ARGENTINA, ARGENTINA
Argentina, 1985 (Argentina, 2022). Esa duplicación puede leerse en cualquier catálogo que cobije esta película, aunque solo sea curiosamente familiar para nosotros, argentinos. Una ubicación de tiempo y lugar (como la que suele usarse como cartel inicial para ubicar al espectador) convertida en improbable título. Unidad de lugar y distancia temporal, pues: 1985 – 2022, pero también 1985 / 2022. Los casi 40 años transcurridos y lo que separa este presente de ese pasado. Todo se juega ahí, cinematográfica y políticamente, en esta Argentina.
“Mitre’s latest can be described as an effectively utilitarian piece of cinema that exists to preserve the historical memory of his homeland”, dice una crítica extranjera, que parece resumir todo aquello que Mariano Llinás condenaba bajo el fantasma del “Cine Nacional” y sus mandatos, en un artículo-manifiesto de Revista de cine. Ironía del destino: Llinás es el coguionista de Argentina, 1985, una película nacional (basta ver el fervor del público, que parece corear el título como canción de cancha), populista (con su uso de formas y géneros consagrados, que convierten en héroe de crowdpleaser a un poco carismático fiscal y un juicio de lesa humanidad), y “necesaria” (algo en que coinciden todas las reseñas –e incluso las críticas, por derecha e izquierda). Ciertamente esta película tiene destino de clásico escolar, aunque se acerque más a La noche de los lápices que a El santo de la espada.
Este inesperado éxito no lo es tanto, por varias razones. En principio, la ficción siempre logra más público que el documental: No es solo que nadie lloraría escuchando el alegato final de Strassera (que ciertamente no actuó tan bien como Ricardo Darín, que hace emocionar hasta a los jueces), sino que esas imágenes casi no fueron vistas, como para que palidezcan al ser traídas a cuento. Por ejemplo: Mitre no se detiene sobre la glacial mirada de Videla sobre la galería de gente que aplaudía y gritaba al final del alegato, y mucho menos pretende evocar la forma (¿amenazante, extrañada?) de ese gesto. Le alcanza con ponerle música incidental a la escena, sin ningún pudor, como las reglas del género mandan. Sin embargo, en esta Argentina, 1985 no hay tanto drama judicial (con sus cruces entre fiscales y defensores) como comedia –dramática, claro– y buddy movie (con “Strasserita” –el hijo adolescente del fiscal– brillando más que Moreno Ocampo).
Aunque se demore largamente en ese más famoso que recordado alegato final, la película prefiere los pasillos del palacio de justicia o la vida doméstica del fiscal. Y no se trata tanto de que este primigenio juicio oral no haya sido a su modo “espectacular” (hubo chisporroteos varios en la sala de audiencias), sino de que aquí no deje de ser un decorado para una estrella de cine representando el drama del hombre ordinario en situación extraordinaria. El género es un traje lustroso, pero también una camisa de fuerza, del mismo modo en que el humor sirve de alivio cómico aunque por momentos esté notoriamente fuera de lugar (tanto como los baldes de pochoclo que se ven –y escuchan– en todas las funciones), sobre todo cuando la tragedia es evocada en primer plano.
Esa es una marca que Mitre y Llinás no abandonan casi nunca en su ya habitual colaboración, sabedores de que la época –nuestra época– no quiere tomarse nada demasiado en serio (la previa Pequeña flor podría ser también leída como una suerte de manifiesto sobre la necesidad de “evasión”). En Argentina, 1985 hay más miedo a la solemnidad que al desborde, incluido el sentimental. Pero la película es tan autoconsciente (o temerosa) que siempre se adelanta a mostrar su juego, como en la escena en que Strassera ve al público aburriéndose con los peritos, antes de pasar a la emoción de los testimonios (que la cámara de Mitre registra de cerca y de frente, a diferencia del frío registro original, que solo dejaba adivinar con suerte algún perfil), mientras dosifica sus gracias para hacernos tolerable el mal (trago).
La película misma hace su histriónica defensa: alega, impreca, rebate. La única buscada complicidad es con el espectador. Los culpables están tan claros que no hay mucho lugar para otra cosa, salvo echar un manto de piedad sobre personajes no necesariamente secundarios (como el mismísimo Alfonsín, aunque repetidamente se alude a presiones políticas). De hecho el verdadero personaje clave solo aparece en un par de escenas (una, central, por teléfono): es la madre de Moreno Ocampo, que pasa de ir a misa con Videla a conmoverse con el testimonio de un parto clandestino. Ya veremos los múltiples problemas de esta cuestión. Pero digamos que ese giro abrupto se parece demasiado al del personaje de Norma Aleandro en La historia oficial (estrenada en ese evocado 1985). También el fiscal mismo protagoniza su propia redención catártica, asumiendo que no fue un héroe durante la dictadura (y acaso tampoco después del juicio).
