APO(P)CALIPSIS NOW. A PROPÓSITO DE HABÍA UNA VEZ EN HOLLYWOOD
A riesgo de ser repetitivos, repetimos: el correlato del gran guiñol en el cine es Quentin Tarantino, mucho más que el gore, hoy devenido en subsidiario de las empresas de CGI bajo cero. La invención de Oscar Métenier, contemporánea al cine –nace en 1897–, encuentra en los dos volúmenes de Kill Bill–por citar la obra que podría ser representativa de esta analogía– la afinación perfecta: miembros amputados, ojos arrancados y galones de sangre catalizados por borrascas de venganzas; no necesariamente Louisa May Alcott meets Disney live action. Por eso, después de ese snow-western teatral grotesco (¡gran guiñolesco!: caras que estallan, erupciones de vómitos sanguíneos) que fueLos ocho más odiados, lo que menos esperábamos de este autor representativo de la libertad más absoluta dentro del esófago de Hollywood es que regresara por la autovía del sol.
Llegó Había una vez en Hollywood. Y, quién diría: después de todo, que alguna vez íbamos a reencontrarnos con el espíritu relativamente moderado (lo poco moderado que puede ser QT) de ese tipo de balada soul que exploró a lo largo y hondo de su soundtrack Jackie Brown – Triple Traición, la oda 2.0 de QT al cine de explotación de, y por la comunidad afroamericana de los EEUU a comienzos de los setentas, el nunca del todo correctamente ponderado blaxploitation.
Y llegó QT, sí; ese QT estilizado volvió otra vez, esta vez detrás del camuflaje de un bolillero de citas pop sobre el vasto orbe de una de las últimas eras doradas del cine y la televisión de su país, los finales de esa otra década añorada por la nostalgia con buen gusto, los sesentas. Pero nada es lo que parece ni nada parece lo que es; nos olvidábamos de: QT es un desarmador de expectativas (in)nato.
El valor diferencial de este nuevo retorno del hijo pródigo en prodigios cinéfilos es que lo hace bajo los efluvios de una embriaguez audiovisual que exacerba aún más su enajenación fílmica y que lo coloca otra vez al pie de la ucronía, sin desarrollar el contenido hipotéico que supone esta rama de la ficción. QT eleva la apuesta de su compulsión citadora/remachadora habitual a un honoris causa del homenaje relector. Pero abocarse con insistencia a la esfera de las citas “intracinematográficas” como constitución genética unívoca del cine de QT es volver a caer en la trampa de sus detractores más intransigentes. Que el cineasta “hip hopero” (¡como si esto hubiera supuesto alguna vez una connotación negativa!), que el recauchutador epidérmico, que el excitado que habla como un pelotudo, que quién se cree que es. Tan propio del siglo veinte como la acuñación de la axiología, Tarantino ha sido y es, además, un brujo en la mira de la caza axiológica, razón por la cual, la especialidad paralela que ha venido desarrollando el cineasta que mató a Hitler a lo largo de estas tres décadas es la de mojarle la oreja al conservadurismo moral del análisis de la cultura moderna.
Un caso: en la conferencia del Festival de Cannes en mayo, una periodista de New York creyó que estaba ante su oportunidad de revelar públicamente la supuesta careta misógina de este rey de la controversia y empezó su pregunta –que era ponzoñosa en sí misma: ¿por qué el personaje de Tate tiene menos diálogos que los masculinos?– con una chicana que refería a la escena de la película en la que una niña actriz inteligentísima cuestiona el uso inclusivo de la palabra “actress” frente a la de “actor” (“It’s pointless”). La tajante respuesta de Tarantino a la periodista fue a lo Danny Trejo en Machete:
“I just reject your hypothesis”.
Es que sí: es que la tesis de QT en su filmografía de nueve largometrajes y otras tantas cosas no va en dirección a nada que no sea el cine en su propia dimensión espacio-mítico-temporal; la tesis no es lineal: es concéntrica, es diametral, es perpendicular, es en una espiral explosiva, en otra implosiva; es en cualquier dirección menos en línea recta. Que la política existe en cada fotograma de cada película que surge en el mundo, es verdad. Pero la expiación cívica no es parte de la misión autoimpuesta por QT; antes: vivir y morir dentro del código postal del cine.
El género de sus personajes ha estado insistentemente, irrevocablemente al servicio del relato y no de una agenda contemporánea de debate socio-político. El cine de QT es asexual y sexy en partes iguales; el cine será “el” cine, pero para él no tiene sexo; su cine no es unidireccional; es unicelular.
