EL AMANTE LLEGADO DE ESPAÑA: UN DIÁLOGO CON ÁLVARO ARROBA
Un tiempo atrás, un español llamado Fran Gayo empezó a trabajar en el Bafici. No fue programador de inmediato, pero luego de un tiempo pasó a formar parte del equipo que selecciona y diseña el festival. Álvaro Arroba también tuvo una relación esporádica previa a convertirse en el reemplazo de Gayo, quien dejó el puesto vacante por distintos motivos que no vienen al caso. Si se tratara de fútbol, podríamos decir que salió Batistuta y entró Crespo, dos goleadores que uno siempre quiere tener en su equipo.
Sucede que Gayo y Arroba son dos amantes obsesivos del cine, lo suficientemente curiosos y a su vez formados para contribuir con propuestas sorpresivas y exigentes que pueden recuperar cineastas olvidados o jóvenes directores ignorados; son capaces de defender aguerridamente un film en el que creen frente a una mayoría convencida de que se trata de algo completamente prescindible. La pasión en ellos encuentra siempre una elegancia en la argumentación.
Conocí a Arroba por una azarosa razón editorial. Tuve en mis manos la edición de un libro que reunía un conjunto de conferencias que se dictaron en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en el 2006. Se llamaba Las conferencias de Mar del Plata. Recuerdo que su texto era el más libre de todos y acaso el más cinéfilo. En Internet, Arroba encontraba la emancipación gratuita de su pasión por el cine. Concebía en aquel entonces la red como una versión tardía de la biblioteca de Alejandría.
La presencia de Arroba en el Bafici apenas ha comenzado. Un festival siempre necesita de personajes atrevidos y desmedidos. Se fue uno y entró otro.
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Roger Koza: Es tu primer año como programador del Bafici. Se trata de un festival que conocés muy bien. ¿Cómo ha sido este primer año de trabajo desde dentro del festival?
Álvaro Arroba: Mi experiencia previa en la programación del Bafici se limitaba a la curaduría (a preparar retrospectivas más o menos raras, más o menos laboriosas), y a otras actividades puntuales. A las tareas de programación me he incorporado in media res, a mediados de noviembre. La situación me recuerda un poco a aquella escena de una película reciente de Tom Cruise, Edge of Tomorrow, en la que le plantan un fusil en mano segundos antes del fragor de la batalla. La gran diferencia a mi favor es que donde el pobre Tom tuvo que aprender sin un equipo, yo obtuve las instrucciones y consejos de mis compañeros. También me ayudó mucho mi gran amigo Fran Gayo, que salió hace poco del Bafici después de muchos años. Además, estoy en el proceso de una adaptación más complicada, la de la ciudad de Buenos Aires, nueva para mí, ciudadano de provincias.
Me encontré entonces en la algarabía de un aluvión caótico de películas recién terminadas (de todo género, formato y país), y con un equipo bien armado y compenetrado que las veía y comentaba en textos veloces y sagaces, algunos luminosos como los de David Obarrio. Hay que saber que se visionan y escriben informes detallados de todo el cine inscrito en la web del festival. El equipo de programadores cuenta con una forma de trabajar rigurosa, y sobre todo con un vertiginoso sentido del humor. Existe alguna regla consuetudinaria aplicada de manera puntual que me sorprendió porque, aunque suponga un aparente sacrificio del rigor y una transgresión del principio democrático del equipo para la elección de las películas, responde en realidad a un principio cahierista de la programación por parte del director del festival que me parece admirable y que es la mayor sorpresa que me he llevado. Las películas con defensas poderosas y bien argumentadas por parte de una minoría (incluso si el valedor es un sólo programador), se incluyen finalmente en la programación. Javier Porta Fouz es crítico de cine y otorga tanta importancia a los textos como a las películas. Que un escrito se imponga al criterio general y haga vivir a una película en la selección, tan sólo puede ocurrir en festivales gestionados por críticos que han dado acuse de recibo a la literatura crítica de Rohmer o Truffaut.
Pero excediendo tu pregunta, y aunque pueda sonar un poco grandilocuente, en estos cinco meses intensos de programación de un festival tan mastodóntico como el Bafici me queda la sensación privilegiada y formidable de haber sido testigo más que nunca, del curso del cine, y de haber vivido en contacto con la plenitud de su tejido. Quiero decir que todas las películas que quedan fuera de las selecciones de los festivales y que quizá nunca lleguen al público (siete de cada diez títulos parece una estimación razonable según confirmo con mi compañero Agustín Masaedo), toda esa producción, es también historia viva del cine, o intrahistoria si prefieres. Gestos que por algún motivo nos parecen menos logrados, o directamente descartables, que a menudo no son precisamente amateurs (de hecho nos suelen interesar mucho los arranques amateurs), y que también cimentan las bases del fluir del cine contemporáneo. Además, se distinguen varias tendencias comunes muy acusadas en esos títulos.