Argentina, 1985 va introduciendo eficazmente estas idas y vueltas (dejando en sombras al presidente de la nación y puteando a su ministro del interior, por ejemplo), sin querer resolver todas las contradicciones (aunque a veces da la impresión de que la película busca un equilibrio imposible, salvo en los momentos en que se juega –como sus protagonistas– por una inequívoca posición frente a la ya entonces en boga “teoría de los dos demonios”). Pero aunque a pesar de la complejidad de la trama se demora en explicaciones varias sobre los pormenores del juicio, parece pasar por alto (o no aclarar, ni cuando se ven las cámaras en la sala) que no fue transmitido por radio y TV, un elemento esencial para entender no solo ese milagro de 1985 (a pesar de lo borroso de su recuerdo) sino este éxito de 2022 (que pone en escena lo que entonces fue una función casi privada).
Pues no es solo que el público joven desconozca esas imágenes, sino que tampoco entonces pudieron verse –más que sin audio– durante el mismo juicio, ni en los años siguientes (de hecho fueron resguardadas en una bóveda europea por miedo a que también ellas fueran desaparecidas). Y pocos las vieron cuando finalmente empezaron a circular, mucho tiempo después, en los años 90, cuando ya a casi nadie parecía importarle el pasado, y el juicio había sido borrado con el codo por las leyes de obediencia debida y punto final del gobierno radical primero, y el indulto menemista después. Podría decirse entonces que Argentina, 1985 logra el mismo efecto que tuvo La noche de los lápices (sobre todo en su exitoso pase televisivo post leyes de impunidad): darle visibilidad a lo que no lo había tenido. Pero si la dictadura no dejó imágenes de sus crímenes, la democracia las ocultó (Carlos Somigliana, dramaturgo y ayudante de Strassera, preparó un programa especial sobre el juicio que nunca fue emitido, y no solo por culpa del hijo de puta de Troccoli).
Nada de esto se menciona en la película. Por el contrario, se alienta el equívoco sobre la asordinada difusión de esos testimonios, como cuando la madre de Moreno Ocampo le cuenta que se sintió tocada por la impactante declaración de Adriana Calvo: como dejó claro la escena de los peritos, nadie se emociona con un burocrático informe periodístico (que era lo único permitido entonces). Y tanto la dictadura como el alfonsinismo temían de no muy distinto modo a la difusión directa de esa palabra pública. Hay que recordar la centralidad que tuvo desde entonces el género testimonial, del renacido documental a ficciones como La historia oficial, una de cuyas escenas más recordadas es el relato en primera persona del personaje de Chunchuna Villafañe (que bien podría evocar a una testimoniante del juicio de ese mismo año), en oposición a la amiga “facha” de la protagonista (“facho” es otro termino que Argentina, 1985 va haciendo perder valor cuando lo vuelve chiste demasiado repetido).
La referencia a todo este cine de los 80 (antes demonizado) es explícita cuando vemos a Alejo Garcia Pintos (encarnando aquí a uno de los jueces) escuchar el testimonio de Pablo Diaz (a quien representó en La noche de los lápices). Y basta sumar a Darín, tribunales, dictadura y humor para asumir la evidente deuda con El secreto de sus ojos (Francella podría haber encarnado tranquilamente a Somigliana). Tal vez haya en esto una diferencia de criterio ciematográfico: Llinas y Mitre acaso sean como Strassera y Moreno Ocampo, dos generaciones con perspectivas diferentes sobre cómo proceder. Pero también son muy distintos los guiones de Secuestro y muerte o Azor, así como es distinto al NCA el cine de una generación joven que vuelve a dialogar con el pasado. Pasamos así de la burlona De cómo Oliveira perdió a Achala, uno de los cortos de Historias breves, a este homenaje al director de No habrá más penas ni olvido (incluido su humor antiperonista…).
Argentina, 1985 podría ser casi una película de los 80, salvo porque ese humor lo permite la conexión entre aquel juicio y los que se volvieron a hacer con el nuevo siglo y nuevo gobierno (que no mencionan por su nombre los carteles finales), sin los cuales no podría haber final con canción de Charly García. Pero esas películas hablaban del presente o el pasado reciente, mientras que aquí y en otras (como Rojo) la actualidad está difuminada, entre líneas. El cine argentino vuelve a interesarse por la Historia (aunque Mitre se cubra diciendo que esta es una película sobre la democracia y no “otra película sobre la dictadura”), pero le sigue costando hablar directamente de sus condiciones de producción. Argentina, 1985 usa su propio título como excusa historicista, pero nadie escapa de esa implícita fecha entre paréntesis que marca su presente. Por eso no pueden dejar de resonarnos con fuerza inusitada las palabras con que Moreno Ocampo, frente al periodista mediático Neustadt (señalado como el “ministro de propaganda de la dictadura”), resume los acuerdos básicos de la democracia en la generalizada condena de la “violencia política”.
Escribe por estos días Alejandro Kaufman: “El proyecto político de la derecha es realizar el programa del terrorismo de estado del 76 por medios legales. Rectificar lo que la dictadura «hizo mal», y consumar sus propósitos de manera «legítima». Eso es lo que están haciendo y no otra cosa en absoluto”. Y sin embargo nadie parece verlo, aunque esta vez se lo haga a todas horas por todos los canales. O acaso por eso mismo. “El horror que vuelve, vuelve de nuevas maneras, no reconocidas, nunca puede presentarse de modo obvio y transparente sino bajo la forma en que pueda ser aceptado, consentido y aun deseado”, dice Kaufman.
