ASTERISCO: FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE LGBTIQ 2015 (01): LAS AVENTURAS DE LA DIFERENCIA
Por Roger Koza
Como si el diablo hubiera visitado recientemente los pasillos de una universidad estatal, la inocua puesta en escena de una performance sexual escandaliza por una semana para luego ser devorada por la avidez de novedades periodísticas. En un pasillo del saber la escena escandaliza, en una pantalla led de 55 pulgadas, un plasma de 42 o una vieja televisión, la misma escena o similar, desde las 10 de la noche en adelante, no. Es que el sexo es el principal motor del rating, una constante incitación colectiva de consumo que no tiene límite. Antes de la moral, el deseo, y si es posible administrarlo en función del consumo, todavía mejor. ¿Qué hubiera sucedido si la escena de las chicas del famoso escándalo hubiera sido un fragmento de un filme de un festival de cine que se celebra en la ciudad?
En la segunda edición de Asterisco: Festival Internacional de Cine LGBTIQ se verán escenas de igual y mayor “impacto”. Hay películas de lesbianas, transexuales, homosexuales, y de toda expresión de placer físico y sexual que se desmarque de una obsesión heredada por una vieja tradición metafísica occidental que concibe la sexualidad bajo un concepto binario apoyado en una idea de naturaleza. El gran enemigo conceptual y real de Asterisco es el binarismo naturalista. Nacer con un pito, dos tetas y una vagina no significa un destino, es tan sólo un inicio.
Para todos aquellos legítimos practicantes de la heterosexualidad, es bueno que sepan que no es necesario comulgar con otras formas del deseo para disfrutar y participar del festival. La lógica de la programación de Asterisco no está orientada a la conversión, sino a la exploración en un sentido muy preciso del término. Lo más importante estriba en señalar que, si bien se trata de un festival definido por sus contenidos, su directora artística y sus dos programadores pertenecen al mundo del cine y tienen una experiencia sólida en la materia. Albertina Carri es una cineasta que ha hecho películas tan diferentes y fundamentales como Los rubios y La rabia, entre otras; Diego Trerotola es un reconocido crítico de cine y ha sido programador de los dos festivales más importantes del país, el de Mar del Plata y el BAFICI. ¿Qué decir entonces de Fernando Martín Peña? Fue director del BAFICI por varios años, este año vuelve a dirigir artísticamente el festival de Mar del Plata, es coleccionista, historiador y crítico de cine, acaso un Messi del séptimo arte. En efecto, se trata de una selección cinéfila, y un festival que cuente con jugadores de esta estirpe no sólo reúne películas temáticas, sino que nunca deja de pensar en la forma cinematográfica. Es decir, hay aquí una idea de cine que articula la totalidad de la programación.
En otras palabras, Asterisco no solamente procura demostrar que el deseo puede ser vivido de múltiples formas, sino que el cine también puede ser una expresión plural. Con políticas y poéticas desobedientes, Asterisco es un espacio concreto de libertad y un ejercicio práctico para reconocer diferencias: los bípedos implumes pueden amar como se les dé la gana; las películas pueden construirse a través de reglas dispares y desconocidas. En Asterisco se ven películas experimentales, de género, títulos propios del mainstream, películas clásicas de Hollywood. La diversidad estética es también una política. Y además no solamente se proyecta en formatos digitales, sino que los clásicos se ven en 35 mm y 16 mm.
Las formas de un festival
¿Por dónde empezar? El festival se organiza por secciones competitivas, focos y secciones paralelas. En cualquier sección hay posibilidades distintas para el espectador. “La piel que habito” es casi una metasección que agrupa los focos de Hans Scheugl, Jenni Olson, de cine holandés y otros focos temáticos como el de Intersex, Homocore, Downtown New York. Aquí se presenta un foco dedicado al cineasta español Eloy de la Iglesia, cuyo cine no presentará grandes dificultades de recepción. Revisar El diputado, con un joven José Sacristán en la piel de un posible diputado socialista casado, pero que no sabe qué hacer con su homosexualidad, puede ser un buen puntapié inicial para los reticentes y miedosos ante la propuesta general de Asterisco. Por cierto, Sacristán la rompe.
Entre los títulos más accesibles se encuentra La nueva amiga, de un director francés que suele contar con sus acólitos en el país, François Ozon. El director de Bajo la arena alterna entre buenas y malas, y esta, lógicamente, está entre las buenas. El inicio es fabuloso: los primerísimos planos del rostro de una mujer que denota una hermosura evidente cambian de sentido ante el primer plano general sobre ella. En ese inicio se cifra la perversa economía libidinal que se desata paulatinamente en la vida anímica de todos los personajes. En esta comedia de enredos melancólica, un hombre que queda viudo y con un hijo recién nacido empezará a vestirse de mujer y terminará viviendo un extraño affaire con la mejor amiga de su exmujer que a su vez está casada. Ozon aprovecha inteligentemente el triángulo afectivo de distintos modos, y además cada tanto inserta magistralmente en el relato algún sueño que expresa muy bien la lógica secreta del deseo de sus protagonistas. Es una película amable y una perfecta introducción al festival: el deseo es siempre impredecible.
La película elegida como apertura tampoco presenta un esfuerzo estético alguno, pero su potencial para el escándalo dista de ser menor. En el nombre del hijo, de Vincent Lannoo, cuenta la historia de una mujer casada y madre de dos hijos, cuya vida se centra enteramente en la transmisión de su fe (católica). Conduce un programa de radio, y en él deposita su convencimiento y el amor al prójimo. Todo parece normal, hasta que habrá un disparo en una situación simbólicamente peculiar que acabará con la vida de su marido, y luego una instancia horrenda que involucra a uno de sus hijos, lo que precipita una lectura crítica de la institución religiosa a la que representa, develándose así un nihilismo decadente que subyace tras esta. La violencia inusitada que desata la madre es un correlato de la que ejercita la institución con algunos de sus feligreses, y si bien cierto tono absurdo protege al relato en su conjunto, En el nombre del hijo no se priva de enviar al infierno a los mediadores que traicionan la palabra del Altísimo. Película rabiosamente anticlerical, pero no por ello atea.
Por otro lado, cualquier amante de cine sabe que si un festival se exhiben películas clásicas (y en copia de 35 mm) como De repente en el verano, de Joseph L. Mankiewicz, Homicida, de William Castlle, La hija de Drácula, de Lambert Hillyer, entre otras, su presencia en esas funciones es obligatoria. Más todavía cuando se proyecten los pioneros argentinos en la materia que aquí convoca. Imperdible resulta A puerta cerrada, película escrita y dirigida por Pedro Escudero, una adaptación de una pieza teatral de título homónimo de Jean-Paul Sartre, en la que una mujer interpretada por Inda Ledesma compone a una lesbiana en un universo simbólico en el que esa orientación sexual no será estrictamente el motor del desencuentro y la tensión dramática entre los personajes.
Este texto fue publicado en la revista Ñ en el mes de julio 2015.
Roger Koza / Copyleft 2015
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