En ese sentido, te cuento que en la sección “Películas sobre películas” del Bafici contamos con una obra maestra asombrosa inesperada, de una emoción torrencial, y que, te confieso, es mi ojito derecho del festival (el izquierdo – si me preguntaras – sería Song of Granite de Pat Collins). Hablo de Mes provinciales, de Jean-Paul Civeyrac, la mejor suya con diferencia, y desde ya una de las películas del año. Me atrevo a decir que es la obra de la vida de un cineasta que escapa a su propia comprensión, iniciática y experiencial, habla de nosotros, los infectados por el cine, por eso te la menciono. Es como un homenaje a todos aquellos cineastas sin el recorrido que esperaban tener cuando empezaron a rodar llenos de energía e ilusión. Constituye además el mayor shock que me he llevado en muchos años en el decadente cine francés (y que no sea una película de los buenos de antes: Brisseau, Leon, Garrel o Godard). Civeyrac ha logrado meter en una película de 2018 a Eustache, Rohmer y al propio Garrel. A todos los cineastas nuevos les lanza esta cita de Pasolini: «Contra todo ello, no debéis hacer otra cosa que (creo) continuar simplemente a ser vosotros mismos: eso significa ser continuamente irreconocibles. Olvidar inmediatamente los grandes éxitos y seguir, imperturbables, obstinados, eternamente contrarios, pretendiendo, queriendo, identificándoos con todo lo ajeno, escandalizando, blasfemando».
Intuyo que la mirada de un extranjero puede ser crucial (y menos endogámica) a la hora de elegir películas argentinas. La distancia puede ser aquí una virtud y una salvaguarda. ¿Cómo resultó enfrentarte a tantas películas argentinas? Por otra parte, ¿qué has podido detectar después de ver una producción acotada a un tiempo y a su vez condicionada por formas de producción y poéticas empleadas?
Los extranjeros al principio tenemos una mirada poco sensible a algunos exotismos locales, que se nos cuelan con facilidad y que identificamos con ilusión ingenua como gestos de identidad etnográficos casi propios de Pelayo, Rouch o Paradjhanov. Entonces llega Magui Arau (la mayor detectora de imposturas que nunca conocí) y te revela por qué te están tratando como a un vulgar turista con una cámara de fotos. También, en las películas de ficción, somos más torpes para detectar si un intérprete está bien o mal, o cómo imita tal o cual acento o extracción social, porque nos embelesa la prosodia del español de Argentina. Todo esto se va aprendiendo. Pero también disfrutamos más del cine argentino por lo general que los compañeros de aquí. Por ejemplo, Viola de Matías Piñeiro es una fiesta llena de sensualidad verbal para los españoles más todavía que para vosotros, y una película fundamental para la lengua y la literatura castellanas. Hay un título argentino genial en la selección de este año, ¡Viva el palíndromo! de Tomás Lipgot, que lidia transversalmente, aunque en clave casi masónica, con este tema.
También, por esa ingenuidad, nos dejamos asombrar en bloque por cineastas que a vosotros os gustan mucho aunque con algunas reservas. Por ejemplo, cuando descubrí hace unos años las películas de José Celestino Campusano de la mano de Quintín y Eloísa Solaas, me pareció tan novedoso y semejante revelación que ni siquiera pensé en que pudiera tener un punto débil. Pero incluso ellos me decían que a veces los actores y los diálogos de esas películas no estaban muy bien y que chirriaban en el conjunto. En mi opinión esos diálogos son buenos como libretos de óperas de Verdi, y esos actores maravillan como presencias del teatro griego clásico. Pero claro, es que tengo ese problema de ingenuidad que te mencionaba para detectar inexactitudes en el hablar argentino. Todo esto me recuerda a cuando los franceses nos tuvieron que explicar Almodóvar a los españoles, enrocados en lo falsos que eran muchos de sus actores. Entonces entendimos que en realidad eran presencias.