Del mismo modo vuelve el lenguaje de la dictadura por todos los medios, cuando dan alegremente voz a términos como “zurdos”, que en los 80 eran inequívocamente fachos. Hasta en los carteles iniciales de la insospechable Argentina, 1985 se dice que la dictadura creía haber ganado una “guerra contra la subversión”, pero no usa esa expresión entre comillas… Tal vez por eso la película no parece percibir otros desplazamientos, como cuando elude el “yo lo sigo queriendo a Videla” con que la verdadera madre de Moreno Ocampo antecedió su aceptación de que su compañero de misas debía estar preso. La película prefiere quedarse con el dialogo distorsionado de esa escena, en vez de la previa que establecía como los fiscales nunca iban a poder (ni debería ser su objetivo) convencer a esa clase de personas (o personas de esa clase) de cambiar su posición. Apostando así por una racionalidad política que es hoy más ingenua aun que en 1985, cuando todavía se negaban abiertamente las desapariciones y no se relativizaba su número.
Esa apelación racionalista (por la vía paradójica de una emoción que siempre impone su signo) no es privativa de Argentina, 1985. Un politólogo tuiteaba hace unos días: “Una parte de la gesta político cultural de los años 80 fue lograr que personajes que decían «algo habrán hecho» terminaran conmovidos por el drama de los desaparecidos. Hoy, la dinámica tóxica de la política argentina parece cerrar las posibilidades de esos desplazamientos”. A lo que le respondieron, con más realismo político: “Los que decían «algo habrán hecho», pasaron a decir «no sabía» y ahora dicen «no fueron 30.000». Que alguien finja conmoverse cuando cambia el discurso habilitado socialmente no significa transformación”. Del mismo modo, el problema no es que la madre de Moreno Ocampo se emocione (al igual que lo puede hacer un espectador que luego pida “bala” a la salida, como la subsiguientemente procesista, menemista y macrista Susana Giménez), sino de que esa buena señora fue cómplice de la “dictadura oligárquico financiera y multinacional”, para usar las palabras con que Fogwill definía un fenómeno que no había comenzado con la dictadura ni acabado con ella.
Decía tempranamente Fogwill en sus textos de 1984 sobre la “herencia” del Proceso, recogidos luego en Los libros de la guerra: “Ejecutada una fuerte redistribución de riqueza, redistribuido, mediante el ejercicio del terror, el poder de las armas y de las organizaciones, el Estado argentino necesita ahora un impasse en el que imperen el respeto, la tolerancia, la convivencia, y sobre todo las «garantías», para que el saldo positivo de la distribución de la riqueza y el poder se conserve en el nivel actual”. Podría haber sido escrito hoy mismo. “En una lectura extrema, el formalismo radical no es sino la legitimación de un orden social construido sobre el delirio y el terror”, señalaba Fogwill en relación a los trajes republicanos que encubrían a los poderes que habían salido vencedores de la dictadura. Y no se cansó de recordar que hablar solo de “dictadura militar” fue una de las persistentes herencias culturales del Proceso (hasta en La historia oficial se hablaba de la complicidad civil, luego elidida hasta en las películas). También la condena de toda «violencia» no deja de ser otra herencia del Proceso: como decía Eduardo Gruner, “nunca más” puede ser leído como una promesa o una amenaza…
En su increíble alegato (no incluido en la película) el Almirante Massera planteaba que en aquel juicio “los vencedores son juzgados por los vencidos”, repitiendo el relato de la batalla cultural perdida, que la derecha no ha dejado de repetir desde entonces (argumento globalizado hoy, cuando se habla un “marxismo cultural” que sería curiosamente dominante en este mundo pancapitalista). Los fachos de 2022 podrán decir que Argentina, 1985 da cuenta de ese discurso, aunque el emocionante mainstream nos ayude (con su alivio catártico) a transitar la asumida vida de derecha. Pues no se trata de que las clases medias hayan apoyado golpes militares y ya no lo hagan (como sugiere esperanzadoramente la película), sino de que ese fascismo nunca se extinguió: solo ha ido mutando, en 1955, 1975, 1985, 1995, 2015… Habrá que ver si el cine argentino se va aproximando (y animando) a ese porvenir.
Nicolás Prividera / Copyleft 2022
¿Me parece a mí o es una reseña tirando a positiva?
Como dijo el poeta, «en el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira».
Hola Nicolás, podrias comentar a que otros sectores/poderes/personas te referís en cuanto a causantes de no haberse emitido el programa que realizó Somigliana sibre el Juicio? Muchas gracias.
Todas las vicisitudes de la no transmisión del juicio se cuentan en este libro (y hay artículos hallables por internet):
Feld, Claudia, Del estrado a la pantalla: las imágenes del juicio a los ex comandantes en Argentina, Siglo XXI, Madrid, 2002
Mucha gracias!
