BELLA ADORMENTADA

BELLA ADORMENTADA

por - Críticas
08 Oct, 2013 12:35 | comentarios

LA DESMESURA Y EL CINISMO

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Por  Marcela Gamberini

Marco Bellocchio es un director polémico, interesante, desmesurado, rabioso. Instalado en la tradición del cine italiano más combativo, más inquietante, desde su magnífica opera prima I pugni in tasca (1965) no deja de sorprender. Ahora, en este presente tan complejo para el mundo y para Europa en particular, con Bella Addormentata  pareciera trabajar con un material candente: la eutanasia, que es una verdadera usina de debates políticos, científicos, judiciales. Y en esta mezcolanza de cuestiones públicas, a veces, nos olvidamos del componente humano, de la densidad que tiene la eutanasia en el orden de las decisiones privadas.

Bella adormentada, Marco Bellocchio, Italia, 2012

Como la contracara de la reciente Algunas horas de primavera de Brizé, en Bellocchio hay desborde de sentimientos, de gestos ampulosos, de rezos desmedidos, de figuras retóricas, de exceso de religión. Si en la reposada, aséptica y medida película de Stéphane Brizé la muerte era algo casi natural, aquello sobre lo que en determinadas y fatales circunstancias se puede decidir; en Bella Addormentata otros son los que deciden políticamente sobre la desconexión o no de esos cuerpos que están en stand by. Para los franceses la decisión es personal, privada, única e intransferible; para los italianos es política, pública, debatida. Lo que sucede con Marco Bellocchio es que siempre va más allá (como en Vincere, como en El director de bodas, como en La condena, entre otras) corre riesgos permanentemente y su cine nunca habla de aquello que creemos ver en la superficie. En efecto, su sistema de relaciones de ideas y conceptos es avasallador; se mueve en espiral, en redondo y hacia adentro, como varias de las escenas de la película que están planificadas en perspectiva para lograr hondura y profundidad. Su montaje es desquiciado, como sus personajes; sus imágenes se superponen, como las voces de sus criaturas que no se escuchan, que hablan solas; sus pasillos y escaleras dejan ver a lo lejos estatuas, íconos, tapados, irreconocibles. Un cine de la locura, de la esquizofrenia, del amor sin razón, de la búsqueda permanente, de la rabia más furiosa.

Walter Benjamin dice sobre Baudelaire que “lo original en la poesía de Baudelaire es que las imágenes de la mujer y de la muerte se compenetran en una tercera, la de París”. En Bellocchio sucede algo similar: son mujeres las que están muertas o casi: Rosa, la bella hija de la genial Isabelle Hupert, y Eluana, la mujer sobre la que pesa la decisión que los políticos nunca llegan a tomar. O están dormidas, como la chica salvaje que se encuentra con ese médico que intentará salvarla cueste lo que cueste. Justamente la película empieza con la imagen de esa chica que duerme en el banco de una iglesia, instalando el interrogante desde del comienzo, la frontera imperceptible y a la vez decisiva entre el sueño y la muerte y termina con ella también, dormida custodiada por su médico guardián, uno a cada lado del plano, como si el sueño de esta chica morocha y loca dejara a la película entre paréntesis, generando en su interior un río caudaloso de voces, imágenes y conceptos. También María la hija del senador es una mujer dormida que se despierta porque le arrojan un vaso de agua a la cara. Las mujeres duermen o mueren o rezan, mientras los hombres velan, están despiertos siempre, cargando culpas y pesares. Hay en Bellocchio, indudablemente, una equiparación entre la muerte y la mujer y a la vez, esta mujer “casi muerta” es la figura de Italia. Una Italia en decadencia, dormida, irracional, cínica y deprimida como dice uno de sus personajes. Esa Italia que puede ser muerta por la política (como Eluana) o por el peso de la religión o por la insistencia de la ciencia, representada en este caso por los médicos. Las instituciones italianas – la religión, las leyes, la ciencia- hundirán a una Italia que no puede resurgir, renacer, despertarse, que está adormecida, atormentada. La mirada de Bellocchio es crítica y profunda sobre las instituciones de su país, pero también lo es con sus compatriotas y mucho más cruel con los hombres que parecieran cargar con culpas atávicas, irresolutas, incomprensibles (lo mismo pasa en la magnífica La condena).

Los personajes de Bella Adormentata hablan solos, sueñan en voz alta, escuchan tras las puertas, se espían, se ven en la televisión en imágenes de imágenes que nos duplican o triplican en la línea de fuga del mundo (en algún momento de la película, Isabelle Hupert manda a sacar los espejos, metáforas impúdicas de la reproducción a la que estamos sometidos en la modernidad); todos estos mecanismos de reproducción hacen que la comunicación sea cada vez más ajena, sea realmente imposible.

Nunca falta en Bellocchio la figura del loco, aquel que bordea entre la verdad y la mentira, el esquizofrénico que tiene poder y lo usa a mansalva, aquel que no comprendemos en su irracionalidad pero que sin embargo es inevitable, como en Víncere, ese Mussolini desquiciado y seductor, autoritario y dependiente. Las mujeres son guerreras, los padres culpables y los hijos están muertos o locos.

Bellocchio es cínicamente implacable: no deja de decir que es la muerte –de una mujer, de una religión, de un país- la que espera agazapada, dormida, atormentada; lista para roernos las entrañas sin piedad.

Marcela Gamberini / Copyleft 2013