AMOR / AMOUR

AMOR / AMOUR

por - Críticas
15 Mar, 2013 11:29 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

LA TERNURA DEL ENTOMÓLOGO

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Amor / Amour, Francia-Austria, 2012

Escrita y dirigida por Michael Haneke

*** Hay que verla

Es una moda nacional e internacional odiar a Michael Haneke y un hábito que gane premios en festivales; su última película muestra un dominio ostensible por parte del director de la puesta en escena y de la dirección de actores.

¿Es posible que Michael Haneke haya rodado su primera película romántica? ¿Una película de amor? ¿El entomólogo del malestar europeo es capaz de observar gestos de ternura en sus criaturas? Sí, pero en clave de luto.

No es fácil ver morir en la pantalla, y quizás por eso el magistral plano secuencia inicial en el que los bomberos intentan entrar en un departamento con las puertas encintadas termina con una mujer muerta reposando en su cama. De esto se tratará el film; es un aviso, aunque esa introducción devela también un ritual secular. Algunos pétalos de flores rodean a la muerta. La cama se ha convertido en altar. ¿Quién era? ¿Qué hacía? Es posible que haya otro muerto, la escena lo insinúa, pero jamás lo veremos. Sí sabremos, más tarde, quién es.

Ese plano inicial es caligráfico y característico de Haneke: los movimientos de cámara sobre el espacio interior del departamento son precisos y la secuencia remite un poco a ciertos pasajes de Código desconocido. A los pocos minutos, uno conoce de memoria toda la casa.

Después de ese plano siguen unos cinco planos placenteros: Georges y Anne van al concierto de un discípulo que interpretará a Schubert. Ellos son músicos, ahora jubilados. De regreso a casa viajan en tranvía. Probablemente hablen del concierto, pero lo que importa aquí son sus gestos. Esa pareja constituye un dueto ante nuestra mirada. El desayuno de la mañana parece normal, una rutina amorosa, hasta que Anne experimenta un trance, un vacío: quedará desconectada por unos minutos del mundo y sin previo aviso regresará. De allí en adelante lo que se verá es su progresivo camino crepuscular, un vía crucis orgánico: la irrupción de una enfermedad inesperada, la humillación de la degradación, la impotencia de la única hija de la pareja y el amor de un marido que simplemente acompaña, todo eso se mostrará con la perspectiva justa para no hacer de la podredumbre una hipérbole existencial.

El amor según Haneke implica acatar una responsabilidad ineludible pero tomada bajo el ejercicio del libre albedrío. La adversidad es total, y tanto Anne como Georges lo saben desde el principio. Se avecina lo peor, pero el amor es aquí la acción conjunta de una resistencia digna. Georges, llegado el momento, tomará una doble decisión capital. En este sentido, Amor es la inversión exacta de la familia que decide suicidarse colectivamente en El séptimo continente, la extraordinaria y pertubadora ópera prima de Haneke. El nihilismo de antaño aquí está eclipsado. El deseo de existir persiste en la medida en que las condiciones físicas de existencia estén garantizadas. Naturalmente, tratándose de una pareja de clase media europea, las condiciones materiales están garantizadas. 870 euros por tres jornadas de trabajo es lo que se le pagará a una enfermera, instante en el que asoman discretamente el desprecio de clase y el antihumanismo paradójico de Haneke (cuya versión cómica está al principio, cuando a Georges le parece absurdo y molesto el entierro de un amigo cercano, musicalizado con “Yesterday”).

Como en otras películas de Haneke, la vida onírica juega un rol tanto en la economía libidinal de los sujetos como en la economía narrativa. La secuencia onírica de Amor remite un poco a los escenarios lynchianos. Haneke demuestra su talento para el horror. El sonido de un timbre, la inundación de un pasillo o una mano bastan para trasmitir el reordenamiento psíquico frente a una experiencia traumática. Soñar el horror es, curiosamente, un modo de conjurarlo.

Pero Amor no sería el film que es sin Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. La interacción verbal es notable. Cada línea se pronuncian en el tiempo necesario. Allí está la música del film. Incluso ver almorzar o cenar a la pareja constituye un acto de gracia. Haneke ha comprendido que la clave de su film pasa por entender y registrar el acoplamiento de dos personas diferentes que han aprendido a vivir juntos desde hace décadas. Filmar esa relación entre cuerpo, tiempo y palabra es su principal virtud. Ese ida y vuelta entre una señal que emite Georges y la respuesta que le devuelve Anna y viceversa es el misterio de Amor. Y existe, además, un plus que proviene, sin duda alguna, de una dimensión extracinematográfica. Trintignant y Riva no componen sus personajes desde un estudio o un trabajo de investigación. El método es ontológico y no se trata precisamente de un trabajo sobre la memoria emotiva del intérprete. Los dos actores redireccionan al servicio de la ficción un saber de primera mano. Esto no se obtiene por una vía hermenéutica sino por la experiencia directa de los achaques del envejecimiento.

Después está la famosa paloma que visita la casa en dos oportunidades. Los hermeneutas verán signos del más allá, una metáfora de la vida, la muerte, lo perverso. Ese pájaro espantoso, ave burguesa por excelencia, probablemente no tiene ningún mensaje. No es una paloma mensajera. Es un bicho de mierda que irrumpe. Su presencia es azarosa, acaso una distracción misteriosa en una película que en varios pasajes parece perfecta.

Esta crítica fue publicada en la revista La tempestad de la ciudad de México durante el mes de noviembre 2012

Roger Koza / Copyleft 2013