BERLINALE 2025: TIEMPO DE ESPERA

BERLINALE 2025: TIEMPO DE ESPERA

por - Festivales
16 Feb, 2025 11:52 | Sin comentarios
Sobre varias películas recientes estrenadas en la Berlinale.

La procesión se repite. A las siete de la mañana miles de almas que dicen amar el cine prenden la computadora para reservar las entradas de los próximos dos días. Serán cinco o seis películas en 24 horas, una comida, tres cafés y pocas horas de sueño. Los festivales exigen físicamente, porque la inmovilidad del cuerpo desgasta mientras se agudiza la percepción. Lo ideal es prepararse, como si se asistiera a un torneo deportivo. 

En el trayecto del hotel a la sala principal, que se insiste en llamarla palacio, el frío no es un número en el teléfono para saber la mínima y la máxima. Las orejas pueden doler y las manos desobedecer a la señal del cerebro; congelarse deja de ser una metáfora. Lo distintivo del frío es la nitidez que ocasiona en la atmósfera. La luz del invierno es inconfundible. 

Como en tantas otras sociedades o gente de un medio, no faltan los cínicos, los vivos, los especuladores, los funcionarios y los desorientados. Pero también están los que creen y esperan repetir la intensidad originaria por la que eligieron el cine y no otra cosa. Quien ama el cine ha sentido alguna vez, y ha sido un hito en su biografía, la experiencia del reconocimiento de un anhelo, apenas consciente quizás, mientras miraba una película. Puede ser un pasaje menor o una secuencia decisiva, nunca se sabe, porque la sensación de que lo que está en escena se extiende a la conciencia y viceversa puede precipitarse en un gesto aislado, en la resolución de un pasaje clave, en la evolución del aprendizaje de un personaje o en el registro de una geografía. Un travelling de Godard de la orilla de un lago, una secuencia de animales de Pelechian y una mueca de Grant en una comedia de Hawks tienen ese poder de reconocimiento. 

Quien filmó mejor que nadie la impaciencia por el acontecimiento en una película fue Abbas Kiarostami. Close Up no es otra cosa que esa experiencia en sí. Cuando Sabzian, el empleado de una imprenta que se hace pasar por el otro gran cineasta de Irán, Mohsen Makhmalbaf, y termina preso, le pide en prisión que Kiarostami realice la película que quiere hacer, pero que plasme su sufrimiento, de lo que se está hablando precisamente es de esa posibilidad que anida en el cine para elegir una vida consciente en relación con él. Y Sabzian puede ser cualquiera: puede ser el crítico que recién comienza y se esmera en redactar en cada crónica su deuda de amor frente al cine; puede ser el cansado director artístico de un festival que sigue creyendo, sin decirlo en voz alta, que persiste en su cargo para hacer todo lo posible por darles espacio a esas películas que encienden esa experiencia. Tal vez ese anhelo está en retirada. ¿Quién filma nuestro sufrimiento? ¿Quién filma esa espera por lo irrepetible y extraordinario? ¿Quién filma hoy nuestro deseo de fraternidad? ¿Quién filma lo poco que puede permanecer inalcanzable de ser traducido como mercancía? 

Le rendez-vous de l’été

En Perspectivas, se pasó Aquel verano en París (Le rendez-vous de l’été), de Valentine Cadic. Es una película sin pretensión de ser algo más de lo que es, pero lo que es, justamente, no se concluye por su manifiesta cordialidad. En esa película de verano, con algo de Rohmer de otro tiempo y de Manivel de hoy, un lugar, algunos encuentros, un par de conversaciones y algunos paseos son suficientes para preparar un momento de discreta revelación. 

El relato es casi anecdótico, pero sostiene la sucesión de escenas. Blandine, una joven de 30 años llega de Normandía para asistir a una carrera de natación durante las últimas olimpíadas en París. Quiere entrar al evento y no la dejan por una regla acerca del tamaño de los bolsos. ¿Es deportista? Su interés se revela lentamente, como también sus intereses. En el norte de Francia, Blandine se desempeña como pianista, pero hasta que eso se sepa, solo se reconoce a una mujer de una altura considerable que al caminar arrastra sus piernas como si no estuvieran sincronizadas con el movimiento de su torso. 

Como en París vive su media hermana que no ve hace 10 años, y con ella su sobrina de 8 que jamás conoció, el viaje tiene como segundo objetivo reencontrarse con ellas. Ese plan secundario se vuelve el corazón del del relato. Cadic va y viene sobre la reconstrucción del vínculo con su hermana, porque no es dogmática y no teme a la noble deriva de su personaje. Si su hermana necesita más tiempo en una noche para encontrarse con un argentino, Blandine camina por la ciudad y se permite que su camino no esté determinado. Hay encuentros hermosos, como también momentos inesperadamente hilarantes. 