Sin dudas
Pareciera, pasa que es mas un ensayo sociológico que una crítica de cine
La sección se llama «ensayo»…. Y el cine es un hecho social, como es evidente en este caso. También la crítica o lo que bajo ese nombre se ha escrito sobre la película.
genial la nota NP. argentina, argentina, argentina. no me deja agregar foto pero justo hace poco encontré un libro de propaganda «Argentina 1978» de la previa del mundial, impreso en el mejor papel ilustración y con tapa plateada. argentinos siempre derechos y humanos…
Es que en el recuerdo siempre somos mejores de lo que fuimos… Por eso hay que ir a los archivos. O a la literatura. Fogwill es el autor mas lúcido para estas cuestiones, novelas y cuentos incluidos.
Brillante y filoso, no puede ser de otro modo, Prividera.
Acomodando los tantos; muy muy bueno, gracias Nicolás Prividera.
Buena crítica.
Tremendo. Gracias, Nicolás!
Dejo una nota para continuar el debate «A propósito de “Argentina, 1985”, el cine independiente y la independencia política» en https://prensaobrera.com/opinion/a-proposito-de-argentina-1985-el-cine-independiente-y-la-independencia-politica?fbclid=IwAR2gQDhM0Bzox-lkUNSs5_AD8DXsYwjydKojaih53Ks5g2-NJeU3nfuk0jA
Brillante comentario. Saber que la escena de la reconversión de la madre del ayudante del fiscal nunca pudo haber pasado en la realidad tal cuál aparece en la película me hace apreciar y querer más este a artefacto narrativo. Argentina, 1985 es una carta de amor hacia la ficción.
Bueno, justamente ese es uno de los problemas de la película que está desarrollando el ensayo. Invocar amor incondicional a la ficción no ayuda a pensar el viejo problema que plantea todo pasaje de un hecho real, histórico – además uno tan documentado como la dictadura genocida- hacia el terreno ficcional, lo que debería conllevar la responsabilidad y las consecuencias de cada decisión. Dicha operación política reclama otro tipo de relación con los hechos que ficcionar la anécdota que te contó una tía o un hecho cualquiera que se pudiera imaginar. Porque no todo es lo mismo.
Estoy de acuerdo que es un problema. Pero es un problema que la película no esconde, al menos no totalmente. Creo que da las pistas suficientes para que el espectador haga su tarea. Mi hipótesis es que la película apuesta y es consciente que la verdad subjetiva tiene estructura de ficción. Es un problema de acuerdo, pero la película no lo cierra sino que lo abre.
Uh, vamos a entrar en la melange del subjetivismo. No veo nada de lo que planteas en la película. Lo que muestra es al personaje de la madre de Moreno Ocampo adoptando finalmente una posición feliz y tranquilizadora.
Esa escena es crucial porque escenifica la transformación de un personaje gracias al RELATO de los horrores. Y es interesante que ese relato no se haya podido producir en la realidad de ese momento pero sí en la ficción. Ese personaje se ve trastocado por el relato (la ficción). Ese es el objetivo de toda ficción trastocar al espectador.
No tiene nada que ver con el subjetivismo sino con la función principal del arte tal y como la articula Gadamer: «“Lo que realmente se experimenta en una obra de arte, aquello hacia lo que uno se polariza en ella, es más bien en qué medida es verdadera; esto es, hasta qué punto uno conoce y reconoce en ella algo, y en ese algo a sí mismo” (1999: 158).»
Otra cosa es considerar banal o efectista esa escena, que podría ser. Pero como demuestra este artículo de Nicolás la película da que pensar y permite problematizar las formas cinematográficas.
Pablo, entiendo lo que decís. Después, sugiero una relectura del texto y tal vez un visionado no ingenuo de la película, intentando no hacer la increíble operación de obviar las implicancias políticas de las decisiones formales.
También entiendo lo que señalas sólo que no creo que la película sea ingenua en sus decisiones formales. La «prueba» es que la película (¿A pesar suyo?) ha generado el texto del que partimos y nuestra sana discusión. Apuesta por una forma de entender el cine y el relato, que no es la de Godard ni la de Farocki, sino la de los autores. Una forma de entender el relato que, desde ya, es una forma de posicionarse políticamente.
Renuncio
ADDENDA: Revisando algunas escenas, creo que ña película por momentos roza lo que más parece querer evitar: la “teoría de los dos demonios”. Por ejemplo, cuando conserva estas equívocas palabras de Strassera en su alegato: «Los guerrilleros secuestraban, torturaban y mataban. ¿Y qué hizo el Estado para combatirlos? Secuestrar, torturar y matar en una escala infinitamente mayor y, lo que es más grave, al margen del orden jurídico instalado por él mismo». Ese recurso retórico de conceder para luego atacar podía entenderse en 1985, pero no en 2022: no se trata solo de una diferencia cuantitativa entre guerrilla y represión estatal, sino cualitativa (la guerrilla no usó sistematicamente ninguno de esos métodos, y de ningún modo “torturó”). Fue la defensa la que tenía como estrategia vincular a los declarantes con la guerrilla (cuando los desaparecidos en su gran mayoría no tenían participación en ella), tanto que uno de los declarantes dijo que le hacían las mismas preguntas que sus verdugos. Nada de esto queda claro, aunque fue la base de la (luego criticada) actitud de la defensa, al no hacer referencia a la militancia de las víctimas.
