BAFICI 2025: EN LA ALCOBA DEL SULTÁN

BAFICI 2025: EN LA ALCOBA DEL SULTÁN

por - Festivales
18 Abr, 2025 05:23 | Sin comentarios
Cineasta cinéfilo e imprevisible, la cuarta película de Javier Rebollo es tan vivaz como cinéfila, una maravilla que merece mayor atención.

Una figura fascinante del cine primitivo es la del francés Gabriel Veyre, un joven de veinticinco años que, después de finalizar sus estudios de Farmacia en Lyon, comenzó a trabajar en 1896 para los hermanos Lumière cómo operador de cámara. Tuvo el encargo de viajar por el planeta adelante para obtener panoramas de diferentes lugares y así fue que recorrió primero México, Cuba, Colombia, Venezuela y Panamá y después Japón, China e Indochina, donde hizo un celebrado plano, Le Village de Namo, pionero travelling artesanal hecho sobre un carro detrás del cual corren los niños de un pueblo. Tras el cambio de siglo atendió una propuesta inesperada, la del sultán de Marruecos Abd al-Aziz ben Hassan, que, interesado por aquel arte nuevo, lo convirtió en su fotógrafo y cineasta oficial. De ese encuentro surgió un libro, Dans l’intimité du sultan: Au Maroc, y un hogar definitivo para Gabriel, quien, activo hasta al final, murió en Casablanca en 1936.

En los años de Veyre al servicio del monarca reparó Javier Rebollo para crear su cuarto largometraje, el maravilloso En la alcoba del sultán. Nacido en Madrid en 1969, Rebollo es autor de una de las mejores películas españolas de este siglo, La mujer sin piano (2009), memorable aventura urbana de una mujer casada -el mejor papel que hizo nunca Carmen Machi- que decide escapar de la soledad y la rutina. En su paseo (con peluca y maleta) por un Madrid nocturno lleno de contratiempos encontrará a un peculiar inmigrante polaco (el checo Jan Budař), una compañía efímera que es la puerta a un mundo tan imposible como ilusionante. Su tono “triste-alegre” reaparecía en El muerto y ser feliz (2012), que le dio el premio Goya al mejor actor a José Sacristán por la magistral encarnación de un asesino a sueldo y enfermo terminal que encontraba un camino de redención en un film que hablaba del dolor físico y del alma pero también “del misterio de la muerte y de su contrario el amor”, escribió entonces el recordado Xabier P. Docampo.

Y el amor es una palabra clave. Rebollo no hace “películas de amor”, sino “películas con amor”, con amor y respeto por las imágenes, también por las personas que ayudan a crear esas imágenes y por los personajes que salen en la pantalla. Sólo así puede hacerse, encarando dificultades sin fin, una obra como En la alcoba del sultán. A tres días de comenzar el rodaje en Marruecos, con todo el equipo ya instalado y listo, recibieron una comunicación de las autoridades locales por la cual se cancelaban los permisos de filmación concedidos. Fue necesario reaccionar con urgencia para evitar el colapso. Fue preciso buscar nuevos escenarios, finalmente en Túnez, y reescribir el guion para ajustarse al tiempo que restaba disponible después de asumir las semanas perdidas en el tránsito de un lugar a otro, de una producción a otra. Hubo que decir adiós a los lujosos palacios de Fez previstos para acomodarse en las más austeras construcciones del desierto tunecino, que evocan por igual a Pasolini y La guerra de las galaxias. Viendo el resultado final es tentador decir que ganaron mucho con el cambio. Ese espacio intemporal suma una capa más de fantasía a una película que es pura ficción, una celebración de la capacidad humana para inventar historias, de la narración “que nos salva, como a Sherezade”, explicaba Rebollo en conversación durante la SEMINCI, que acogió el estreno mundial. “La novela es la muerte; detrás del fin, cuando se pasa la página, el relato queda cerrado. Sin embargo la narración, da lo mismo una narración oral gallega o una árabe, nunca se acaba. Va modificándose, va cambiando; según quien la cuenta, se cuenta de una forma o de otra. Una narración está viva siempre y esta película contiene multitud de narraciones y variaciones sobre la misma narración”.

En esas variaciones se cruzan los hechos reales y los nacidos de la imaginación, pero aquí la imaginación no miente, antes al contrario, refuerza la verdad. El retrato de Gabriel Veyre, encarnado por un Félix Moati heredero de la energía cómica de los genios franceses del absurdo, de Jacques Tati a Pierre Étaix, no deja de ser riguroso por volar libremente lejos del registro enciclopédico, por permitirse la fábula y el humor, por ser deliberadamente fragmentario pero, al mismo tiempo, preguntarse con hondura lo que puede haber (y lo que no) dentro de un fotograma o lanzar alguna irónica reflexión sobre los usos capitalistas de un arte que se empeñó en ser industria. La cinefilia de Rebollo no cae en la idolatría paralizante; el suyo es un amor generoso y lúdico, una mirada cariñosa y crítica más interesada en las preguntas que en las respuestas de la que mana el torrente feliz de ideas que es esta película.

Martín Pawley / Copyleft 2025

* Fin de la serie sobre el Bafici.