La selección argentina de este año (aparte de contar con dos películas nuevas del propio Campusano) verás que es muy heterogénea, llena de nombres importantes de vuestro panteón en diferentes estadios de su inspiración, y con una variedad de gestos memorables (creemos haber erradicado el postureo de la selección), pero no puedo hablar de ellas mucho antes del festival. Ganas de comentar algunas no me faltan pero he de morderme la lengua. Conociendo un poco al público porteño, creo que podría haber varios picos de histeria en diferentes momentos del festival.
¿Cómo explicarías la agenda estética de Bafici en la actualidad?
No es fácil porque en el equipo tenemos gustos muy distintos. Es por eso que el festival presenta tanta variedad cromática. Si tengo que psicoanalizar la posible hilazón entre los seis programadores (incluyo a Javier, que ve las mismas películas que el resto) sería cierta querencia porque las películas dejen un regusto literario, un ensanchamiento de gran prosa o de bella poesía. Que las nuevas obras seleccionadas se enhebren de alguna manera con los mitos, el clasicismo y la historia. Esto además facilita detectar postureos y falsedades, como los materiales preconcebidos y, calculados “para festivales”, una de nuestras obsesiones cuasi policiales. Desde lo más pop rock, que podría ser Violence Voyager, Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere, o Dead Ant, hasta las más o obstinadas formalmente, las nuevas de Lav Diaz y Johann Lurf, o The Seen and Unseen de Kamila Andini, todas dan la impresión de que podrían haber sido una película antigua, una novela, o un compedio poético, pero alguien prefirió una forma cinematográfica.
¿Cuáles creés que son las regularidades o los lazos secretos entre las películas de cada competencia?
No te sabría responder ahora mismo. Creo que esas son cosas que detectan los espectadores con el fluir de los días y según el orden en el que desfilan las películas. A veces hay coincidencias muy caprichosas y es divertido cuando se te revelan esos temas que podrían obedecer al espíritu de los tiempos. En Cannes ocurría mucho hace unos años cuando había cine sobre padres que buscaban a sus hijos, y al año siguiente sobre hijos que buscan a sus madres. En este el Bafici también hay mucho cine familiar, pero a saber por dónde salta la liebre. Espero que podáis esclarecerlo.
¿La elección de los diversos focos de este año responde a un criterio general o apenas se pone en práctica una selección pertinente de autores más o menos consagrados y más o menos ignotos pero valiosos que el festival considera esenciales en el diseño de programación? Es decir: ¿por qué Murátova? ¿Por qué Garrel? ¿Por qué Lurf? Podríamos seguir citando a los elegidos.
El periodo de preparación del festival fue vivo, surgen ideas que vienen desde muchos frentes y que a veces se funden con las nuestras. Se fantasea con muchas retrospectivas e invitados, unas perviven y otras se caen. Curadores y críticos de afuera nos sugieren una retrospectiva y valoramos el estado de las copias, y la oportunidad de la misma, las rimas no deseadas con focos anteriores u otros del año en curso.
Por ejemplo, Evgeny Gusyatinskiy, programador de Rotterdam, sugirió a Kira Muratova – foco soñado – que gestionó junto a Agustín Masaedo. La elección de la películas les corresponde a ellos. Philippe Garrel surgió de una conversación de Javier Porta Fouz con instituciones francesas; creo que es un foco muy porteño y conecta con todo que en esta ciudad hay de parisino. Garrel nunca había venido a la ciudad.
De Lurf conocíamos algún corto puntual que vimos en alguna visita a la Viennale (él es el responsable de la gestión de copias de ese festival), pero ☆ nos voló la cabeza, nada hacía presagiar semejante arranque lírico que resquebraja el estructuralismo natural austriaco. La tengo especial afecto porque cuenta como la primera obra maestra (o algo parecido) que vi de la selección después de semanas errando y no puedo esperar a descubrirla en pantalla grande. De inmediato el equipo vio el resto de sus películas y organizamos otra sesión con ellas.
La apoteósica visita de John Waters se debe a años de gestión diplomática de Juan Manuel Domínguez y Javier Porta Fouz aunque no conozco bien los detalles porque cuando me incorporé al equipo el evento ya estaba confirmado.
Teo Hernández era un viejo empeño de Magdalena Arau y consiguió materializarlo con la ayuda de Federico Windhausen. Llevo un par de años descubriendo muchas de sus películas en el estraperlo de archivos cinéfilos y Salomé o Lacrima Cristi se cuentan entre las mejores películas del cine.
Las películas de Ozualdo Candeias se proyectan por primera vez en el mundo en copias restauradas .