Nico: presté atención minuto a minuto sobre ese tema desde la primera vez que la vi. Es cierto lo que decís, pero es el alegato; en el film el razonamiento de S viene de antes en el desarrollo narrativo; el matiz que señalàs está en la forma de argumentación que dejan intacto; justamente la película llega hasta ahí con algún que otro señalamiento que toma distancia sobre ese momento en el que se transcribe lo que dijo el propio S y que tiene un empleo retórico. Lo otro que decís está por fuera de la película. ¿Debería haber sido más explícita? No lo sé. Yo intenté trabajar sobre los fragmentos en lo que el tema aparece y no veo en ningún momento que la película pueda abrir esa lectura. R
No, no está por fuera. Lo que si queda afuera es la estrategia de la defensa y la fiscalia sobre el tema, lo que lo hace mas confuso aun. ¿Adriana Calvo era guerrillera? Nadie explica que esa pregunta o afirmación sea improcedente en ese contexto, pero menos aun que la mayoria de las victimas no esraban ni en la lucha armada. La «inocencia» es todo un problema en la peliucla (de hecho el trailer cita como de strseera una frase de Massera). Demasiado descuido sobre algo central. Lo que pasa es que el marco general de la pelicula deja clara su «condena». Pero eso no resuelve el problema. Que nadie parece ver o querer ver. Tal vez porque la película misma es ya un hecho político.
Cuando pueda verla de nuevo y tomar notas precisas podré argumentar más. No sé si acá, en otra nota, o en el tercer tomo…
«la (luego criticada) actitud de la fiscalía», quise decir. La defensa buscaba «culpabizar» a las victimas todo el tiempo. La película no lo muestra.Y esto no es solo un tema de si aparece o no un personaje, es esencial al juicio.
Excelente nota Nicolás. Si no entendí mal lo que le reprochás a la película es de enmascarar con la catarsis «mainstream» la repetición de lo real del fascismo que constituye el antagonismo actual. Creo que es una observación válida y «necesaria». Pero por otro lado me pregunto a qué se debe tal repetición. Como decía Benjamin «cada emergencia del fascismo es una oportunidad perdida de revolución». Me parece que no es suficiente señalar la repetición sino también dar cuenta de las condiciones históricas de esas repeticiones: los fracasos de las políticas redistributivas y de la izquierda. En ese sentido Argentina 1985 puede ser la base de un consenso.
Me interesó mucho el artículo (es el mejor que leí sobre la película). No obstante, creo que el paradójico o irónico regreso del nuevo cine al viejo cine es una linda ficción –un cuento crítico atractivo, uno que nos gusta escuchar– pero no es más que eso. No se trata de Llinás y Mitre haciendo lo que en los 80 hacían Olivera, Ayala o Puenzo. En las decisiones que toman Llinás y Mitre gravita un elemento clave: las plataformas, en este caso Amazon Prime, que responden a un interés global y no nacional. Esto es clave –el tipo de producto audiovisual que demandan esas plataformas: las mercancías cuya producción propician y exigen– para ponderar el tipo de ficción histórica que realizaron Mitre y Llinás (y no un modelo que se busca en el cine argentino de los 80). Creo que ese dato y la proliferación de series o películas sobre casos reales deben ser considerados para pensar esta ficción –las decisiones tomadas respecto del material histórico con el que trabajan– , y abandonar el atractivo o la curiosidad de un nuevo cine que, finalmente, recupera y revitaliza aquello a lo que se oponía.
El problema es que ya no hay base para ese consenso… Me parece que ese es el paradojico éxito de la película. Y sin contar con los que lloran por Alfonsín y van a sostener a la derecha, como los radicales.
La izquierda tambien es responsable, claro. Pero porque la socialdemocracia no supo cómo responder al neoliberalismo. Las políticas redistributivas siguen sin aplicarse. Y como la democracia no se come ni se cura ni se educa, menos en el capitalismo salvaje.
La película solo refleja lo que queremos (ver y ser), no lo que es.
Creo que la base para un consenso hay que construirla, como intenta hacer Argentina 1985, con sus aciertos y falencias. Vos decís que la película solo refleja lo que queremos ver y no lo que es. Pero hoy los que quieren «reflejar» lo que es (el realismo capitalista) con antagonismos irreductibles son los cineasta de derecha como Tarantino. Entiendo que el diálogo y la construcción del lugar común (un lugar que podemos compartir) puede repugnar. Aún así, me parece que hay que valorar el intento de Mitre y Llinás que amplía el horizonte de lo posible. Bah, al menos para mí.
