum parece dar por descontado y que pueden ser, espero, de interés para alguien.
Saludos a todos!
Es un poco más de lo mismo. Se le pega a una parte de los que gustan de Allen y en el medio queda Mr Konisberg y la liga de arriba. Pasa siempre, y algo similar ocurría en algunas críticas a Medianoche en París.
Muy buena traducción de un gran artículo de JR. Habría que decir que este escrito es en realidad una introducción a una monografía mucho más larga en la que, por ejemplo, el crítico elabora, con citas, sobre aspectos técnicos que permiten entender esa mezcla de ñoñez y pretensión intelectual que permea parte del cine de WA.
Un amigo me dice que el problema con Woody Allen es que le gusta a la clase media. La verdad del cine está en Godard o Rivette; si un cineasta es del agrado de la clase media, es malo; pero no solo eso: se lo debe devaluar.
L.
PD: Ojo que no soy un seguidor incondicional de Allen. Quería aclararlo.
esto lo encontré de casualidad:
Entiendo que no es apto para todo público, que su gracia –que desciende directamente de Dick Van Dyke– no es para cualquiera, que ha hecho muchas películas malas, que su muy anticipado pasaje por los Oscar como maestro de ceremonia no fue gran cosa, que sus problemas sentimentales (la aristocrática Victoria Tennant lo dejó por un galán joven, Anne Heche lo dejó por Elle De Generes y Helena Bonham-Carter lo dejó por Tim Burton) no tienen la épica de los desastres inmediatamente asimilados por la propia obra de los de Woody Allen, que es más L. A. que N. Y. y posiblemente sea un asesino serial en sus ratos libres.
No me importa.
Porque Steve Martin (Waco, Texas, 1945) también ha protagonizado los mejores momentos de comedia puramente física de los últimos tiempos (ver su All of Me), firmó el guión de la mágica L. A. Story y de la romántica Roxanne, es un gran coleccionista de arte moderno (recordar esa famoso retrato suyo cortesía de Annie Liebovitz con su smoking blanco manchado de negro frente a las negras manchas de un cuadro muy caro) y es un actor que empieza y termina en sí mismo (no en vano fue la primera opción de Stanley Kubrick para protagonizar una versión inicialmente más farsesca de Eyes Wide Shut, maravillarse ante lo que hace en Pennies from Heaven). Y, además, es un gran escritor. Muy por encima de Woody Allen y, como prueba, alcanza con leer alguno de sus ensayitos para The New Yorker