ARTURO A LOS 30
MIENTRAS
Nada podría ser más indeseable que un mundo desprovisto de humor. Reírse es una acción inherente a inteligencia por la cual se advierte un feliz e incómodo desperfecto en los actos. Pueden ser acciones físicas, también actos de lenguaje. Una caída inesperada revela una inadecuación entre el cuerpo y el espacio cercano; una palabra elegida sin precisión indica que el lenguaje puede ser un sistema con fisuras que permite decir lo que no se piensa, decir lo que se piensa diciendo otra cosa o decir sin querer lo que se piensa pero no se debe decir. Según el contexto, la comicidad surge de esas combinaciones, y reírse, rasgo notable de nuestra especie, resultará un alivio, una iluminación, una impugnación.
Lo notable de Arturo a los 30 es que el cineasta Martín Shanly, acá también guionista y protagonista, trabaja con distintos registros con los que se constituye la comedia. Los gags pueden ser físicos o lingüísticos, puede fusionarse o no, pueden estar contenidos en una sola escena o dispersarse a lo largo de varias hasta que la acumulación de una situación que se repite denota el gag en el momento propicio de su maduración. Un buen ejemplo: en el inicio de una secuencia en la que se puede advertir a dos personajes conversando en el cuadro por unos minutos, la escena cambia repentinamente de valencia y produce la carcajada cuando un suspicaz travelling hacia atrás sin corte previo abre el plano y un tercer personaje inadvertido participa de la conversación en silencio. A la película le sobran ingenio y estrategias de esta índole; esa es su inteligencia.
El personaje que interpreta Shanly se define por la inadecuación de lo que se espera de un hombre de 30 años en una sociedad. Arturo no sabe lo que quiere, observa el mundo que lo rodea, constata su perplejidad ante el funcionamiento de las cosas y percibe que su lugar en ese orden social es incierto. Su conciencia se define por un mientras tanto, una distancia fatigosa pero tal vez lúcida. Sucede que la conciencia de Arturo no solo rige el relato (porque el punto de vista es el de él); su conciencia también se escucha. Un diario-historieta introduce las asociaciones del personaje. Eso habilita narrativamente una ruptura con la linealidad del relato. Comienza en marzo de 2020 y termina en abril de ese año con la instalación de todas las reglas conductuales, a veces absurdas y cómicas (e insoportables) de la pandemia.
Que el relato se mueva con el fluir de la conciencia del personaje faculta al cineasta a desarrollar una línea del relato circunscripta a los disparates que inaugura un casamiento en una iglesia y clausura el fin de la fiesta en la casa donde se celebra la unión de la pareja. En ese lapso pasa de todo: hay accidentes, enredos típicos de las películas de casamiento, escenas de amor, todo singularizado por una forma de vida ligada a una clase social pudiente identificada con los habitantes de esa localidad conocida como Nordelta. En los flashbacks, en cambio, sin prescindir de situaciones hilarantes se añade una dimensión social y existencial donde la zozobra que define invisiblemente al personaje adquiera nitidez. El duelo y una ruptura amorosa son los puntos de inflexión de su experiencia.
Todo está bien en Arturo a los 30. Hay escenas indelebles, de las que hacen reír y también llorar. Algunas son evidentes, otras pueden pasar inadvertidas. Entre las mejores, hay una que tiene lugar en un trayecto en auto en el que Arturo y su madre mantienen un diálogo aparentemente insignificante. En ese pasaje resplandece la integridad de los personajes y asimismo de quien está detrás de cámara como autor.
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Arturo a los 30, Argentina, 2023
Dirigida por Martin Shanly.
Escrita por Ana Godoy, Federico Lastra, Victoria Marotta y M. Shanly.
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*Publicado en La Voz del Interior en el mes de octubre.
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Roger Koza / Copyleft 2023
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