CÁSATE CONMIGO OTRA VEZ

CÁSATE CONMIGO OTRA VEZ

por - Críticas
17 Ene, 2009 04:33 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

LA BÚSQUEDA DE LA (IN)FELICIDAD

 

Cásate conmigo otra vez / Ira & Abby,  EE.UU., 2006

Dirigida por Robert Cary. Escrita por Jennifer Westfeldt.

*Tiene un rasgo redimible

Quienes extrañen al (sobrevaluado) Woody desde que dejó Nueva York, este film suplente podrá satisfacer, aunque su mediocridad es más evidente que la de su modelo.

Mera casualidad, o quizás decisión consciente y erudita de los distribuidores, la tercera película de Robert Cary, cuyo título original es Ira y Abby, escrita y protagonizada por Jennifer Westfeldt, fue rebautizada aquí con el nombre Cásate conmigo otra vez, título que remite directamente a ese género lúcido que el filósofo Stanley Cavell denominó ‘comedias de enredo matrimonial’.

En La búsqueda de la felicidad, Cavell dice que este tipo de comedias «tiene como heroína a una mujer casada; y lo que impulsa la trama no es que la pareja protagonista se reúna, sino que se reúna de nuevo, que se reúna otra vez. De aquí que la realidad del matrimonio esté sujeta a la realidad o la amenaza del divorcio». Así descripto el género, Cásate conmigo otra vez pareciera ser un paradigma de esas comedias que fulguraron en el viejo Hollywood de la década del ’30, algo que Westfeldt y Cary tal vez reconocen, pues en un pasaje central se ve a uno de los héroes de antaño: James Stewart.

Ira es neurótico, judío, estudiante crónico de psicología, un emo adulto y sofisticado de clase media neoyorkina, incapaz de pensar en algo más importante que su propio yo. Sus padres son analistas (no terapeutas), razón por la cual sus 12 años de diván no deberían sorprender a nadie. Un buen día, su Freud personal le anuncia un final inesperado. «Un análisis sin progresos», le dice al analizado, una sugerencia valiente, ya que la tarifa por préstamo de oídos y escucha profesional es de unos 200 dólares por sesión. «Viaje, termine su tesis».

Ira no tomará el consejo. Su periplo será otro: primero, anotarse en un SPA; segundo, enamorarse de Abby, una empleada del establecimiento y casarse casi al instante. ¿Irracional, impulsivo? Abby es casi un ángel; todos recurren a ella: escucha, consuela, aconseja, hasta puede transformar a un asaltante desesperado en un cachorrito necesitado; además, como ángel, Abby no está reñida con los instintos más elementales.

Pero la felicidad es transitoria. Las nupcias conllevan lazos familiares, que, en este caso, no habrán de ser ornamentales. La aventura matrimonial, una dudosa proeza en la que dos sujetos que creen conocerse insisten en hacerse felices, no está exenta de dudas y desacoples. Abby y Ira van a divorciarse, y no serán los únicos, aunque aquí todos tienen su segunda oportunidad.

Cualquier reminiscencia con las comedias a las que alude Cavell se desdibuja a medida que esta suerte de sitcom extensa en 35mm avanza. No hay elegancia formal alguna; tampoco un aprendizaje de los personajes por el que se pueda dilucidar junto a ellos la obstinación colectiva por comprometerse con otro. El mayor brío estético es la construcción de un sueño, y alguna secuencia de grupo propia de Woody Allen, como cuando Ira le informa a sus padres de su eminente boda y la cámara se mueve de un lado al otro. Así, la mayor sabiduría no pasa del aforismo: «Nunca conoceremos al otro».

En el desenlace se reivindicará la monogamia como bienaventuranza, pero, sin proponérselo, se insinúa que el matrimonio es más un vía crucis que otra cosa.

Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de enero, 2009