ADENTRO MÍO ESTOY BAILANDO

ADENTRO MÍO ESTOY BAILANDO

por - Críticas
15 Ene, 2024 09:49 | comentarios
Un hermoso debut cinematográfico, el de Leandro Koch y Paloma Schachmann, un ensayo sobre la memoria en relación a la música y los idiomas.

EL SONIDO DE LA PATRIA

El punto de partida no es musical, al menos no estrictamente. Hay una cita, y a diferencia de tantas citas de autoridad o decorativas que pueden leerse en los inicios de las películas o de los libros, la referencia aludida acá tiene algo de talismán simbólico. Adentro mío estoy bailando puede ser sentida y leída por muchos flancos, pero todas sus piezas se vertebran bajo una intuición inicial: un idioma es una patria, una zona de pertenencia que no tiene necesariamente un territorio como correlato. Es por eso por lo que las palabras del lingüista Max Weinreich no son meramente un añadido culto: “Una lengua es un dialecto con un ejército detrás”.

Al sentido de esa declaración no exenta de provocación se llega de a poco, porque la ópera prima de Leonardo Koch y Paloma Schachmann empieza por otro lado: atestigua, primero que nada, el encuentro de ambos durante un casamiento y la posterior consolidación de un vínculo. Poco importa si representan o no el origen de su relación tal como se dio antes y fuera de la pantalla, esa zona de indeterminación entre la ficción o la reconstrucción de hechos que tuvieron lugar es la poética asumida desde los primeros minutos, lo que no significa que no pueda percibirse lo que pertenece a la condición documental, aquello que no se puede prever y proviene del encuentro con lo real. La presentación de ambos no admite dudas, tampoco lo que sucederá una vez que empiecen a estar juntos. Ella toca el clarinete en una agrupación que interpreta música klezmer y está abocada a un proyecto de investigación ligado a ese universo cultural. Él filma casamientos judíos y desde que conoce a Paloma dice estar trabajando en un documental sobre ese género musical tan peculiar ligado al judaísmo. ¿Es un impostor?

Un poco después, Leandro le cuenta a su abuela que está por hacer un documental sobre el klezmer. Si bien puede confundir a su nieto con otro familiar y no recordar muy bien las relaciones filiales, retiene del pasado que a Leandro nunca le interesó mucho su tradición. Con la presencia de la anciana se introduce no solamente una amable desconfianza sobre las intenciones de su nieto. La abuela es hablante del yidis. De inmediato, como si fuera un refuerzo y una duplicación de esa lengua común de los judíos asquenazíes, se añade otra voz femenina fundamental. Del tono de su voz no se infiere una edad análoga a la de abuela de Leandro, pero sí una tradición compartida. A ese personaje cuya imagen permanece por mucho tiempo en fuera de campo, a pesar de que sus intervenciones son simbólicamente decisivas, se suma la lectura de un cuento que funciona en paralelo y en sintonía con la historia de Leandro y Paloma. El personaje varón del cuento que trabaja como sepulturero y vive con su abuela, al ver a la hermosa y curiosa hija de un rabino, finge ser un estudioso de la Torá. Como Leandro, él también está interesado en algo que no resulta del todo claro. En dos ocasiones, el cuento y la imagen se reflejan y quedan frente a frente. En verdad, nunca dejan de cruzarse y resignificarse. 

Hasta acá nada se ha dicho del tema oficial de Adentro mío estoy bailando: la música klezmer. La propia película pone en escena su propio origen y su posterior desarrollo, hasta que la película es la película: filmar agrupaciones musicales que interpreten ese estilo musical, cuya genealogía es nebulosa y escurridiza. Como Paloma tiene que viajar a Europa por su proyecto, Leonardo se las ingenia para irse a filmar el documental sobre el klezmer al viejo continente. No basta con filmar los grupos en Argentina. Hay que trasladarse entonces a Europa e ir por las raíces de ese estilo. En Austria, gracias a un cineasta austríaco que filmó mucho en Argentina, Lukas V. Rinner, Leandro consigue financiamiento para su película. Los destinos siguientes serán Ucrania, Moldavia y Rumania, aunque no siempre o casi nunca los músicos que filma pueden ser descriptos como fieles representantes del klezmer. Tocan música que remiten al pueblo judío, pero suena a otra cosa. ¿Es un impostor? ¿Es la película un desatino?