Argentina 1985 es una película. La película del consenso, en varios sentidos. No sé si amplía el horizonte de lo posible… Más biuen marca sus limites.
No es asi. Amazon entró al proyecto con el guión ya escrito. La historia oficial fue al Óscar sin plataforma. El diálogo es con los padres antes despreciados. Incluyendo a «Campanchella».
En ningún momento me referí a cuándo Amazon se interesó en el proyecto: lo relevante para mí es que se haya interesado. Hago énfasis en otro diálogo, uno que me parece fundamental para ubicar la película en la contemporaneidad a la que pertenece. Se trata tan solo de considerar un dato clave que, por ejemplo, determinó su exhibición en cines de la Argentina.
Determinó sus problemas de exhibición… Igual fue un éxito. Y eso no se explica por la plataforma ni la moda del true crime. Claramente va por otro lado. De hecho muchos de los chistes son intraducibles.
¿Y los padres de eso «padres antes despreciados» son John Ford y compañía (el bien/mal llamado cine clásico?
Esa es la habitual lectura, perezosa pero no inocente, que no hace mas que diluir influencias (todo es «fordiano») para evadir la conexión local. Pero acá hay mas héctor olivera que frank capra…
¿cómo ven esta película afuera? no llego a seguirla como uruguayo, con mis camellos en el corán.
-la sigo, pero algo falla-
en la tele no sólo hablaban tróccoli o neustadt, supongo. no debería quedar fuera la historia oficial, como usted señala, prividera.
acá existió la infamia de la ley de caducidad y el viejito inofensivo que vive a 8 cuadras es el coronel rama. capaz se murió. por otra parte, se perdona en exceso a los teléfonos. de los teléfonos a la conversación.
hiede a ceferino reato, hiede a yoffre. con todo respeto.
precisaría verla más como extranjero, admito.
como a judgment at nuremberg.
-¿un episodio de la ley y el orden?-
(la socialdemocracia no supo responder…)
un saludo.
f
Si Uruguay es “afuera”…
A la infamia de la ley de caducidad se le sumó la infamia mayor de refrendarla en plesbicito.
Y sobre esa decisión lamentable se puede ver Unas preguntas, de Kristina Konrad.
gracias por la recomendación de Unas preguntas, RK.
el Uruguay es afuera, quizá como afuera es el interior uruguayo para los montevideanos, NP. hay un afuera mayor en el afuera. lo enfatizaba, asimismo, por los viajes afuera de capital, en la película; al mapa con que ilustra la entrada.
«si el enemigo vence, ni siquiera los muertos estarán a salvo…», escribió también benjamin.
volví a ver el testimonio de adriana calvo de laborde (completo?). me parece que lo que usted, NP, dice sobre la película: que expone los límites del consenso -y el desacuerdo -hoy-: es muy certero y puede relacionarse a las decisiones que toman llinás y mitre en la ficcionalización o condensación en clave courtroom drama de ese testimonio y en las palabras devueltas en el alegato ficcionalizado de strassera: la elección del discurso representable. palabras contra las que estamos inmunizados? es locuaz sobre las condiciones de producción de la película -y la recepción, que fue lo que me inquietó, creo, como a usted. -y cuervo, siempre lúcido, plantea, en otra entrada, que la película propicia el debate.
irrebatible: «no pidas consejo a los Elfos, pues te dirán a un mismo tiempo que sí y que no», decía frodo.
y menos cerca de la realidad, recuerdo un libro sobre la sexualidad en china, tras la invasión mongol. estableciendo
mérito y deméritos, un debe y un haber, un saldo moral en las conductas sexuales chinas: perdías puntos si visitabas prostitutas, y más puntos si te enamorabas de una prostituta, y el saldo era negativo y ya no había vuelta si te enamorabas de esa prostituta, salvo
que hubiesen sido amantes en otra vida,
entonces el demérito decrecía y los méritos se acrecentaban.
a lo que iba o voy: siguiendo a cuervo, qué es una gran película? pareciera que algunos estamos tratando de medir la abyección y columbrar la miseria hasta aquello que decía onetti tomando la voz de diaz grey en para una tumba sin nombre: «le perdoné el fracaso».