Cuando menos se espera es justamente cuando hay algo en la película que recuerda esa experiencia. Una situación que tiene lugar en la calle y es esencialmente irrelevante, culmina con el giro de la cabeza de la protagonista y su atención puesta en el viento moviendo las hojas de los árboles. Es una irrupción que no funciona como mero pasaje entre escenas, no es una transición, sino un llamado. El plano es inútil, pero es insustituible por su poder de encantamiento. La conciencia es entonces llamada por un fenómeno simple en el que se advierte un mundo que ya no puede referir el idioma del cálculo. Otro mundo existe en eso que llamamos mundo.

Por el momento, pasan las películas como las nubes. Al distraerse se evaporan y llegan otras y después otras. Pueda haber alguna película simpática, otras prolijas, muchas insignificantes, algunas prometen algo más, pero pocas exhiben la consistencia que debería ser el requisito mínimo de uno de los tres festivales más importantes del mundo. Así es que la competencia sigue su curso y ningún título perdurará en la memoria, lo que no significa que no existan placeres esporádicos y alguna que otra sorpresa. Poco de lo visto remite a la gran tradición del cine; pocas películas reconocen ese diálogo secreto que todo gran cineasta emprende cuando empieza a filmar. En lugar de esto, imperan las meras historias ilustradas. 

Refelty dans un diamant mort

El placer que suscita Reflejos en un diamante muerto (Refelty dans un diamant mort), de Hélène Cattet y Bruno Forzani, es indesmentible. Basta que los recuerdos de un viejo espía que descansa al lado del mar se vuelvan imágenes para que toda la pretérita tradición del giallo resucite en pantalla con el vigor formal y la audacia conceptual de aquellas películas de un género caracterizado por la desobediencia y la experimentación: los zooms típicos de la estética del 70, el empleo de los colores como fuentes de placer óptico, la depuración de ciertos detalles en el trabajo sonoro y un relato que prefiere un montaje lúdico con múltiples escenas magníficas (como la pelea de una mujer contra dos hombres que juegan al metegol) en vez de un puñado de actos definidos enlazados y un epílogo con beneficio simbólico.

Otra película de la competencia oficial, dirigida por Lucile Hadžihalilović (Innocence; Evolution), también invoca otra época del cine. El género es otro, porque el misterio que caracteriza a las películas de Hadžihalilović es propio de distintas vertientes de la tradición cinematográfica. Por momentos, parece una película de Hitchcock, en otros, de Franju, e incluso de Víctor Erice. 

En La torre de hielo (La tour de glace), una adolescente obsesionada desde siempre por La reina de las nieves, de los mejores cuentos de Hans Christian Andersen, deja su casa y su familia, ubicada en una zona de montañas, hasta llegar a la ciudad más cercana sin tener dónde pasar la noche. Consigue dormir es un estudio en el que se está filmando el cuento de Andersen. (Quien dirige la película en la película es Gaspar Noé, el cineasta argentino radicado en Francia y esposo de la cineasta).

Toda la película establece una sintonía directa con la imaginación del personaje principal; lo fantástico en su vertiente ominosa se decanta de ese principio de construcción y tiñe el conjunto, desde la primera secuencia hasta la última, de una cualidad onírica.

La otra película que se presentó en competencia es del cineasta brasileño Gabriel Mascaro. Alguna vez hizo una película hermosa llamada Avenida Brasília Formosa y algunas cuantas más que se vieron en los circuitos de los festivales. Y los primeros minutos de El último camino (O Último Azul) resumen lo mejor de su trayectoria hasta la fecha. La introducción de una pequeña población ligada a una fábrica, los planos generales sobre las máquinas y la relación intrínseca que se materializa con los cuerpos de los operarios son ejemplares. La banda de sonido se despliega de a poco arrastrando la música concreta de las máquinas hasta alcanzar una organización rítmica y melódica que combina lo mejor de la música popular brasileña. Esos primeros acordes tienen algo de las obras conceptuales de Tom Zé. Es el inicio que se presenta como promesa y se desvanece de inmediato para transformarse en su opuesto.

O Último Azul

Es que El último camino (O Último Azul) desmerece la trayectoria del cineasta y suma ahora una inquietud sobre su mirada política. Cuestionar cualquier noción de gerontología nunca está de más, pero otra cosa es imaginar que en Brasil podría haber un Estado protofascista que no permite que los que pasan los 70 años puedan moverse libremente. ¿A qué tiempo alude el relato? ¿A qué amenaza pretende conjurar a través de su tono irónico y burlesco? 

El centro argumental se circunscribe a seguir el derrotero de una mujer de 77 años que no quiere jubilarse y escapa del Estado, que quiere garantizarle descanso y bienestar en una colonia como otras ideadas por todo el país para los viejos. No sabe qué quiere hacer, excepto el hecho de que busca viajar en avión a cualquier lado, ida y vuelta en el mismo día. 

El último camino parece el sueño húmedo de un ultraderechista. La película insinúa que los viejos pueden y deben trabajar hasta el fin de sus días y que el Estado no ha de entrometerse en su bienestar con políticas públicas. El desorden de los signos es total, en un relato enmendado con escenas no exentas de cierto exotismo con algún que otro viaje alucinatorio, lugares comunes que se esperan en Europa de una película latinoamericana. El film de Mascaro no podía ser más inoportuno.

Roger Koza / Copyleft 2025