ALGO VIEJO, ALGO NUEVO, ALGO PRESTADO (02)

ALGO VIEJO, ALGO NUEVO, ALGO PRESTADO (02)

por - Críticas
01 Ene, 2025 10:48 | Sin comentarios
Sobre una de las grandes películas argentinas de los últimos años.

LA FALSIFICACIÓN REALISTA

En el origen de esta película hay unos videos familiares, que iban a ser el único material de la por entonces llamada “El primer mundo”, en referencia a ese pasado iniciático y esos años 90 dominados por la ilusión del consumo (viaje y cámara como parte del ritual modernista). La actual conserva algunos de esos apuntes, tamizados por la voz de la hija, devenida ahora en protagonista de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado. Queda sin embargo una versión de ese proyecto original (titulada Estudio para un retrato familiar), que podría tener luz propia en algún prestigioso festival de documentales como Fidmarseille, pero ciertamente no hubiera llegado hasta las playas de Cannes. Privilegios de la ficción, a la que Hernán Rosselli se entrega abiertamente (luego del destino “menor” de su más documental Casa del teatro), aunque ya en Mauro cualquier espectador se preguntaba por los límites inciertos entre la realidad y la ficción. Tanto que en las charlas posteriores a la proyección el realizador se ve en el obligado chiste de asegurar que sus personajes no se dedican a actividades delictivas. 

Esa ostensible búsqueda ficcional le permite escapar a los peligros de la hibridación, que acechan a buena parte del cine contemporáneo que circula por festivales. Sin embargo, la pregunta que queda en el aire tras asistir a Algo viejo, algo nuevo, algo prestado es por el límite del procedimiento mismo: hasta dónde más se puede llegar luego de una falsificación perfecta (y ya conquistada la Costa Azul, como en To Catch a Thief). Se trata, claro, de asumir los límites de cualquier realismo, que sólo el cambio de época puede remozar, visto que Rosselli está cerca de alcanzar su Terra trema. Y acaso ese límite estético implique un necesario cambio de rumbo, antes que seguir replicando ad infinitum estos esmerados objetos (estas pulidas gemas robadas a la realidad), hasta el agotamiento personal o la decadencia estilística (etapa final de todo neorrealismo).   

Ya cierto cambio es evidente en los diez años que separan esta película film de Mauro, más cercana a las habituales en el primer nuevo cine argentino (y que en 2014 parecía el último avatar de los 90 en su pequeño retrato de la marginalidad). Ahora Rosselli da un paso hacia la ficción más dura, aunque aún sin abandonar su “cine artesanal” pese a la notoria mayor escala de producción, como si intentara combinar lo mejor de ambos mundos. Una película de Scorsese filmada por Pedro Costa, digamos.

El título parece responder a esa formulación, visto que en la película conviven (sin terminar de mixturarse del todo) “algo viejo, algo nuevo, algo prestado”. Rosselli ha hablado de las referencias compartidas con sus personajes: El padrinoBuenos muchachos… Películas neoclásicas que le brindan una inscripción genérica (algo prestado) y le permiten establecer una estructura clara (algo viejo) sobre la que jazzear con sus actores semiprofesionales. Lo (algo) nuevo, aunque ese color local también tiene su pasado, es que el mundo no se circunscribe a Little Italy sino a un barrio propio en el sur del conurbano bonaerense.

Por eso es curioso que, mientras en los agradecimientos se menciona a Scorsese, Renoir, Ozu (¡y hasta Leone!), no haya ninguna referencia nacional, visto que claramente podemos encontrar en el cine de Rosselli una genealogía que lo conecta con el Trapero de El bonaerense, con el Aristarain de La parte del león, con el Fregonese de Apenas un delincuente, y que se remonta a los orígenes del cine clásico argentino (de La fuga de Saslavsky a Monte Criollo de Arturo Mom…). No se trata sólo de las mismas calles, sino de la misma entonación.

Pues en cualquier barrio del cine siempre pesa la cuestión del lenguaje: no sólo el “cinematográfico” ni el identificado con el généro, sino el más literal y no lateral que hace a la palabra misma y su sonoridad intraducible. Eso que los espectadores extranjeros solemos perder cuando se interpone el idioma natal, pero recuperamos como ningún otro ante nuestras propias películas: el habla como sedimento de la lengua, es decir, la actualización (in)visible de una tradición. Eso que cualquier realismo es incapaz de falsificar porque su materia es el tiempo, que suele condenarlo a la obsolescencia más temprano que tarde. Pero que, como todo gesto vital, se convierte en huella singular de lo que alguna vez fue nuevo, y que se volverá inevitablemente viejo para que alguien lo tome prestado, a su vez, en un futuro contenido en el pasado.

Nicolás Prividera / Copyleft 2025