En cuanto al foco Axelle Ropert, tiene una génesis curiosa. Surgió por la calidad de un texto. Una entrevista muy impresionante a la directora a cargo de Fernando Ganzo en la revista “Cinema Comparat” en la que redefine conceptos del star system de Hollywood con una soltura feminista muy novedosa. Javier se quedó tan perplejo ante semejante inteligencia en acción que pidió de inmediato ver las películas y se cerró la invitación en un par de días.
RK: Si un espectador tuviera poco tiempo, ¿cuál sería el foco imperdible?
Los encuentro todos fundamentales, el panorama resulta complicado de abarcar. Sin lugar a dudas la retro secreta del Bafici es la de Axelle Ropert, además son pocas sesiones que abarcan su obra completa hasta el momento. Creo que en el festival ya se proyectó La famille Wolberg. Axelle compone comedias de tono luminoso, ligero, con mucha puesta en escena, atención por el detalle y una sofisticación que hoy sólo comparte con Whit Stillman. Con un grupo de actores a los que encuadra como a estrellas, que por tanto suscitan simpatía inmediata y que conversan y se retan en un francés impecable, de otro tiempo. Axelle es además una de las críticas de cine más importantes junto con su amigo Serge Bozon. Ambos forman parte, como explica Ganzo en el catálogo, del núcleo de la añorada revista La lettre du cinéma, apadrinada espiritualmente por Jean Claude Biette. Creo que hay un vaso comunicante entre unas películas de Axelle y otras de Pierre Leon, cuya obra disfrutamos en el Festival de Mar del Plata hace un par de años.
RK: ¿Podés nombrar 7 películas esenciales y sintetizar la razón por la cual no deberíamos perderlas?
AA: Omito argentinas y Competencia Internacional:
Que le diable nous emporte – Jean- Claude Brisseau. Nadie menciona que programará un nuevo Brisseau, todo un acontecimiento en el Gaumont (en mi opinión es el único maestro vivo y trabajando del cine francés que no sea Godard). El director está incomprensiblemente olvidado en todos los festivales del mundo (salvo en el siberiano de Boris Nelepo). Es su obra más feminista sin renunciar a sus gloriosas escenas de sexo, masturbación y mística cristiana e hinduísta. Comienza azarosamente invocando a su amigo Rohmer y termina en territorios literalmente nirvánicos sin perder la ligereza.
Mes provinciales de Jean – Paul Civeyrac, que comenté más arriba.
☆, que también comenté.
Song of Granite, de Pat Collins. Contundente obra maestra ausente en festivales y en listas de lo mejor de 2017 que los programadores contemplamos perplejos, como si hubiéramos desenterrado un tesoro. Es como una pintura al vuelo de la vida del cantante Joe Heaney. Para fans de John Ford, Richard Linklater, Bill Douglas el folk contestatario y los cineastas que besan la tierra donde crecieron.
Una storia sutile, de Carla Vestroni. Como en el arranque de una película de Oliveira, una señora le entregó la película a nuestro compañero Masaedo en algún tren de la vieja Europa. La vimos asombrados. La gran tapada del Bafici. Una película corta pero llena de ideas por minuto, de erudición y de humor rodada desde una habitación y con canciones de Robert Wyatt. Para fans de Boris Lehman y Jonas Mekas.
The Image You Missed, de Donal Foreman, otra irlandesa muy impresionante en la que el director se relaciona con su padre fallecido, el documentalista Arthur MacCaig que grabó escenas inéditas de la lucha en el Ulster desde los años 70. Para fans de Alan Clarke y Gus van Sant.
The Seen and Unseen, de Kamila Andini, la historia de una niña con su hermano en coma. Ha nacido una estrella, Andini reinterpreta la duración de un plano desde la cabeza de un niño con una pureza y una ausencia de efectos deslumbrante. Para fans de Jean Rouch, Robert Flaherty y Apichatpong Weerasethakul.
RK: ¿Cómo ves el Bafici en relación a otros festivales similares de la región y de otros continentes?