Si hay una cualidad que la película ostenta sin jamás explicitarlo es justamente su honestidad. La inteligencia dialéctica de su trama se recuesta en esos juegos de representación y presuntos engaños que son legítimos recursos narrativos para avanzar sobre cuestiones que requieren lucidez y sinceridad. Hay una secuencia bendecida por el azar en la que Leandro le escribe una carta a su abuela. Ese fragmento es el centro secreto de la película, es la fuente emocional que contiene el todo, y no solamente porque se trata de la carta que un nieto le envía a quien ya existe en el infinito elenco de los espectros del otro mundo, sino porque quien habla se descubre a sí mismo en los paisajes de Moldavia y en algunos rostros. Se descubre sin poder nombrar y decir eso que siente en el idioma que puede disolverse lentamente en el silencio. Curiosidad, angustia diferida: el cineasta no encuentra la música de antaño y tampoco a los que hablan la lengua de sus antepasados. El klezmer y el yidis son sonidos débiles, no extintos, pero sí minoritarios. Al género musical le faltan orquestas, y a ese idioma ningún ejército lo respalda. No es, ciertamente, el idioma oficial del Estado de Israel.

El gran descubrimiento de la película consiste en detectar la continuidad entre la música klezmer el yidis para ponerla en relación con una trama del judaísmo que se remonta a una confrontación iniciada en el siglo XIX en el Imperio ruso entre bundistas (que promovían una visión identitaria socialista, democrática y plurinacional no centrada en la conformación de un Estado étnico, sino en la lengua yidis y la cultura vehiculizada por esa lengua) y sionistas. El yidis es una lengua sin territorio, una patria sonora no fijada en un orden estatal. No se trata de una afirmación al paso, más bien esto repone un posicionamiento con pocos adeptos en el judaísmo contemporáneo y en un contexto muy desfavorable. Que en algún momento se cite con énfasis al extraordinario filósofo neerlandés y judío Baruj Spinoza en el cuento ya aludido y que funciona como un contrapunto de la trama, lejos está de ser un ademán erudito y un capricho académico. La expulsión de Spinoza en 1656 por sus ideas, incluida su definición de Dios, que se cita completamente en su hermosa complejidad, es otro caso de un judío desplazado. Esa figura es clave en Adentro mío estoy bailando. Se trata de una película sobre el desplazamiento.

Que la película sintonice con una tradición disidente podría levantar sospechas en los espíritus rígidos e incluso alguna que otra reacción irascible en un exegeta intolerante, pero la caligrafía de Adentro mío estoy bailando es tan delicada como amable, y hasta los ortodoxos prescindirán acaso de su voluntad de refutación. Esos signos molestos se circunscriben el universo conceptual de la película, cuyo centro está cifrado en un sentimiento indefinido de errancia y dislocación y en un placer indesmentible por la música. Hay al respecto escenas indelebles. Pueden ser gitanos, pueden ser músicos judíos o no, pero cada vez que alguien toca el violín el idioma universal por antonomasia es representado con la prestancia que merece el encuentro de un arte con otro. La película no deja de preguntarse cómo filmar un sonido, una lengua, un género musical, y en cada ocasión la resolución estética es apropiada. Pasa cuando se tiene que registrar una canción que un dúo ejecuta en un cuarto y el plano se abre a otro con una mujer que escucha a la distancia hasta que con elegancia se abandona ese espacio hasta llegar a donde los músicos están ejecutando la obra musical en cuestión. Pero, si se trata de señalar un instante cinematográfica y musicalmente feliz, está el plano secuencia final que da paso a los créditos. Se celebra una boda, todos cantan y bailan. El travelling hacia atrás con el que se acompaña el paso de los novios y sus familiares y allegados es prodigioso y amoroso. Van hacia adelante, la cámara se mueve hacia atrás. Todos bailan. Ellos y el cine, el cameraman y los recién casados. Son largos minutos de felicidad en un mundo intoxicado de odio y en el que la alegría es un bien escaso.

Adentro mío estoy bailando, Argentina-Austria, 2023.

Escrita y dirigida por Leandro Koch, Paloma Schachmann.

*Publicado por Revista Ñ en el mes de enero 2024

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