A saber una(s) que sepamos todos:
Si tienen que morir violentamente todos los hombres del reparto (Perros de la calle), que mueran.
Si tiene que morir violentamente la única mujer del reparto (Los ocho más odiados), que muera.
Si tienen que morir los machos abusadores a manos de las chicas que sólo quieren divertirse y matan si alguien las quiere matar primero (A prueba de muerte), que mueran.
Si el héroe masculino debe ir corriendo a salvar a su pareja femenina como en el esquema del cine clásico y no permitir que ella combata a su lado como en el esquema del cine moderno (Django desencadenado), que corra.
Si tienen que morir tanto las mujeres asesinas como el asesino en jefe a manos de la mejor asesina de todas (Kill Bill vol. 1 y Kill Bill vol. 2), que mueran.
Si la protagonista femenina se eleva sobre el conjunto de un reparto casi totalmente masculino en un emotivo himno audiovisual a su fortaleza y a su redención en una película que contiene más feminismo y empoderamiento de la mujer que varios panfletos documentales institucionales juntos (Jackie Brown – Triple traición), que se eleve.
Dios, Yahbé, Alá, Sai Baba, Odín, Zeus, Bob Marley, Jane Goodall, Jimi Hendrix, Barbara Steele, Pam Grier, Sergio Leone, Cormac McCarthy, Patricia Arquette (en Escape salvaje), Sam Peckinpah, Ida Lupino, Iggy Pop, John Huston, Laure & Hardy, The Who y todos los que ustedes quieran, salven a Quentin Tarantino, porque él ha venido al galope a salvar boca a boca el oxígeno del cine adulto de Hollywood, que se derrumba hacia una asfixia horrenda de infantilismo galopante y sistémico, con otra rara avis del entretenimiento –su entretenimiento– que reúne a las estrellas masculinas y a la femenina más taquilleras del momento para contarnos que hubo un tiempo en que fue hermoso, que era libre de verdad, que guardaba todos sus sueños en castillos de cristal… hasta que un sorete de escritorio inventó el liderazgo del box-office como sinónimo de calidad, le empezó a echar tutucas en la boca a los espectadores y responsabilizó a esa entelequia conocida como “tendencia”, y se pudrió todo en el norte y así estamos.
Miguel Peirotti / Copyleft 2019
El film parece proponer una lectura cínica de cómo la industria del espectáculo terminó por fagocitar la apuesta hippie-dark, y su crítica a la misma. De hecho, por momentos la película parece un último gesto de la industria por mancillar, conjurar y fagocitar ese apuesta-crítica. Es casi un compendio de cómo se ha ido representando, a lo largo de los años, a “la familia Manson”, en tanto que “secta” y demás. No le es ajeno al guión un dejo de misoginia en el modo de retratar la dimensión feminista –si cabe- de la apuesta hippie, al tiempo que trata con suma ternura al personaje de Sharon Tate. Así vista, el desenlace aparece como una conjura simbólica, precisamente, de la dimensión simbólica del asesinato perpetrado por “la familia”. Y tratándose de un film de Tarantino, el desquite simbólico de la industria del espectáculo para con la crítica hippie-dark, se presenta no sólo con cinismo, sino que con el plus de brutalidad propia del director. ¿Quiere decir todo esto que el film representa la postura personal de Tarantino? Tal vez sí, tal vez no. Pero lo que sí, no sería justo decir que en la película no hay una crítica interna a esa industria del espectáculo que parece cobrar revancha, a través de la misma, de una impugnación “exterior”. No solamente se muestra la vida hollywoodense como una burbuja naif de frivolidad, se nos presenta asimismo a la industria del cine como una fábrica de tips, gestos, ademanes, poses, todas puestas en el momento justo y en el lugar indicado. Un mundo de vedettes dónde el mundo de las cosas, es más rico y valorado que el de las relaciones interpersonales. Se nos muestra la figura emblemática del galán cinematográfico como una suerte de bestia rubia, de una parte, y como un sujeto alienado, totalmente comido por el personaje, de la otra. En fin, hay mucho en un film muy rico. A mí me pareció sumamente interesante y por demás atractivo. No sé, y aunque es una lectura diferente a la mía, dejo una interpretación que me resultó, asimismo, interesante: https://www.pagina12.com.ar/214998-erase-una-vez-en-holly-eeuu?fbclid=IwAR0SYZM0xBUFIshWchkHIUSr0egpMel8zprtpaGmBrIGCY-yBIgOVGmxtf4
A mi la de erase una vez en hollywood me recordo mucho amor a quemarropa por las muchas referencias que hace el director a peliculas antiguas, auqnue creo que a veces se pasa un poco, buena critico.