gracias y saludos,
f
Un colega retuiteó comentarios indignados del diputado Fernando Iglesias sobre la película. Eso me llevó a ver otros comentarios, de gente que le responde a dicho diputado:… «En cuanto aparece Carloto y los 30000 me arrepentí de verla»… «Deja sabor a poco y conforma mucho al zurdismo»… etc. Sé que no es recomendable leer o escuchar a cierta gente en las redes sociales o en TV, pero la realidad es que gente que piensa así (y actúa en consecuencia) existe. Por eso me parece importante, respecto a la película de Mitre-Llinás-Darín, analizarla críticamente y hacerle las objeciones que uno considere pertinentes sin dejar de celebrarla como un pequeño-gran acontecimiento, si se piensa que logró reimplantar en la sociedad argentina el recuerdo de los horrores de la dictadura y la importancia que tiene el hecho de que sus responsables hayan sido juzgados sin trampas y en democracia, logrando empatizar con la gente que en las salas, en todas las funciones (por lo que pude ver y por lo que sé), aplaude y se siente partícipe de esa(s) historia(s) (desde ya, no creo que el mencionado diputado la haya visto en una sala de cine, con gente emocionándose y aplaudiendo alrededor). Yo escribí sobre la película y sobre los posibles motivos de su éxito, así que no me voy a explayar acá, pero me parece interesante destacar que, por encima de sus defectos, ARGENTINA 1985 logra generar consenso sobre temas puntuales (y no es algo extra cinematográfico, ya que seguramente gracias a su estructura de thriller de juicio digamos clásico, con humor incluido, y la elección de sus actores, logra esa empatía con los espectadores), más allá de la gente gente dispuesta a odiar y a dividir, que existe y tiene su peso, en el Congreso, en las redes, en los medios de comunicación o a la vuelta de la esquina. Mientras tanto, llama la atención el silencio de algunos sitios realizados por jóvenes que suelen participar en foros y tienen un espacio privilegiado en festivales como representantes de la «nueva crítica». Sería bueno saber qué piensan ellos, de la película y de las discusiones que genera.
Ser una película del consenso y de los límites del consenso: dialécticamente no podría ser de otra manera. Toda determinación es negación y manifestar una negación impulsa a suprimirla conservandola en una unidad superadora. Dialéctica en su máxima exquisitez. Mostrar los límites del consenso en Argentina 2022 es un paso necesario para su expansión. Claro que hay una diferencia abismal entre quienes concuerdan en el inmenso avance histórico que significó condenar a los dictadores con procedimientos jurídicos, más allá de todas las diferencias políticas que puede contener este consenso, y los sectores negacionistas y nostálgicos de la dictadura. Argentina 1985 produce un público (un pueblo?) que se manifiesta por el estado de derecho y la democracia en un contexto intoxicado por el negacionismo. Se me ocurren pocas películas políticas que a la vez redupliquen un nuevo hecho político. Es una buena noticia salvo para los enamorados del fracaso perpetuo.
El problema es precisamente el lugar del «pueblo», en 1985 y hoy… No se trata de los dictadores (he ahi el consenso) sino de las «víctimas». Pero no es tan extraño ese retorno si estamos a las puertas de un neonoventismo, que quiere reimplantar un consenso sobre la represion, pasada y futura.
No creo que la película reimplante un consenso sobre la represión futura. No encuentro ningún elemento en ese sentido. Las expresiones del público aplaudiendo la condena a los genocidas son genuinas y no hay por qué teñirlas de sospechas. La virtud de la película es que hace emerger esas posiciones que los medios masivos intentan hacernos creer que ya no existen. Por eso, más allá de esta o aquella objeción, está película sobre la política tiene una lectura actual y no sólo melancólica. No es No intenso agora. Precisamente las reacciones.del.publico -incluso los negacionistas, en franca desventaja respecto a esta pelicula- son la constitución en acto de una colectividad que se expresa públicamente. Afortunadamente hemos presenciado que eso.sucedió en las salas y la celebración de la condena a los genocidas es un acto político en si mismo, no depende de que después sea confirmado en otra instancia. Son personas reales y aplausos reales
De ahí la ira de los Iglesias y los Quintines, irá también real. Ellos no esperaban la reafirmacion de la condena a los criminales de estado. Sintonizaban con Revolución Federal y se encontraron con Estela de Carlotto y Víctor Basterra. No es la película definitiva sobre la dictadura ni sobre la democracia pero es una prueba de que un cine genuinamente político es.posible. Punto a favor de Mitre y Llinas. Ahora en las plataformas será operada por los trolls, porque ese es su (no) espacio.
No dije eso…
Lo que digo, entre otras cosas, es que la reafirmacion de la condena a los criminales de estado no impedirá a los que se conmueven, como la madre de MO en la película, de luego votar a la derecha.Ahi -y en otras zonas confusas- es donde 2022 choca con 1985.