AA: Sólo sé lo que, según observo, tratamos de evitar y en lo que procuramos diferenciarnos de otros festivales, espero que con éxito. Cuando antes te hablé de esa especie de intrahistoria en el curso del cine independiente que forma el flujo de películas que no seleccionamos (el llamado cine “de y para festivales” a esquivar) mencioné también que se pueden distinguir claramente algunas tendencias. La primera serían las películas de hijos sobre sus padres (tanto “mi familia y yo” como su variante egotista “yo y mi familia”) que en cierto modo encierran una lógica porque un cineasta sin recursos que quiere arrancar en la era de la democratización del cine, mira hacia sus padres como el bebé que busca el pecho materno porque es comida gratis. Hay un porcentaje alucinante de películas así (algunas de fuerte contenido político más o menos sofisticado), más allá de Latinoamérica, también en Europa, y no son tantas las que realmente guardan un interés fuerte formalmente o en su contenido. Son formas humildes que creo están fomentadas y perpetuadas por muchos festivales independientes latinoamericanos, los pequeños y los grandes. Ahora observo que intentamos distinguirnos fijándonos mucho en ese tipo de películas, y en que aporten algo novedoso.
La segunda tendencia (que a menudo se funde astutamente con la tercera – ambas están avivadas por festivales europeos -) sería lo que podríamos llamar el cine de trance a cualquier precio. Busca inducirnos a estados alterados de consciencia mediante una duración difusa, e indeterminada de los planos y la cámara en marcha solemne. Sus obras fundacionales serían las últimas películas de Béla Tarr, o Gerry de Gus van Sant. Resumiendo, un abuso de la imagen-movimiento.
La tercera corriente recuerda a una explotación de la imagen-tiempo, y surge por todo el planeta en cineastas víctimas de graves indigestiones de las mejores películas de James Benning. El crítico sevillano Alfonso Crespo lo denomina con gracia y picardía “Cine de Comunidades Autónomas” porque en España está muy financiado por esas entidades territoriales sub estatales, (especialmente por las de tendencias más nacionalistas). Estas películas tratan de sostenerse sobre una sola idea o concepto (no siempre muy fuerte) y carecen de la más mínima literatura (en un sentido amplio). Además se aprovechan de la naturaleza, abusando del paisajismo y haciendo trabajar a la pobre niebla horas extra sin remuneración.
Una cuarta tendencia de este nuevo academicismo, perpetuada y premiada en festivales europeos (no por Cannes, precisamente, un evento aún inspirador más allá de su inevitable retahíla de nombres detestables) la aisló con precisión el crítico y profesor Gonzalo de Lucas, en contraste con Ready Player One. Se ha instaurado el fuera de campo como la forma más legitimada y estéticamente irreprochable de pensar los planos. Es lo que en cierto modo articula el documental de creación. Películas con miedo a las imágenes que abren posibilidades a otras imágenes. Citaba Gonzalo a Danièle Huillet elogiando a Ford: “no hay que dejar que las imágenes bloqueen la imaginación”. Creo que el Bafici intenta encontrar sus películas en esos márgenes, razón por la que propone una cinefilia alternativa. En cuanto a Mar del Plata, es una suerte tener otro festival a medio año del Bafici. El reparto de las mejores películas de la temporada es así ecuánime y natural y el abastecimiento de los cinéfilos muy completo.
RK: Tengo admiración por tu trabajo como crítico; siempre te he leído y tu cinefilia es caóticamente enciclopédica. Me gustaría saber cómo evaluás la relación de la crítica y la programación. Para algunos colegas programadores, existiría una zona de riesgo e incompatibilidad entre ambos oficios, instada sobre todo por la cercanía que se tiene con los directores de los films programados. ¿Cómo ves este presunto problema?
AA: No me considero un crítico de cine porque tampoco escribo tanto. Digamos que me identifico más con un cinéfilo que escribe sobre lo que le motiva. Lo que me preguntas es un tema del que hablé bastante con Fran Gayo hace años, y yo albergaba el mismo temor que tú. Pero curiosamente no he encontrado ningún problema para compatibilizar mi intuición del cine con la del resto del grupo. Nos gusta hablar y discutir sobre las películas más allá de las de la programación, y he encontrado afinidad, generosidad y espacio para programar lo que me gusta, que en muchas ocasiones coincidía con las filias de mis compañeros. Javier tiene muy buen ojo para el casting y armó un grupo de programadores que encuentro tranquilo y sensato hasta para manejar el reviente. Obtengo mucho placer observando y aprendiendo de mis compañeros, un grupo con la medida justa de certezas, lo que nos deja abiertos y libres.
* Fotos y fotogramas: 1) Mes provinciales; 2) La familia Wolberg; 3) Álvaro Arroba
Roger Koza / Copyleft 2018
En el trailer de «Mes provinciales», de Jean-Paul Civeyrac intuyo algo de «Los Ilusos», de Jonás Trueba. Si es así, ya la agendo.
Es mucho más que eso, sin desmerecer la de JT.