BREVES PALABRAS SOBRE NO Y SU NOMINACIÓN AL OSCAR 2013
Pot Roger Koza
No es casualidad. El cine chileno vive un momento excepcional. La evidencia más notoria: No, el cuarto filme del cineasta chileno Pablo Larraín, será una de las cinco películas seleccionadas para competir el próximo 24 de febrero por el famoso y presuntamente valioso Oscar a la mejor película extranjera. Una evidencia notable: en agosto de este año, por ejemplo, el prestigioso festival de Locarno eligió a Chile como país cuyo cine merece un foco. Y el estreno mundial de No fue en la mítica sección paralela de Cannes conocida como Quincena de los Realizadores, en mayo del año pasado, donde el filme de Larraín se llevó el premio a la mejor película.
No hay duda de que Pablo Larraín es una figura clave en este clima festivo para el cine chileno. Desde Tony Manero, su notable segunda película, pasando por Post-mortem y ahora No, Larraín posicionó el cine de su país a nivel internacional sosteniendo una idea de cine y una obsesión: desenterrar el pasado fascista de su país y hacerlo dialogar con el presente. Ha elegido la ficción, y ése es uno de sus méritos. Todo empezó con el retrato de un bailarín que imitaba a John Travolta en Fiebre de sábado por la noche y sintetizaba el malestar y la violencia de la Chile de Pinochet. Luego, escenificó el asesinato de Salvador Allende y la autopsia de su cuerpo.
Pero No es distinta de estas películas, ambas sombrías y morbosas, más cercanas a la retórica del cine arte europeo, si se quiere. Sucede que No es una comedia política y como tal es accesible y luminosa, y en algún sentido pertenece secretamente a una tradición del cine estadounidense. Hay algo de pequeño triunfo utópico a lo Frank Capra: los buenos y los malos se enfrentan, y aquí ganan los buenos.
En esta película inteligente y divertida, políticamente precisa y estéticamente arriesgada (reproduce la calidad de imagen de un video de la época), el publicista que interpreta Gael García Bernal tiene a su cargo la campaña del “No” en la disputa por la continuidad o no de Pinochet en el poder. El No, lo sabemos, triunfó, y el 5 de octubre de 1988 un atorrante de uniforme conocía la derrota. Lo que cuenta el filme es cómo se construyó esa victoria.
A este film fascinante y feliz no le será fácil vencer a Amour de Michael Haneke, un retrato conmovedor sobre la senectud y la muerte. Pero si no es el director austríaco el ganador, Larraín merece levantar el trofeo y dedicárselo a todos aquellos que creyeron y creen en la democracia y en el cine.
Nota: aquí se puede leer mi crítica en Cannes sobre No, de Pablo Larraín.
Este texto se publicó en otra versión en La voz del interior durante enero 2013
Roger Koza / Copyleft 2013
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