Parafraseando a la película, «si tenemos que convencer a las personas como tu mamá estamos fritos», sobre todo porque no estamos en 1985 (año y film)
No estamos en 1985. En 2022, como la película misma se encarga de señalar, los condenados por el terrorismo de estado son muchos más que dos y, más allá de los flujos y reflujos electorales, Argentina «recobró el derecho
de una nación de mirarse a la cara» (JLG) a pesar de los deseos de Troccoli y el propio Alfonsín de condenar a solo una parte de las cúpulas e incluso absolver a algunos de ellos (en la película Strassera vive el resultado de las condenas como una derrota hasta que el hijo le recuerda: «papá, ¡pusiste en cana a Videla!»), a pesar de la obediencia debida y el punto final (que ya estaban previstos en el diseño político previo del equipo de asesores jurídicos de Alfonsín, algo que tanto les duele que se señale a los radicales de hoy), a pesar de los indultos de Menem, como dice la película, los juicios se reanudaron en 2003 y en el presente, aún con este esperpento judicial que tenemos, hay varios centenares de terroristas de estado condenados y otros tantos en juicio: el video de Troccoli y el indulto de Menem fueron nototriamente ineficaces para «disminuir los daños». Nada, ni la corte abyecta de macri pudo detener los juicios y la movilización popular logró voltear en un par de días el infame dictamen de la conmutación de las penas del 2 x 1 intentado por el residuo dictatorial. La película misma se encarga de remarcar que la historia no terminó con las absoluciones deseadas por la derecha radical y los juicios, con sus zigzagueos, siguen hasta hoy. No estamos en 1985, pero una de las virtudes de la película consiste justamente en desidealizar 1985, cuando todo estaba por hacerse y mucho quedó sin hacer. 40 años después no nos han vencido. Solo una melancolía insanable puede postular que en 1985 estábamos mejor, ignorando la asombrosa persistencia de un movimiento colectivo indetenible. No estamos fritos: la película de dos insospechables de ingenuidad como Mitre y Llinás logra recordar la continuidad de la lucha y convoca a multitudes que aplauden la condena al terrorismo de estado, en contraste con el nihilismo que se propaga desde los sectores sociales dominantes (mentores de las dictaduras, aún impunes). La lucha no es un simulacro sino un acontecimiento real y bien hacen Mitre y Llinás en recordar que no abundan ejemplos de esta continuidad estratégica en la historia mundial. La madre de Moreno Ocampo puede ser un recurso narrativo al que se le otorga un énfasis forzado pero fritos no estamos. También se podría haber declarado la derrota y la melancolía con los indultos de Menem. Pero 40 años después la nave va. (A menos que uno desee pensar que no va más, como dice Fillipelli). Esto no depende ni siquiera de un resultado electoral: predecir derrotas es una buena manera de darse por vencido.
Seguis sin entender lo que digo… La pelicula no remarca nada, todo eso que decís viene después del «fin», Pero (nada?) curiosamente «1985» podr{ia haber sido hecha en 1985… Salvo por el detalle (que la película tregiversa) de que el juicio no se transmitió. Por eso (y no solo por los 40 años) hay quienes parecen descubir la historia recién ahora. No diria que es ingenuidad en ningun caso. La nave va… Veremos adonde. Las multitudes hoy aplauden una cosa y mañana otra (ninguna novedad, está en el Julio Cesar de Shakespeare). La lucha no es un simulacro, pero (en) el cine no alcanza. Por lo pronto el que parece predecir su derrota es el propio gobierno. Quien filmará «2023»?
Vos no entendés lo que decís. El cine político viene después del «fin», excepto que vos querés dar por terminada la historia antes de empezarla. Al final Mitre y Llinás quedaron a tu izquierda, quién diría.
Lo ue viene después del «fin» es la politica a secas, pero si crees lo contrario se entiende que ye hayas vuelto el mayor fan de «1985» luego de haberla criticado sin verla.
Sin entrar en detalles, lo que define la película, es que es «necesaria», y la gran actuación (como siempre), de Ricardo Darín.
Es fundamental centrarse en lo que es la película, en sí, simple, superficial, con la época bien recreada y su banda musical (aburre ver a todos fumando, ese recurso ya está agotado), ecléctica, (no es un biopic del fiscal, no es documental, no es ficción); y el impacto que tiene por los hechos representados y cuidadosamente seleccionados, en la sociedad, para los que lo vivimos y para todos los que no, y que hoy militan en las (ya no recuerdo cuantas) asociaciones y organizaciones de derechos humanos creadas por los gobiernos kirchneristas.
Imprescindible, destacar que JUDICIALMENTE no aclara ni aporta nada de nada, lo cual es descartar el 90% de la importancia y lo extraordinario del juicio, Y que no fue transmitido, cuestión entendible, dada la precariedad de la recuperada democracia, pero que la película omite, entiendo, para conseguir dramatismo. Yo seguía las audiencias a través de las publicaciones de «El diario del Juicio»; previa lectura de la publicación, «Nunca más», producto de la labor de la CONADEP.
La película destaca el discurso nacido en esos años de «los dos demonios», plataforma que sirvió para absolver socialmente a algunos y condenar a otros, pero NADA DESTACA DE LA VALENTÍA de don Raúl Alfonsín, único dirigente que no asistió a la asunción de Menéndez en Malvinas y que aún bajo gobierno de facto, denunció el pacto militar-sindical. EL héroe o en términos cinematográficos, el antihéroe que alcanza la consagración durante el transcurso del film, es el fiscal, que cumplió dignamente con su trabajo y esto la película lo deja claro. Pero Alfonsín, como presidente de una esperanzada pero frágil democracia, fue quién tomó la decisión política y todos los costes que implicaba, empezando por crear la Comisión y estudiar cómo hacer Justicia.
«organizaciones de derechos humanos creadas por los gobiernos kirchneristas»?? Por solo mencionar lo mas llamativo… He aqui la prueba de que se puede aplaudir la película (e incluso haber vivido la época), y estar perdido, en todo sentido.
o apropiadas por los kirchneristas
Será que ustedes las abandonaron. Y la palabra «apropiada» no sería la idem.